2008-06-15

Nada fácil aterrizar.
Recién cuando llegué a Ouvroir usé la tecla de PgDn, mientras tanto seguí cayendo a lo Tony.

Doctor Antohny Newman. Visitors from beyond the stars (Ene 11, 1967)

La serie podría haberse inspirado en la novela Time Tunnel, de Murray Leinster. Transcurre en Francia, donde un profesor establece una conexión entre el presente (1964) y la era napoleónica (1804). Antes de seguir con mi homúnculo comparto una perla encontrada en el fondo del mar: el guión de un capítulo de la serie de Irwin Allen que no llegó nunca a filmarse: The man who killed time (Oct 26, 1964)

Volví por la noche.
Nadie por las calles, nadie en la playa. Me dejé crecer un poco la barba y el pelo. Aprendí a arrojar besitos, a aplaudir y a tirarme pedos. Una fiesta nocturna, la verdad.
Encontré a un alma sentada en el pasto con los ojos cerrados, en medio de una especie de granja, llena de patos y de caballos. El alma tenía las plantas de los pies juntas, la espalda derecha y las manos por encima de las rodillas. Aplaudí desde unos tres metros, aproximadamente. Otra vez más, desde dos metros. Siguió en trance.
Eché a volar.
Pasé rozando unos edificios y me embrollé, porque a medida que cambiaba de dirección, la hora del día oscilaba entre la noche y la mañana. Choqué y caí con el método time tunnel; es decir, primero en remolino y por último a pique.
A nivel del mar era noche. Anduve a pie por unas calles bien iluminadas, hasta que vi a mitad de cuadra otro avatar y me acerqué para poner a prueba alguna estrategia de conversación. Puede usted llamarme Ismael, dije. Whenever I find myself growing grim abouth the mouth; whenever it is a damp, drizzly November in my soul, recité. Call me Ishmael, insistí. Me percaté que el avatar tenía la cabeza gacha, como si el power le hubiera bajado. Imaginé a mi propio avatar en off. Horrible visión.
Qué descuido, abandonar así al homúnculo.
Seguí por ahí, con esas aciagas imágenes en mi cabeza. En eso estaba, cuando las tinieblas se disolvieron maravillosamente al toparme con una joven que vestía una lencería muy sexy y hervía en corazones rosados. Los corazones brotaban de su cuerpo, o de su lencería rosada, no sabía yo bien, pero eran rosadísimos. Le arrojé besitos.
Corazones.
Sos alguien o sólo una caldera de corazones.
Dije y me arrepentí.
Rosadísimos siguieron brotando, como por un surtidor. Muda la chica muy sexy. Sonó un timbrazo. Dejé todo y fui a ver. Era Ricardo Velázquez, vecino del tercero L, que cumple ochenta y seis a fines de julio. Quería mostrarme que había conseguido el repuesto para la lamparita de la heladera. Fui tranquilamente hasta lo de Ricardo, seguro que al volver encontraría al surtidor rosadísimo en el mismo lugar. Pero no, no.
Dime que ves, susurraba el mensaje.
Postrero y único. Me sentí un legítimo homúnculito.
Ingresé a un teatro, con bronca.
En primera fila había dos.
Nada.
Lancé unos pedos y salí.
Surqué durante unos segundos el cielo estrellado, pero otra vez lo mismo, se hizo de día y me llevé por delante un techo de tejas.
Ya no daba más. Quedé incomunicado, encerrado en un altillo de dos por uno. Y para colmo a dos aguas. No tenía escapatoria, no había agujero. Second Life parecía reconstruirse luego de mis colisiones.
No cabía yo ahí adentro.
Desesperadamente empecé a desplegar menús, leí «Reportar abusos». Mi mente se esperanzó inútilmente en la llegada de una ninfa voladora, que tomara el asunto por las astas, o al menos el techo a dos aguas y lo arrancara de cuajo.
Urgido de aire, desplegué las herramientas y, sin reflexionar demasiado, hice click en «Teletransportación».
Se abrió una cascada de ventanas, que ofrecían visitas a zoológicos, casinos, sambódromos, etcétera. Elegí una isla estrellada y en idioma de Oriente; cualquier cosa con tal de abandonar de inmediato el Portal de Bienvenida en español.
Sin bolso de viaje, exclamé: God keep the! A sabiendas de que nadie me oiría.

4 comentarios:

Víctor Sampayo dijo...

He estado pensado en tus aventuras en Second life y, además de las risas que me provocan las crónicas de tu homúnculo mientras descubre su mundo, me quedé pensando en el proceso metaficcional de todo esto: narras la pseudovida de tu homúnculo, pero también (y esto es lo más desconcertante) entrelazas esa narración con unos cuantos destellos de tu propia vida... No sé, Gustavo, quizá estás al borde de un nuevo género novelesco...

ana dijo...

jajaja, me encantó la odisea del homúnculo!
Yo era muy chica cuando daban el Túnel del tiempo, pero me acuerdo e imagino al homúnculo en pleno aterrizaje forzoso!
Suenan muy locas las "líneas" de Moby Dick, los "escapes" en el teatro, tantos corazones; y ansío enterarme pronto del destino de la teletransportación.
Leo una y otra vez y no paro de reír!

Pastora dijo...

Ayer dormí una siestita.
Quedaron en mi cabeza algunas imágenes del sueño.
Unos elefantes de colores cruzaban la calle asfaltada silbándole a alguien que se encontraba a mis espaldas. Yo volvía de hacer un mandado. Me di vuelta. El destinatario de ese saludo agudo y zumbón era un elefantito verde esmeralda que hacía pasos de baile parecidos a los de los dragones chinos en carnaval o a los amagues de los perros pequeños. Era su respuesta a los amigos. Por cierto los amigos eran los tres elefantes tornasolados y estridentes.
“En esta calle hay corso los sábados a la tarde”, pensé. “No está tan mal vivir en Second Life”, exclamé sonriendo.
¿Es que la vida de homúnculo risueño me hace feliz?
¿Es una segunda vida?
¿Dónde queda?

Coincido con el Rey Mono.
Y con todos los que ríen.
Tu escritura encontró poder. Sincronía de la aventura cotidiana y la aventura de un avatar.

La ninfa dijo...

Honrada de aparecer entre tus súplicas...... ja ja ja.
Pero mis brazos no son justamente de acero, apenas si pueden, flacuchos. transportar un libro. Menudos brazos los míos.
¡Y si hubieras llamado a los Tres Chanchitos!