2007-10-02

Para Pastora el «último poema de amor a las ciudades».

El atlas del Gran Kan contiene también los mapas de las tierras prometidas visitadas con el pensamiento pero todavía no descubiertas o fundadas; la Nueva Atlántida, Utopía, la Ciudad del Sol, Océana, Tamoé, Armonía, New-Lanark, Icaria.
Pregunta Kublai a Marco:
—Tú que exploras en torno y ves los signos, sabrás decirme hacia cuál de estos futuros nos impulsan los vientos propicios.
—Para llegar a esos puertos no sabría trazar la ruta en la carta ni fijar la fecha de llegada. A veces me basta un escorzo abierto en mitad mismo de un paisaje incongruente, un aflorar de luces en la niebla, el diálogo de dos transeúntes que se encuentran en medio del trajín, para pensar que partiendo de allí juntaré pedazo a pedazo la ciudad perfecta, hecha de fragmentos mezclados con el resto, de instantes separados por intervalos, de señales que uno manda y no sabe quién las recibe. Si te digo que la ciudad a la cual tiende mi viaje es discontinua en el espacio y en el tiempo, ya más rala, ya más densa, no has de creer que se puede dejar de buscarla. Quizá mientras nosotros hablamos está aflorando desparramada dentro de los confines de su imperio; puedo rastrearla, pero de la manera que te he dicho.
El Gran Kan estaba hojeando ya en su atlas los mapas de las ciudades que amenazan en las pesadillas y en las maldiciones: Enoch, Babilonia, Yahoo, Butua, Brave New World.
Dice:
—Todo es inútil si el último fondeadero no puede ser sino la entrada infernal, y allí en el fondo es donde, en una espiral cada vez más estrecha, nos sorbe la corriente.
Y Polo:
—El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio.


1 comentario:

Pastora dijo...

Lo primero que recuerdo, ahora, es el instante en que escribí aquí mismo, que utopía significa lugar feliz y lugar que no existe.
El viajero que busca y sabe reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y sabe hacerlo durar, y darle espacio es el Marco Polo de Calvino.
Y es el hombre que yo amo que sabe hacerme durar y sabe darme espacio.
Ve mi figura en escorzo, casi un brote en la maceta del balcón. Me riega.
Veo mi Utopía. Está en una colina sembrada de árboles. Verdes.
Duermo, sueño a la sombra: el suelo está poblado de hojas. En una, hay una gota de rocío como una clepsidra que encerrara la imagen de todas las ramas del bosque. Yo camino entre troncos como pensamientos y me pierdo.
Subo la colina como Sísifo todos los días. Como tantos otros que marchan al trabajo cada día y marchan a la tumba cada hora. Pienso, habría que ser como los árboles de muchas tormentas, una silueta doblegada, sin sonido propio, sacudidos viento. Ser como la madera que se hincha al cruzar el océano, sin forma de nave, ni mascarón en proa.
Y murmuro para mí el recuerdo de un fragmento de canción, dice más o menos así, en un barco sin timón, busco el mapa de tu amor.
Canto mientras subo mi piedra.
Percibo, entonces, las manos suaves del hombre que amo en mi espalda. El peso no es el mismo, se aligera.
La voz de Kublai Kan, habla de una espiral cada vez más estrecha, de que nos sorbe la corriente, el espiral negro del último fondeadero, pero yo me digo: Quizá mientras nosotros hablamos está aflorando desparramada la felicidad.
Puedo rastrearla, pero de la manera que me has dicho.