2008-09-13

Osvaldo Bayer hace recuento de su correspondencia con Osvaldo Soriano:

[...] El 8 de septiembre [de 1977] le comunico a Soriano que la traducción al alemán de su Triste, solitario y final es mala. Le pongo algunos ejemplos.
La palabra sobradora es traducida como audaz, osada, mateo, es decir, el coche de plaza, como mate. Vuelcan, como revuelven. Bebé rozagante como bebé orgulloso. Desprolija es traducida como provisoria; Bonos para el partido como títulos hipotecarios. Las ropas flamantes como las cosas iluminaban. Tuve que empeñarme (es decir pedir dinero) como tuve que esforzarme.
Cuando leyó mi carta, Soriano se enfermó de rabia y escribió una carta cargada de palabrotas (para usar el término borgeano). Dice que va a protestar ante la editorial Suhrkamp, y agrega: «Bueno, creo que me pueden mandar a la mierda, pero que se vayan a la puta que los parió. Les mando una carta respetuosa pero no aguantan ni eso porque son fascistas de primera y realmente nos tratan como si fuéramos indios y ellos Pizarro y Almagro. Cuando el libro salga les voy a mandar una carta con todo.» [...]

Las cartas del exilio


3 comentarios:

La ninfa dijo...

Asusta la traducción. Pero más miedo meten algunas posturas que leí a partir de las cartas. Empecé por Página, seguí con Boomerang y Linkillo. Leí la polémica desatada entre Bayer, Saccomanno y Sarlo. Mi conclusión: las polémicas necesitan tiempo para que maduren...

Pastora dijo...

El calambur es un juego de palabras que consiste en modificar el significado de una palabra o de una frase agrupando de distinta forma sus sílabas.
Góngora le dijo de su enemigo Lope: A este Lopico, lo pico.
Yo sospecho que los traductores de “Triste solitario y final” se divertían haciendo calambures.

Gustavo López dijo...

La traducción como calambur me hizo reír.

Intraducible Sacomanno en la polémica que él desató en torno de su amigo Osvaldo Soriano:
Bioy Casares, el tilingo turista que impostaba una lengua barrial que, en Soriano, era tan espontánea [...] Soriano se fascinaba con Bioy igual que un humillado arltiano por la avenida Quintana .
Hago propia la reflexión de la docente de semiótica A. R. Alonso: [...] no alcanza con destilar veneno para ser un Roberto Arlt.

Leyendo La cicatriz de Ulises, de Erich Auerbach, topé con la noción judía de Dios como síntoma. Me puse a pensar acerca de la idea del lenguaje como síntoma. Es decir, la idea de que somos atravesados por el lenguaje, no porque queremos, sino a nuestro pesar.
Auerbach cita el Antiguo Testamento:
«Y aconteció después de estas cosas, que tentó Dios a Abraham, y le dijo: Abraham. Y él respondió: Heme aquí.» ¿Dónde están los interlocutores? No se dice.
Un poco más adelante, Auerbach apunta con notable gracia:
[...] Dios debe venir de alguna parte, de alguna altura o profundidad, hasta llegar a la tierra e interpelar a Abraham. ¿De dónde viene, desde dónde se dirige a Abraham? Nada de esto se nos dice. No viene como Zeus o Poseidón, de Etiopía, donde se ha regocijado con un holocausto. Tampoco se nos informa sobre las causas que lo han movido a tentar terriblemente a Abraham. No ha discutido con otros dioses en una asamblea, como Zeus, tampoco se nos comunica lo que él decide en su corazón; inesperada y enigmáticamente llega a la escena, desde desconocidas alturas o abismos, y llama: ¡Abraham!
Igualmente ocurre con el síntoma.
Irrupción que carece de forma. Auerbach habla de un Dios carente de forma y residencia fija, se trataría de «la singular idea judía de Dios», «Dios del desierto [...] su falta de forma, de sede, y su soledad [...] La idea que de Dios se hacían los judíos no era tanto causa como síntoma de su modo de concebir y exponer