2008-09-28

Hinne-ni —Heme aquí, responde Abraham a Dios— «el resto permanece en la oscuridad.»
«Dios dicta su orden», señala Erich Auerbach, y oímos una enumeración compuesta de «siervos, asnos, madera o cuchillo, y nada más, sin epítetos; [animales que forman la comitiva, herramientas empleadas, etcétera] no tienen otro fin que cumplir la misión que Dios les ha encomendado; lo que son, eran o serán aparte de esto —repite Auerbach— permanece en la oscuridad.»
Dios dice: Toma ahora a tu hijo, tu único, a quien amas. «Dios ordena por sí mismo, pero calla sus motivos e intenciones; Abraham permanece silencioso al recibir la orden, y obra como se le manda [...] Tímidamente, Isaac pregunta por el cordero [...] Luego el texto bíblico repite: E iban juntos. Todo queda inexpresado.»
La verosimilitud es un registro ideado para mantener el equilibrio entre imitación e invención. El relato bíblico dota de un destino a los personajes para alcanzar dicho equilibrio o, si se prefiere, para armar el verosímil. Pero un destino no se construye así nomás: la «sagrada ordenación de la vida» resulta expresada dentro de cada personaje del relato a través de un trasfondo de capas y planos diversos. Los textos se configuran complejos, tanto en la imagen del hombre como en «lo que respecta a la realidad de la vida que describen». De tal manera que «los escritores judíos consiguen expresar las capas superpuestas y simultáneas de la conciencia y el conflicto entre ellas.»
La historia de la tentación de Abraham es leyenda, sin embargo el narrador bíblico establecía una relación apasionada y terminante entre relato y verdad. Su armado, afirma Auerbach, tiende «no al realismo, que cuando le conseguía, sólo era un medio y no un fin, sino a la verdad.»
Verdad tiránica.
«El mundo de los relatos bíblicos no se contenta con ser una realidad histórica, sino que pretende ser el único mundo verdadero [...] Cualquier otro escenario, decurso y orden no tienen derecho alguno a presentarse con independencia, y está dicho que todos ellos, la historia de la humanidad en general, han de inscribirse en sus marcos y ocupar un lugar subordinado.» La historia universal desde la creación del mundo (desde Adán) hasta los profetas está lejos de ser una «realidad» contada. Encarna «la doctrina y la promesa,» y precisamente por eso, es oscura y con trasfondo. Como parte del plan divino, todo lo que se llegue a conocer, será posible solamente por medio de una exégesis.
¿Qué es una exégesis?
En marzo comenté que me gusta la palabra patah. Por eso no continuaré más allá de este punto con La cicatriz de Ulises (1942), de Auerbach. Puedo sí adelantar que, en lo que se refiere a la tentación de Abraham, en el texto elohístico del Antiguo Testamento que lee Auerbach, existe particularmente una puesta en foco sobre el armado del verosímil bíblico en tanto que «verdad total» o profetizada.
Pero ahora quiero tomar un desvío, el que conduce a Kafka a través de la huella de Gershom Scholem.
En La autoridad religiosa y la mística (1949), primero de cinco trabajos acerca de la cábala, Scholem diferencia la experiencia profética de la mística.
El profeta recibiría un mensaje divino y lo transmitiría sin vaguedad, duda o equívoco. Una imagen, «no muestra, ni al ser captada ni al sedimentarse» en la memoria del profeta, «rasgos de imprecisión.» El mensaje profético contiene en sí, afirma Scholem, «una pretensión directa de autoridad religiosa.» Por lo tanto, y empleando palabras de Auerbach, mensaje, imagen y autoridad religiosa constituyen una «unidad vertical».
Pero la experiencia mística contrasta «con el nítido contorno de la experiencia profética.» Carece de «contenido positivo»; es decir, no «se deja traducir sencilla y exhaustivamente en imágenes y nociones de clara determinación». Sin embargo, es «en lo informe de su experiencia lo que en el místico se convierte en fuerza propulsora para la comprensión del mundo religioso y los valores que de él se derivan […]» de manera tal que, en los casos extremos, se sitúa, a partir de su omnitendencia innata, más allá de cualquier autoridad religiosa.
«La palabra de Dios tiene que ser infinita, o, en otros términos, la palabra absoluta carece aún de un significado en sí, pero está preñada de él. […] Con ello se expresa el esencial carácter de clave que corresponde a la exégesis mística.»
Y la clave puede incluso perderse.
De repente, aparece una parábola hebrea: la casa con muchas habitaciones, y que delante de cada puerta clausurada se ubica una llave, pero no es la llave que corresponde a la puerta, porque las llaves han sido mezcladas. La difícil, dice Scholem, «y al mismo tiempo importante tarea consiste en encontrar la llave adecuada.» Ahora bien, esta parábola se contrapone a aquella idea de las piezas sueltas que encajarían dentro de la historia universal. O en otras palabras, como dirá Scholem más adelante, la «autoridad ya no constituye el "sentido" unilateral e inconfundible de la comunicación divina, sino que se muestra de una plasticidad infinita.» Y, por otro lado, la parábola está en relación directa a una idea de Scholem acerca de los libros de Franz Kafka. Dichos escritos, «nos presentan los impulsos místicos, por así decir, reducidos a cero, y aun en el grado cero mismo, en el que parecen desaparecer, conservan una infinita eficacia.»
En suma, siguiendo con atención el desvío hacia Scholem y su docto volumen haré la prueba de expresar con sus palabras la situación kafkiana: Kafka «está en posesión de una revelación, pero sabe que ya no cuenta con la clave adecuada, y está buscándola.»
Por eso Scholem dice que el mundo kafkiano está enraizado profundamente con la mística judía o la cábala: revelación como clave de la revelación.
Otro verosímil.
Y como sostendría Walter Benjamin la obra de Kafka es arte, porque provee la llave de un nuevo verosímil.

2 comentarios:

Víctor Sampayo dijo...

¿Recuerdas aquella frase (de Lacan, si no recuerdo mal y que seguramente descompondré de manera fatal)? "La realidad se muestra, lo real se demuestra"; creo que va en el mismo tenor de lo que expones sobre Auerbach y los relatos bíblicos; es decir, esa verosimilitud es una especie de demostración de lo "real" en cualquier texto, aun cuando sea kafkiano. Y con respecto a Kafka y sus visiones místicas, también recuerdo haber leído (disculpa mi memoria, que tiene más goteras que una coladera) una anécdota sobre él y Max Brod, en la que, caminando por la noche en alguna calle de Praga (me gusta creer que en medio de alguna borrachera), Max le pregunta a Franz, después de una discusión acaso descorazonadora: "Pero entonces, Franz, ¿existe alguna esperanza?" (con respecto al advenimiento del mesías). "Por supuesto", dijo Franz, "infinita esperanza, pero No para nosotros..."

euridice dijo...

Las sibilas mistifican cerca de una fuente de agua, bajo un árbol o en la oscuridad de una "gran ladera perforada cien veces, con cien bocas de voces susurrantes" dice Virgilio.
Sus trances necesitan la exégesis de los sacerdotes que transcriben lo místico en tono profético. Producen logos.
Ellos crearon nuestro hado, nos dieron una genealogía y derramaron sobre nosotros un verosímil aristotélico.