2007-06-23

Vuelvo hacia el pasado con Miguel, a cuando él tenía cinco años en Valladolid, donde ve por primera vez el retablo. «(…) descubrí por allí un retablo que me impresionó grandemente. Se agrupaban en él: (…) mil cosas abigarradas en un sitio solamente dos o tres veces mayor que yo.»
En los siguientes parágrafos del mismo pliego:
«Esperaba los miércoles con grande ansia con la sola intención de pasarme algunos minutos recorriéndolo y en cada nueva ocasión encontraba o se me aparecía alguna extrañeza escondida, alguna rareza novedosa, y así hasta aquella pesadilla tan horrible. Pesadilla que desasnó a mis padres acerca de la incomprensible ansia con la que yo esperaba la visita semanal al palacio de don Felipe.
Y ya no pude ir más.
No me dejaron.
Sólo me dejaron el recuerdo, un fantasma imborrable. Pero me volví a encontrar con el retablo, unos cuantos lustros más tarde, en otra situación y en muy otro ámbito.»
El siguiente pliego del libro, el pliego cuatro, narra el episodio de los cerdos en el patio de Santa Catalina, en Córdoba. Un lugar adonde iban los niños pobres a comer, pero un día los niños pobres fueron comidos por los cerdos.
El pliego tres, que relata el ansia que conduce a Miguel a los sucesivos descubrimientos del retablo, parágrafo que acabo de citar por completo, tiene un corte. Un corte narrativo. Reitero ahora la partecita que me interesa para precisar el corte al que refiero: «en cada nueva ocasión encontraba o se me aparecía alguna extrañeza escondida, alguna rareza novedosa, y así hasta aquella pesadilla tan horrible.»
El autor no dice la pesadilla.
No la dice.
Pero, en el pliego siguiente, «(…) se dice de una ciudad que era blanca, se habla de un abuelo licenciado y de otras cosas como un colegio y una plaza donde los niños son comidos por los cerdos»
La pesadilla de los cerdos.
La ausencia que se llena con los cerdos es un eficaz recurso del autor, Federico Jeanmaire, para volver sobre el asunto unas cuantas páginas más adelante, en el genial pliego suelto, el tercero de cinco, o seis, dado que éste: «En donde se pretende decir algo de lo que hay de verdad en la verdad, pero también algo de su mentira» figura antes del último pliego del libro, pero atado.
Como dije, eficazmente el autor hará que Miguel vuelva sobre el pesadillesco asunto en el tercer pliego suelto del libro, en las conversaciones «que hubo con el griego Domingo Theotocopuli en El Escorial, a principios del año del mil y quinientos y ochenta y siete, y avistando los dos que estábamos "La lujuria", retablo de un tal Jerónimo Bosque, natural de Flandes. Es otro pliego notable»

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