2007-04-19

Hay serafines y querubines.
Sería justo hablar de los miedos, y, por qué no, de enfermedades. Me acuerdo de una pregunta que hice en el Hogar durante mis entrevistas: ¿Ustedes le tienen miedo a algo? Los muchachos de la polio se soltaron y expresaron muchas cosas que hasta ese momento no habían sido ni siquiera aludidas. El imaginario o las fantasías nos juegan extrañas pasadas. Por ejemplo, la fantasía de que un encuentro sea de determinada manera... Acerca de esto narra Mitre.
Llegar hasta la Torre.
Volver sobre los propios pasos con torpezas o repliegues.
Me desconozco. Confío en los descuidos, aunque conciten la toma de riesgos por los que uno se juega la vida.
El final de la novela de McCullers.

4 comentarios:

Patrick dijo...

Vivo en España desde hace cinco años y no entiendo que es "Mitre". ¿Puede ser el ferrocarril?
Si alguien me puede explicar, gracias

Gustavo López dijo...

patrick: copio de internet, en comentario aparte, un capítulo de la novela cuyo título hace referencia al ferrocarril.

Gustavo López dijo...

Mitre [Estación Migueletes]

Un montón de dedos aprisionan suavemente los pezones oscuros y gigantes de una mujer justo en el momento en el que se escucha un ruido.

Entonces.

Como el dueño de esos dedos [Roberto] no sabe si lo que está escuchando son los gritos gozosos de la mujer o el simple chirrido agudo de las ruedas del tren que parte de la estación, resuelve cerciorarse convenientemente del origen de los sonidos. Mira a la señora y al mirarla debe reconocer con masculina humildad que sus ojos siguen completamente cerrados, que sólo se ha incrementado un poco el rubor de sus mejillas, y que, desafortunadamente para su orgullo varonil, los ruidos provienen de las vías, nomás.

También debe reconocer, casi de inmediato y entre otras muchas cosas, que ama perdidamente a esa mujer, que hasta esa mañana ignoraba por completo que un hombre pudiese ser tan feliz en este mundo, que es feliz en este mundo porque la ama perdidamente, que ya no puede imaginarse la propia vida sin esa mujer gigante a su lado, que.

—¿No escuchó un grito?

Le pregunta Narciso a su enamorado compañero de asiento sin siquiera sospechar que está interrumpiendo una serie casi interminable de humildes reconocimientos masculinos.

—No, hombre, está confundido. Y lo comprendo perfectamente, se lo juro. A mí también me pasó lo mismo. Era el chirrido de las ruedas del tren cuando salía de la estación.

Pero Narciso le asegura a Roberto que no, que de ninguna manera, que no está confundido, que lo que él escuchó no era el chirrido agudo del tren saliendo de una estación, que lo que él escuchó fue un grito desgarrador, un grito horrible, conmovedor. Qué él sabe mucho de ruidos y de gritos por culpa de su profesión de vigilador, que aunque esté dormido él igual escucha todo, que de noche acostumbra a tomar pastillas para dormir pero se despierta lo mismo ante el más mínimo sonido, que su señora está harta de que él se despierte a cada rato porque a veces también la despierta a ella sin querer, pero que él, lamentablemente, no puede hacer nada contra eso, que es más fuerte que sus ganas de dormir, que un médico joven del hospital de Villa Ballester le explicó que se trata de una típica deformación profesional, que va a ir a investigar lo que pasó, que le cuide el lugar, por favor, que vuelve en un segundo.

—¿Se siente bien, Roberto?

Ahora la que pregunta es Mariela.

Y si pregunta no es porque le atraiga mayormente el asunto de los gritos o de los ruidos. Si pregunta es, simplemente, porque los dedos del hombre al que va destinada la pregunta primero se detuvieron repentinamente y un poco después se apartaron. Y ella se asustó y se sintió otra vez sola en el mundo y perdida y tuvo que hacer un gran esfuerzo y abrir los ojos y pensar por un momento que la crema boliviana era un fraude, que no servía para nada, que el hombre había vuelto a sentir los fuertes mareos, y que, quizás, hasta tuviese nuevamente unas ganas incontenibles de vomitar.

—Me siento muy bien.
—¿Ya pasamos Colegiales?

Pregunta la mujer por preguntar o porque no estaba del todo preparada para una respuesta tan positiva de Roberto o, quizás, para hacer tiempo mientras acomoda con todo el esmero de que es capaz, otra vez el simpático saco gris cerca de su gordo cuello.

Pero, como preguntó algo, Roberto se ve en la obligación de contestarle algo y para contestarle algo tiene primero que asomar la cabeza por la ventanilla y después intentar reconocer alguna casa o alguna calle que le dé una pista aproximada sobre la actual situación del convoy.

—No. Todavía falta mucho. Recién acabamos de cruzar la General Paz.
—¿Y el señor Narciso?
—Se fue a investigar un grito que escuchó.

[...]

Mitre / Federico Jeanmaire
Norma / Buenos Aires, 1998
211 pág.

Belnu dijo...

ES curioso, yo empecé con aquellos cuentos (Ballad of the Sad Cafe and Other Stories, creo que se llama) y me fascinó McCullers. En realidad, la descubrí porque en un absurdo debate misógino televisivo donde Jesús Ferrero y Félix de Azúa dijeron que no había ninguna escritora (novelista o cuentista) mujer que fuese buena o digna de tal nombre, y negaron o ignoraron a Mary Shelley, a las Bronte, a Virginia Woolf, a Katherine Mansfield, a Alice Munro, a Jean Rhys y a tantas otras, Vázquez Montalbán dijo tímidamente: A mí me gusta mucho Carson McCullers... así que yo la leí.