2009-01-29

Tendría que estar contenta y no lo estoy, una pena que no es honda pero es pena quiere anidar en mi pecho. ¿Será la luz mortecina de este crepúsculo de domingo? […]

El Diario de Esther, tal como se lo conoce, está compuesto por ocho entradas:
Domingo 7
Lunes 8
Martes 9
Miércoles 10
Jueves

Viernes
Sábado
Miércoles

Las últimas tres, Viernes / Sábado / Miércoles, fueron publicadas en TEXTOS DE PRIMERA PLANA. Ocupan prácticamente la totalidad de las seis columnas de las páginas 72 y 73 del número 226 de la revista.
La página 72 está ilustrada con el retrato de Puig, hecho por el ilustrador Hermenegildo Sábat, e incluye una presentación que dice así:

DIARIO DE ESTHER: 1947
En 1966, los jurados del Premio Biblioteca Breve —que concede la editorial española Seix Barral— revelaron a un novelista argentino sin ningún antecedente: Juan Manuel Puig, de 34 años. Su libro La traición de Rita Hayworth, seleccionado para la final, describía la historia íntima de una familia provinciana, enajenada por el cine, a través de diarios, del monólogo infantil de Toto y de viejas cartas. Ningún texto de Puig se había difundido hasta ahora en la Argentina. Primera Plana reproduce aquí un fragmento del capítulo 12, con autorización expresa del autor. La traición de Rita Hayworth será publicada este año, por la editorial Joaquín Mortiz.

Abajo, las cinco entradas omitidas del largo capítulo.


Capítulo XII
Diario de Esther, 1947


Domingo 7 — Tendría que estar contenta y no lo estoy, una pena que no es honda pero es pena quiere anidar en mi pecho. ¿Será la luz mortecina de este crepúsculo de domingo? Ya se va el domingo, con su bagaje de doradas promesas, y las promesas no cumplidas... de noche no brillan más, como mi broche de lata. La «E» de Esther, la llevo prendida al pecho. ¿«E» de esperanza? Mi inicial recién comprada brillaba como de oro y ahora todo lo que tengo es una letra de lata prendida al corazón, porque es su puerta cancel «¡Esther!» me dicen con dulzura, ¿y yo como una tonta abro paso a cualquier voz? ¿sincera y afectuosa? ¿o engañadora y artera?
Ya cayó la noche en mi suburbio, así como en la esquina más aristocrática de la urbe porteña, para todos se ha puesto el sol, uno de tantos consuelos del pobre. Al libro de Geometría ni siquiera lo abrí, antes de la cena podría estudiar, Esther... Esther... no te comprendo, tenés una hermana buena que antes del cine ya dejó preparada la cena, tu sobrinito es un ángel que no te da trabajo, pobrecito, si me pudiera recibir pronto de médica lo primero que le compraba era la bicicleta, entre que termino el bachillerato y siete años de facultad... pobre pibe. Sentadito en la vereda, mientras el chico de al lado da cuatro vueltas a la manzana porque tiene bicicleta. Cada cuatro vueltas se la presta una. Qué le va a hacer... si nació pobre, ¿y la tía tuvo acaso bicicleta?, nos tocó a nosotros no tenerla, pero se va a cortar la racha, Dardito, tu tía tuvo una dicha inmensa, Dios la señaló entre todos los chicos de su escuela, una populosa escuela de nuestro arrabal bordado de yuyos. Soltaría el lápiz y te llevaría hasta allá, si agarramos por el medio del baldío (¿sabes una cosa?, con vos no tengo miedo, sos un hombrecito), pisando por el estrecho sendero, esquivando las ortigas, después que saltemos la tranquera enfrente nomás podes pasar entre el alambre de púa y cruzar las vías del ferrocarril y delante de la estación está la escuela, forja de los hombres del mañana. «Una humilde niña de nuestro partido escolar, ejemplo de aplicación al estudio, compañerismo, aseo personal y asistencia, en un año de tantas lluvias y tormentas como este, no faltó un solo día a clase: la niña Esther Castagno es la ganadora de la nueva beca ofrecida por el Colegio Incorporado George Washington, de la vecina localidad de Merlo»: la directora entró en el aula de sexto grado y anunció la ganadora de la beca. Para un ilustre colegio de ricos. Pero mis hijos van a tener bicicleta, aunque nosotros no la hayamos tenido. ¿Y acaso qué? ¿Acaso fui al centro hoy domingo? Vine a tu casa, Dardito, a pasar el día, para cambiar un poco de aire... a cinco cuadras de casa. Y pasamos bien el día, aunque nos hayamos quedado solitos, tu mamá se fue a pasar toda la tarde al cine y tu papá atendió a sus deberes concurriendo al comité. Pícaro, si no hubiese sido por ti yo lo habría acompañado ¿pero cómo te iba a dejar solo?
Laurita y Graciela son ricas, claro que habrán ido al centro, como se lo tenían preparado, al cine de las tres y media, y nada de ver un programa de tres películas, o ni siquiera de dos, ¡no!, una sola, de estreno, bien cara, termina a las cinco menos cuarto y así tienen tiempo de ir a gastar más, como si fuera poco, a tomar café con leche con panqueques norteamericanos de dulce de leche. Dice Casals: «no es un panqueque arrollado como lo hacen en mi casa, y finito: es chato, redondo y grueso sin arrollar, y en el medio te sirven como un kilo de dulce de leche que vos vas repartiendo con el cuchillo por todo el panqueque, ¿y qué, ahí terminó todo?, no mocosas mejor que se aprendieran a limpiar el traste que a lo mejor todavía no saben, bueno, no, a eso de las cinco y media o seis se van a escuchar la jazz «Santa Anita» al Adlon ¡Adlon, Adlon, Adlon!, ¿qué es ese bendito Adlon? Dice Casals: «es la confitería donde van todas las chicas y todos los muchachos, y ahí se sientan juntos y toman copetines de todos los colores: el "Primavera" es jugo de frutillas con un alcohol fuerte». ¿Y dónde está el famoso Adlon que pasé por la calle de todos los negocios de lujo que me dijo Casals y no lo pude encontrar? Él me explicó lo siguiente: «Frente a esa joyería grande, no del lado de los candelabros de plata bien en frente de donde están las pulseras, anillos y todo lo de oro, y al fondo de esas vidrieras de pieles está la puerta de Adlon.» Pero yo no hubo caso de que la encontrara. También mi hermana a qué tenía tanto apuro con sus sábanas, que lo mismo íbamos a llegar a tiempo a la liquidación. Vendían a precios regalados sábanas blancas con una guarda celeste bordada en las fundas y otra guarda celeste en la sábana de arriba, y nada más, eso era todo, ¿pero para qué se necesita más?

Lunes 8 — ¡Yo sabía! Algo me anunciaba esto por algo la mano del destino me atenazaba ayer, para ahogarme casi, mano que no es mano porque es garra. ¿Se va nuestro director? ¿porque está enfermo? ¿es cierto o no? ¿qué infamia hay detrás de todo esto? En el silencio de la prueba escrita no sé cómo pude ahogar ese grito que arrancaba de lo más hondo de mis entrañas, allá donde un vigía está siempre alerta: mi agradecimiento.
Yo hubiera gritado «¡queremos a nuestro director! ¡no queremos que se vaya!» y si acaso hubiese yo podido conmover a esos niños, que otra cosa no son, esos niños inconscientes, que osaron alegrarse porque nuestro director podía ser destituido, y todo porque un día les habrá colocado alguna amonestación que otra.
Pero quien todo le debe todo haría por él. Un día un viejo maestro de ilustre carrera estampó su firma en una circular, notificando que la ganadora de la beca anual era una humilde niña de una escuela de barrio, hija de obreros, depositó su confianza en alguien a quien no conocía, poniendo así en peligro una brillante trayectoria en el magisterio, porque yo podría haber sido una mancha en el legajo de su vida. Una beca para primer año, que será renovada para segundo (y lo fue) si la alumna lo merece, y para tercero, y así año tras año, hasta que la niña deje de ser tal, pues ese día será bachiller.
Iba a contárselo a mamá pero el corazón me subió a la garganta y no pude, para qué preocuparla, ella revolvía la leche en la cacerolita nada más que para mí (¿no soy una holgazana sin perdón?) como la había revuelto apenas un rato antes para el resto de la cría. Mamá déjame de nata, ¡no quiero la leche con nata! Me guarda la nata, se cree que me gusta, y que la necesito más que nadie porque soy la que estudia, ¡pero no me gusta!, a nadie le gusta. En casa de Laurita la tiran. Es ordinaria y fea la nata ¿te crees que si la tiras vamos a ser más pobres todavía? ¿te crees qué? ay, mi hermana a lo mejor comprendía todo mi tormento, o tal vez no, pero mis estudios peligran, a alguien necesito contarle, y total quedarme toda la tarde en estas cuatro paredes para ni abrir el libro, y ahora ya es tarde, tarde, mi mamá me mata si ve que tomo frío a sacarme el camisón y vuelta a vestirme. Si alguien me acompañara todavía, pero de vuelta el Dardito me puede acompañar, pero ya debe estar frito durmiendo. Total él de vuelta se corre las cinco cuadras en un santiamén, esas patitas de conejo.
Y no estudié y no se lo conté a mi hermana, ¿y si este año no me renuevan la beca qué hago? Yo no comprendo nada, ¿por qué 5 en Zoología, 4 en Matemáticas y 5 en Historia? ¡porque la señorita no estudia!, abre su libro de texto, se encierra, hace apagar la radio a su pobre padre, ...y en el silencio con olor a puchero que hierve pacientemente hora tras hora los ojos recorren los renglones de la lección del día, mientras la mente emprende su propio viaje. Es el viaje sin meta y sin premio de una chiquilina más.
¡Qué tonta es Graciela! Se cree que me voy a creer todo lo que me cuenta, y si no sonaba el timbre del recreo ella seguía. Mañana quedó que en Música se sienta conmigo y me cuenta todo. Graciela y sus cuentos, no le di mucha bolilla y saliéndose del renglón en que estaba tomando el apunte dibuja una flecha que apunta a un cuadradito y en el cuadrado lo cierra y escribe «tengo una cosa que contarte», y ya sé, lo que tiene que contarme tiene pantalones, y el resto también lo sé, que «está loco por mí pero a mí me gusta más o menos». Sí, porque el padre tiene plata en el Banco ya se cree que la quieren todos. Se cree todo lo que le dicen. Ahora le pasó la locura por Adhemar, comprendo que guste a todas, con esas pestañas y ojos tan negros y el pelo rubio como un maizal, y ante todo no es un chiquitín, está en tercer año pero es tan serio como uno de 5°, pero... estoy casi segura de que Graciela ahora piensa en alguien cuyo nombre empieza con «H». Mejor dicho, Graciela y yo pensamos en esa «H». Esa mirada triste que busca una superficie queda donde apoyar una lágrima, su pecho es una fragua templada por el fuego del sufrimiento pero de ella brota y se escurre un diamante, una lágrima acrisolada e hirviente, una lágrima de hombre. Ha mucho que él perdió a su madre. En cambio Adhemar no creo que haya llorado jamás, dulce y educado tal vez porque su vida es sólo un panal, un castillo de miel, y si un día esas paredes se desploman me lo veo llorando como un niño sin atinar a nada; otra cosa muy distinta es la lágrima de un hombre.
Raro que «H» le guste a Graciela, pero a ella le basta con variar. Pobre hueca. Pero le vi el corazón, y allí tampoco tiene nada: «¿así que lo piantan al pelado?», fue su comentario ante el drama de un viejo maestro. Pobre mi director querido.
Mi cuñado apenas si me saludó hoy, ¿se habrá ofendido porque no no fui a la reunión del comité como prometí? Total el diputado por Matanzas iba a hablar y a último momento no fue.
¿Hace cuánto que yo no voy?... Bueno, desde el verano que no voy.

Martes 9 — Casals me salvó, pasó en Castellano y estuvo toda la hora casi en el frente, no se le terminaba la cuerda, que si no hoy seguro la Chancha me tomaba lección. Esther... ¿qué pasa... qué pasa??!! reacciona, desdichada, sabiendo muy bien que hoy era casi seguro que me tocaba a mí, con la beca en peligro, con mis sueños apilados, un palacio de barajas a merced del huracán de la desdicha. Papá se cree que estoy haciendo los deberes, y no se anima a prender la radio, en el dormitorio me muero de frío si me pongo quieta a escribir ¿esta cocina a leña nos une más que el amor familiar? y nadie pone la radio para que yo haga los deberes ¿y quién soy yo? la que estudia, la inteligente ¡la que no estudia!, un cuervo se les ha entrado en la casa no se han dado cuenta, todos en silencio, ¡y ya es más de las 10! ay mi padre, mi pobre padre, perdió el noticioso de las 10 ¡por mí!, con el brazo tronchado sujeta el diario y con la mano izquierda le da vuelta la página. Ahora que los pobres tenemos nuestro diario, sus múltiples páginas la expresión de nuestro líder, en una palabra encerrado el corazón de un pueblo... ¡Perón!, en un año que eres presidente no caben en las páginas de cada día de todos los meses de este año de periódicos las cosas que has hecho por nosotros... y sin embargo caben en tu corazón ¡juguetes para tus niños! todos los niños desvalidos del territorio nacional, ¡leyes para tus obreros! que no han de ser ya humillados, ¡auxilios para los cargados de años y los cargados de penurias! mi pobre padre, y su universo pequeño, de casa a la fábrica y de la fábrica a casa y un partido de barajas el sábado a la noche frente a una grapa: mi padre es un hombre de verdad y una grapa no pone más que un chispa en sus ojos, que un día aciago fueran transidos por el dolor...
Había una vez una inmensa fábrica y allí un capataz, el mejor que jamás hubiera. Sus manos manejaban las herramientas más pesadas y difíciles, pero él las doblegaba a su voluntad y reparaba una y todas las maquinarias del establecimiento, la inmensa forja de la que salen millones de metros de tela por día. Uno de esos días en que la producción de infinitos metros y yardas (también infinita es la perfidia del destino) se apilaba como de costumbre gracias a los esfuerzos de mi padre y su ojo alerta que no dejaba flaquear uno solo de esos herrajes... en un momento... tal vez absorbido por un algo que vio y le pareció funcionar mal, dejó por última vez reposar su mano derecha sobre el rollo asesino que se la tronchó, el rollo de las telas engomadas, el rollo que enamorado de esa mano fuerte se la llevó para siempre. Es una simple manija la que abre y cierra la puerta del ascensor, y mi padre ahora con su mano izquierda cierra y abre infinitas veces al día las rejas plegadizas del ascensor de la fábrica... «el Dardito lo podría hacer, con ocho años que tiene»... dice sonriendo mi padre, él que otrora dominara todo un ejército endiablado de pistones, tornos, tuercas, clavos, cremalleras organizadas en ejército de la industria, por el derrotero del progreso. Y vi que eran las 10 y no me di cuenta de decirle que prendiera la radio, y él se quedó callado, para que yo terminara mis deberes, los deberes que no hice. ¡Castígame, Dios mío! porque dentro mía anida un cuervo y ha caído la noche en mi alma, teñida por el negro de sus plumas.
Casals dice que estando pupilo lo mejor es estudiar para que se le pase más rápido el tiempo. Viendo pasar a Graciela me preguntó «¿quién te gusta más, mi primo o Adhemar?», y por eso antes de que Graciela me lo dijera ya confirmé yo de quién eran los pantalones de que ayer ella me empezó a hablar. Si sabe me mata. El sábado del campeonato intercolegial, «H» estaba sentado al lado mío, entre yo y Casals. De «H» sé que le gusta más ver un partido de fútbol que ese partido de volley perdido vergonzosamente por nuestro equipo representante, sé que va con Casals todos los domingos a una matinée de cine.
El primo de Casals, que se llama Héctor, la hache no se pronuncia, sabemos que está ahí esa pequeña letra, y nada más.
Hay en mí algo hoy, también, que no se pronuncia, pero está allí. Tal vez sea mejor no encontrarle un sonido. Callemos. Ese coche que pasa en este momento por mi vereda y agita las aguas del charco ya se va alejando, ya no lo oigo, ya no ha dejado más que un hueco en mis oídos, pertenece al pasado, un pasado en que se encuentra con una algarabía de voces juveniles vitoreando a un equipo de volley perdedor, y él no vitorea a nadie, lo sé ¡cuánto más le hubiese gustado un partido de fútbol! y su silencio, su voz que no vitorea, también dejó un hueco en mis oídos. Héctor, tienes una extraña sombra en la mirada ¿y eres silencioso como la primera letra de tu nombre? casi no me dirigiste la palabra, claro, pensaste que era una nena, con mis zapatos sin taco y mis zoquetes blancos, ¡qué ridícula me habrás encontrado!
Toda una grandota de catorce años vestida de nena, sí, y con soltarme las trenzas creí que estaba hermosa, la pavota, este pelacho suelto, parezco una india, eso es lo que parezco, y mi hermana qué se cree, estúpida, y se piensa que le voy a tener que estar agradecida toda la vida porque me mandó a comprar cincuenta centímetros de cinta nueva, ¡con quince centavos ¿qué se creyó? ¿que iba a quedar la mejor de todas? ¿no sabe lo que gastan esas mocosas en vestir? no se imagina siquiera esa ignorante que hay gente que para un vestido a la niña de la casa se gastan lo que nosotros gastamos para mantener la familia todo un mes. Todas tienen tacos bien altos, peinados de señorita y pollera ajustada. Mientras que yo por esa porquería de cinta de la que salta toda esta mata de pelo duro le tengo que andar diciendo gracias hasta el año que viene...
Cuando doblé por el pasillo para salir del gimnasio, Héctor estaba prendiendo un cigarrillo, callado, ¡él es tan grande, se aburrirá entre nosotras mocosas! Tiene diecinueve años, y miraba pensativo la vitrina con las copas de los campeonatos. Héctor, quiero cambiarte el nombre... Alberto, o Amadeo, o Adrián, o Adolfo, ¿no te das cuenta por qué, porque así tu nombre va a empezar con «a», como alegría...

Miércoles 10 — ¿Dios tuvo oídos para mí? Nuestro director ayer presentó la renuncia pero no se la aceptaron ¿por qué se habrá visto obligado a dar ese paso? ¿estaré salvada? ¿y qué hice yo por él en estas circunstancias aciagas? pero calla, Esther, calla de una vez ¿quién eres tú para ayudar a tu director? Calla y ruega, ya que «el silencio de la plegaria es la música preferida de Dios» como dijo alguien que sabía más que yo. ¿Rezará Héctor por las noches? ¿me habrías creído, Esther, si ayer te hubiese dicho que... el DOMINGO esa y otras preguntas le podrás hacer a Héctor? ¡Casals, bendito sea Casals!
Le dije yo: «Casals, ayer a la tarde le tuve que ir a retirar los papeles del Ministerio de Trabajo y Previsión a mi papá que sabés que dan subsidio a los mutilados, y fui de paso por la calle de Adlon y no lo pude encontrar, para mí que me explicaste mal», y no recuerdo exactamente la conversación cómo siguió, pero bueno... ¿será cierto? ¿es Dios una centella? ¡qué cosa de decir! ¿y cómo me atrevo a sacar a colación esa tontería? Y bien, fue el verano pasado: venía yo de lo de mi hermana y quien mucho necesita de Dios eleva siempre su mirada al cielo, un cielo azul mar de tardecita calurosa, y por la vereda adornada de alguna pareja y una que otra comadre que sale a tomar el fresco mirando a lo alto vi una centella... ¡un deseo! ¡pronto! ¡hay que pedirle a la centella un deseo! pero me avergüenzo de sólo recordarlo, y no sé si me animaré a contarlo en estas cuartillas. Pude pedir más salud para mi madre... pude pedir la confirmación de mi beca... pude pedir más aún: que mis estudios puedan continuar hasta recibirme de médica... pude pedir ¿por qué no? una bicicleta para el Dardito... o la lotería, para todos olvidarnos de estrecheces y pagarle servicio doméstico a mi madre... ¿y qué fue lo que pedí? tan sólo se me ocurrió (en ese instante que me desnudó ante mí misma) lo que podría haber pedido Graciela, o tal vez también Laurita: cuatro letras me subieron a la garganta, me embriagaron cuatro letras como un trago de la grapa más fuerte, y una chiquilina más... pedí Amor.
Bueno, la cuestión es que ayer, a la hora en que el sol estaba en el cenit de un cielo casi blanco de luz, apenas terminamos el almuerzo llegó Casals a la mesa pero ya Laurita se había levantado y se sentó al lado mío y fuimos al parque hasta que sonó el timbre de vuelta a clase. El pasto todavía estaba mojado y hay mucho barro todavía pero por fin pudimos caminar un poco al sol y aprovechar nuestro inmenso parque después de tantos días de lluvia.
Casals entonces (ni que yo se lo hubiera pedido), empezó a hablarme de Graciela, y que Laurita antes hablaba mal de Graciela pero ahora la defiende y que Graciela es una porquería. Así se expresó Casals: «Graciela, sabés Esther, estábamos el domingo con mi prima en la Cabaña Canadiense comiendo panqueques después del cine y pasó por la mesa con esa amiga que vino con ella para el partido intercolegial, esa nariz ganchuda y se pusieron a hablar ahí paradas al lado de la mesa y mi primo les dijo que se sentaran y yo lo hubiese matado que se sentaron y pidieron también panqueques y tuvo que pagar mi primo con la plata mía para Adlon» ¡y Casals se quedó sin Adlon! y a esas dos asquerosas le dijo que había visto el estreno de Ginger Rogers y según las palabras de Casals: me dicen que es vieja Ginger Rogers, que no les gusta y me miraron con una cara como diciendo que yo era un tarado y le preguntaron a mi primo si le había gustado la película ¡y el idiota les dice que no! y yo creí que le había gustado y ellas le preguntan si yo había elegido el programa y él les dice que sí, que yo siempre elijo y ellas le dijeron «pobre, qué paciencia ¡mira qué inmundas!» y para colmo llovía y qué iban a hacer hasta la hora de volver al colegio si no tenían plata para Adlon y no podían ir a caminar por el centro porque llovía y se tuvieron que quedar ahí en esa mesa, y decía Casals «¡qué domingo! y Laurita dice que Adlon estuvo fenómeno, llegó el Charrúa con las de Kraler, la de quinto y la de tercero también». «Nunca hablé con las de Kraler ¿vos hablaste con ellas alguna vez? el padre es dueño de casi la mitad de Río Negro, es alemán. La más grande es la más linda ¿no te parece a vos? y la orquesta dice Laurita que tocó el "Boogie de los lustrabotas" y la de Kraler sabía toda la letra en inglés y cantó despacito en la mesa y la otra de Kraler dice Laurita qué toca la batería con las cucharitas de la mesa y los vasos y las tazas y todas las mesas los miraban que ellos eran los que se divertían más.»
Me contaba el pobre chico: «Héctor nos dejó en la estación y en el tren si te digo que la nariguda compró chocolate y le pedí un pedacito y me dijo que me comprara y yo le dije que la había invitado con el panqueque o si ya se había olvidado y entonces me dio la mitad y me dijo que yo era muy chico para salir con ellas» ¡y tiene catorce años igual que yo y que él! Casals me hizo sentir avergonzada cuando agregó «yo sé que a casi todas ustedes les gustan los de 5° ¿pero no te parece que son grandes para ustedes? tienen diecisiete o dieciocho años».
Y fue entonces que me animé, en la vida se necesita coraje, bien dicen que sin coraje no hay guerra, y le dije que me moría de ganas de conocer a Adlon, y recién entonces se le ocurrió decirme por fin dónde está Adlon, en frente de la joyería y al lado de pieles «Fantasio»... pero en el primer piso, y la entrada está al fondo de la galería y por más que pase por la vereda no se ve la entrada, y habrá que mirar arriba para ver las ventanas de donde sale la música, dice Casals, cuando toca la orquesta Y... «¿por qué no venís un domingo con nosotros?», y Esther azorada «¿adonde?» y respondió «al cine a la matinée, y después basta que me des para pagarte el panqueque y dos pesos más para una naranjada en Adlon, nos sentamos en la mesa con Laurita y así mi primo habla con ella por primera vez». Y le pregunté qué es lo que hacen los muchachos y las chicas los domingos desde que se encuentran hasta que se separan. Y dijo así: «Se encuentran en el cine y están toda la película con la mano agarrada, después van a comer algo al bar lácteo y después a Adlon donde tocan la música especial para parejas. Y en la mesa se dicen que se quieren, hablan de la película que vieron y planean qué película van a ver el domingo siguiente y lo mejor de todo es si en la semana hay un feriado así no tienen que esperar una semana y la hora se acerca de acompañar el muchacho a la chica al colegio y en esas cuadras oscuras se besan y se aprietan.» E inquirí: «¿es eso lo que te cuenta Héctor?» pero vi pasar como una sombra por su rostro y continuó con lo siguiente: «Adhemar cuando salía con la más chica de Kraler el año pasado, como ella también está pupila él la acompañaba hasta la verja del pabellón de chicas y desde ahí los espía la vieja celadora de las chicas, que es tan buena, y la Kraler no toma alcohol porque es protestante pero Adhemar en Adlon tomaba un "Manhattan", mezcla de whisky no sé qué más y me parece que con eso se le iba la timidez y le decía a la de Kraler lo que todos los pupilos sabíamos». E inquirí sobre lo que todos los pupilos sabían. A lo que respondió: «yo le pregunté a Adhemar si la quería a la Kraler y me contestó que "una piba así merece que la quieran para toda la vida". Quién sabe por qué se habrán peleado...» Y Esther taimada le dice a Casals «a vos la que te gusta es la de nariz ganchuda y no lo querés decir, claro, porque es más linda que Laurita, que creí que era la que te gustaba». Y respondió Casals con voz que le salía del cofre de sus sueños: «Laurita es la mejor».
Pero a ella le gusta el Charrúa que tiene veinte años. Y me preguntó Casals: «¿no le gusta Adhemar? el Charrúa es un salvaje de la selva», a lo que añadí: «Pero si Laurita te gusta a vos, por qué le querés hacer gancho con tu primo?» «Mi primo tiene cuatrocientas novias, qué le importa a él de Laurita, pero lo mejor es hacerse de la barra de las de Kraler y Laurita y todos. Y esto es secreto: el año que viene mi primo no está porque le toca el servicio militar, y yo ya quedo adentro de la barra.»
Pobre chico, se hace ilusiones, y se lo dije, por qué no buscaba una más chica, una del primario, y me respondió: «Con una de esas no se puede hablar de nada, son muy chicas.» Y de buenas a primeras me cortó la respiración: «Voy a hablar por teléfono a mi primo a ver si este domingo vamos al cine o si él me viene a buscar a la salida después del partido de River, porque ahora ya me deja tomar el colectivo solo al centro, sabes, si querés venir entonces yo le hablo y le digo.» Sí, sí sí, se oyó exclamar a una tonta colegiala, su corazón, cual niño que gatea y de repente se larga a caminar, hoy se aventuró a dar un primer paso.
Nunca lo olvidaré, Casals me llevó hasta Secretaría a telefonearle al primo y yo quería escuchar lo que decía y justo me viene la empleada con la noticia de que el director se queda y no me dejó oír una palabra de lo que decía Casals por teléfono. Qué bueno es.
El domingo…, el domingo, Esther, es tu primera cita con la vida, al mismo tiempo que Laurita a la una del mediodía come apurada su almuerzo de domingo en su vasto chalet de rojas tejas, ¿y Graciela? me la imagino muy bien, consentida en todo por sus padres, se desata los rulos en la mesa, mientras picotea un delicado postre de cocina, en el suntuoso comedor de su departamento frente a la aterciopelada Plaza Francia; pero tanto una como la otra como la otra (¡esa tercera soy yo!), sólo obramos en pos de un sueño, un sueño romántico.
Cita a las tres en el majestuoso jol del cine más lujoso de Buenos Aires, un palacio de las mil y una noches, donde se proyecta la película que eligió Casals. Y como si no bastara con el sueño que llevo en mi alma —y que henchida me empuja como un huracán de popa— otro sueño se proyecta en la pantalla, otro sueño de otra u otro que como yo... se apresta a amar, ama, o recuerda haber amado. Lágrimas, sonrisas para la heroína, o para mí misma en ella retratada, y sobre la palabra fin las luces de la sala vuelven a iluminarse. Casals está junto a mí ¿te gustó la película, Casals? lo que esperaste toda la semana mientras pasabas hoja a hoja las lecciones a estudiar, y ahora a salir de este mundo de gente, una oleada de público se vuelca a las calles del centro de la gran urbe, cuyas luces (azules y rojas son más que nada las luces de mi ciudad) se van dibujando cada vez más claras sobre un cielo azul cada vez más oscuro, sobre una taffeta azul tornasolada (el cielo de Buenos Aires) lucen joyas (sus incandescentes letreros), que son pedrería prendida a la taffeta que prendida a mi carne no me deja olvidar que es día de fiesta.
Y llegó la hora de los panqueques en la Cabaña Canadiense, «todo llega en la vida» dice mi madre, y llega un mozo con casaca ribeteada de amarillo y blanco con dos panqueques a la americana y dos tazas humeantes de café con leche. Y mientras se va acercando la hora, porque Casals calcula que a las seis y cuarto ya podrá llegar ¿quién? ¡Héctor! ¿quién otro va a ser? porque ni bien terminó el partido de su equipo favorito se largó a las calles, tomó el colectivo como una exhalación y ya está en la pensión bañándose y todavía el pelo corto (¿y un poco de carpincho?) no se le ha terminado de secar que aparece en el cálido recinto de la Cabaña Canadiense. A las seis y algo es de noche cerrada ¿y dónde está el sol? pero los rayos tibios de la corta tarde que perdimos escondidos en la penumbra de un cine... si yo estiro la mano y acaricio la mejilla de Héctor estoy todavía a tiempo de tocarlos, oh tibios rayos, ya que el astro rey dejó su encendido color en toda la muchachada encaramada en las tribunas.
Y todo llega en la vida, llega también el momento de preguntarle todo lo que se me ocurre, de qué equipo es, qué jugador le gusta más, si piensa seguir estudiando, y sus ideas políticas para ver si en su corazón hay un lugar para los pobres, todo se lo puedo preguntar, tenía razón mamá que la vida es mía, y mi hermana que dice «no te cases joven, no te cases joven» porque la juventud manda y ya llegarán las obligaciones y las responsabilidades, pero ahora es la hora de divertirse, de vivir y dar alas a los sueños que anidan en nuestro corazón, es tu hora Esther, porque después de una animada charla iremos a caminar por las veredas del centro (una vía láctea desmembrada en prolijo cuadriculado: el centro de mi ciudad) e imantados por un polo poco tardaremos en subir las escaleras por donde ya se empieza a escuchar la síncopa electrizada de una orquesta de jazz, y bajo las ultramodernas lámparas difusas de Adlon, recortándose en el aire satinado, luciendo sus mejores galas está la juventud triunfadora del Colegio Incorporado «George Washington» y Casals hace su maniobra y al sentarnos a mí me pone al lado de Héctor, y la orquesta ataca un cadencioso fox y a lo mejor Héctor se quiere cambiar de asiento y sentarse al lado de otra ¿cómo puede una pobre niña inexperta saber lo que una dama habría de hacer en esas circunstancias? ¿pero es posible Dios mío lo que estoy sintiendo?... ¿basta tan sólo esto para barrer con mis dudas —telarañas del alma— tan fácilmente?... sí, ya todo es verdad, ya nada es feo, falso, triste o malo en el mundo, porque... bueno, es tan simple... es que Héctor me ha tomado la mano debajo de la mesa, y me la estrecha, y nuestros corazones laten al compás de un fox, y Esther ¿qué más puedes pedir? ya nada más hay que pedir, porque en este mundo a la vuelta de cada esquina florecen un rosal y una pareja, y no hay nada más que pedir, sólo una cosa, sí, por favor, una cosa... que los relojes se detengan y el tiempo muera por siempre, cuando sea domingo.

Jueves — La felicidad... eres mujer, y por lo tanto esquiva ¿y también mentirosa? ¿prometes y no cumples? Empecemos porque mamá no me quiere dejar, y sigamos porque mi hermana de una vez por todas reveló lo que es: una pobre orillera, la detesto. Con el tapado mostaza, que ella se cree que es lo más fino que hay y vienen ganas de darle limosna, y semejante grandota con un hijo de ocho años se quiere venir a sentar entre nosotros en Adlon. Es ella la que nunca oyó decir que una chica de catorce años puede salir sola con sus compañeros, ella solamente porque es una pobre diabla que nunca salió de este barrio de mala muerte. Y cuando se saca el tapado se cree que va a quedar muy linda con ese traje de saco que ya se le está destiñendo el teñido que era lo único que lo salvaba de esas rayas amarillas y rojas, pero se ve que está teñido, la anilina se nota porque la tela está como quemada.
Tal cual una nena de cinco años ahí con mi hermana para que no me pierda. Antes de ir con ella me mato. Y mi cuñado qué envidioso, eso es lo que es, me dice que por qué no le llevo «la barrita pituca» al comité, así les canta cuatro frescas... Un domingo quiere él que la juventud se vaya a encerrar a un comité, y se lo dije, y me contesta: «A las pendejas esas llévalas al comité, vas a ver cómo las hacemos divertir los muchachos». Mientras viva no olvidaré su grosería.
Y Casals hoy viene y me dice si yo me iba a dejar acompañar hasta casa por Héctor, y miraba para otro lado como para aguantar la risa. Además agregó: «¿Tu cuadra es muy oscura? pero no vas a tener miedo, porque él te tiene abrazada y te defiende ¿no?», ¿qué querés decir? «nada, mi primo ya te va a decir lo demás, vas a aprender mucho con él». Yo no pude aguantarme y le di un terrible pellizcón en el brazo, y Casals me agarró de una trenza y me dice dándome tirones como jugando pero medio me dolían: «no seas tonta ¿no se puede bromear con vos? mi primo y yo te vamos a acompañar, así que delante mío no puede pasar nada, ¡a no ser que me hagan esperar en la esquina!», y se reía. Yo le dije: «eso es lo que querrías hacer vos con Laurita», y el mocoso pretencioso me contestó: «si yo fuera Adhemar tendría que elegir entre la de Kraler y Laurita».
En casa yo tendría que haber dicho que era una fiesta del colegio, cualquier macana pero que se hacía en el centro en vez de en el colegio. Una fiesta para celebrar la confirmación de nuestro director en su puesto, que bien merecería una fiestecita mi buen director. Pero preferí decir la verdad, yo creo que antes de entrar a Adlon con mi hermana prefiero la muerte, que me pise un auto al cruzar las diagonales del centro, aunque los autos tendrían que pisarla a ella, sí, que pise una cáscara de banana de esas que a lo mejor se lleva en la cartera para comer en el subterráneo, es capaz de eso con tal de llenarse el buche a toda hora. Yo me sé aguantar el hambre si me viene, si no tengo dinero para entrar a un bar paciencia, pero no voy a poner en la cartera un pedazo de queso como ella el día de las bananas.
Bueno, he llegado al final de este cuaderno, y, por falta de más renglones, el final de este barato cuaderno de almacén (con alguna que otra gota de grasa), coincidirá con el final de un día que no le va en zaga, quiero decir que también mi día está manchado.
[…]

2009-01-21

RETRATO DEL NOVELISTA DESCONOCIDO
La improvisación repetida. Rita traiciona otra vez.
Primera Plana (Buenos Aires),
N° 226 (25 de abril de 1967), 66-67


[…] Una nota de Mary McCarthy en Encounter […] lo envió [a Manuel Puig] a las páginas de Ivy Compton-Burnett. «Para mi gran sorpresa… descubrí que mis diálogos de incógnito ya habían sido hechos hace 20 años: y pensar que creía haber inventado algo nuevo», informó [Manuel Puig a Emir Rodríguez Monegal, 11 de abril de 1967] con esquinado humor.
Referencia a lo expresado al tope de la tercera columna, p. 66

[…] Se eligió Diario de Esther: 1947 para la revista porque, como Borrini [corresponsal de Primera Plana en Nueva York] le explicó a Manuel, era el único capítulo «que tu padre podría leer sin ningún problema». […] Como le escribió Manuel a Emir, «supongo que una nota en Primera Plana te pone en órbita enseguida». Pero los extractos del Diario de Esther podían ser entendidos como «demasiado cercanos a lo real», advertía Emir […] Sin el comienzo sentimental ( Domingo 7 Tendría que estar contenta y no lo estoy, una pena que no es honda pero es pena quiere anidar en mi pecho. ¿Será la luz mortecina de este crepúsculo de domingo?) donde como Manuel lo expresó: «al faltar el principio del capítulo (donde yo cargo más las tintas para hacer entrar al lector en el juego) parece que el cursi es el autor y no el personaje». Tal como apareció en Primera Plana el extracto invitaba a lecturas altaneras y erróneas y rechazos hoscos, como [el ácido comentario de Juan Carlos Onetti:] «Sé cómo hablan los personajes de Puig; lo que no sé es cómo escribe».
Referencia a «una aventura del lenguaje (ver páginas 72/73)» en la segunda columna, ocho líneas debajo del subtítulo, p. 66

Manuel Puig y la mujer araña, de Suzanne Jill-Levine.
Seix Barral Los Tres Mundos Biografía


2009-01-11

Desde que era niño, a Takachan le ha dado miedo el cuadro del infierno, ¿verdad Mitsu? —comenta el monje, luego de que Taka se fuera hacia el osario.
Al rato, Taka retorna con las cenizas del hermano S. El mal humor y el abatimiento de Taka antes de dirigirse al osario transmutan en una especie de exaltación. Dice que encontró los anteojos de S junto con las cenizas y le hicieron recordar la cara del hermano asesinado en la colonia coreana.
Este pasaje de los anteojos resulta significativo, porque el capítulo se inicia con la visión de una gorda, que no puede moverse ni dormir bien. El capítulo lleva como título los versos de Edgar Allan Poe, que en la traducción del japonés al español de Miguel Wanderbergh dicen:

¿No es todo lo que ve y se ve sino
un sueño en un sueño?


En compañía de los hermanos se encuentra la esposa de Mitsu. Los tres se suben a un citroën.
Taka maneja el citroën, la esposa de Mitsu ocupa el asiento del acompañante con las cenizas de S en su regazo y Mitsu va en el asiento trasero.
Taka recuerda a S con uniforme militar. Un militar galante, extrovertido y varonil, que cada vez que se cruzaba con alguien del valle, saludaba con un taconazo como un soldado nazi. Mitsu dobla las rodillas y se tumba en el asiento; no hará falta que cierre los ojos para revivir el color de las llamas del cuadro del infierno.
Los rollos narrativos del medioevo japonés abarcaban distintos temas y asuntos. Los del infierno me atrajeron desde que topé con los de los fantasmas hambrientos en el conocido ensayo de William Lafleur, en la parte primera de Fragmentos para una historia del cuerpo humano.
Algunos de estos rollos han sido seccionados y las partes de texto se perdieron. Se pueden contemplar las pinturas solamente.
Esto parece ser lo que ocurre en el templo con los protagonistas de El grito silencioso: observan dos secciones pictóricas del rollo del infierno y comentan sus impresiones acerca de lo que en dichas secciones ven. Abajo podrá verse un detalle de la imagen previa, que corresponde al penúltimo de los cuatro dominios del jigoku-zōshi. Tal vez resulte ser el cuadro del espíritu femenino; aquel respecto del cual la mujer de Mitsu dijo:
Ese demonio que está vuelto de espaldas y parece parte de la roca, ese que se dedica a atormentar con tanto ahínco al espíritu femenino, tiene el cuerpo cubierto de sombras negras […]; no se distingue bien si son músculos o cicatrices, pero le dan muy mal aspecto, ¿no creen? En comparación, el espíritu femenino al que le está pegando parece estar en mucho mejor forma física. Incluso se diría que está tan acostumbrado al demonio que ya no le tiene miedo, ¿verdad, Mitsu?
La esposa de Mitsu habría estado observando el cuadro con la punta de su nariz rozando el cuadro, dado que el demonio y el espíritu femenino son, en verdad, unas miniaturas en la superficie que mide poco menos de veintisiete centímetros de alto.
De cualquier manera, estas son curiosidades del andamiaje que Kenzaburo Oé arma para poder transitar el viaje en el citroën. Hay hasta acá un sugestivo título, una mujer gorda, unos anteojos, las cenizas de un hermano asesinado, dos cuadros del infierno.
Falta la leyenda, si puede usarse la expresión.