2009-01-11

Desde que era niño, a Takachan le ha dado miedo el cuadro del infierno, ¿verdad Mitsu? —comenta el monje, luego de que Taka se fuera hacia el osario.
Al rato, Taka retorna con las cenizas del hermano S. El mal humor y el abatimiento de Taka antes de dirigirse al osario transmutan en una especie de exaltación. Dice que encontró los anteojos de S junto con las cenizas y le hicieron recordar la cara del hermano asesinado en la colonia coreana.
Este pasaje de los anteojos resulta significativo, porque el capítulo se inicia con la visión de una gorda, que no puede moverse ni dormir bien. El capítulo lleva como título los versos de Edgar Allan Poe, que en la traducción del japonés al español de Miguel Wanderbergh dicen:

¿No es todo lo que ve y se ve sino
un sueño en un sueño?


En compañía de los hermanos se encuentra la esposa de Mitsu. Los tres se suben a un citroën.
Taka maneja el citroën, la esposa de Mitsu ocupa el asiento del acompañante con las cenizas de S en su regazo y Mitsu va en el asiento trasero.
Taka recuerda a S con uniforme militar. Un militar galante, extrovertido y varonil, que cada vez que se cruzaba con alguien del valle, saludaba con un taconazo como un soldado nazi. Mitsu dobla las rodillas y se tumba en el asiento; no hará falta que cierre los ojos para revivir el color de las llamas del cuadro del infierno.
Los rollos narrativos del medioevo japonés abarcaban distintos temas y asuntos. Los del infierno me atrajeron desde que topé con los de los fantasmas hambrientos en el conocido ensayo de William Lafleur, en la parte primera de Fragmentos para una historia del cuerpo humano.
Algunos de estos rollos han sido seccionados y las partes de texto se perdieron. Se pueden contemplar las pinturas solamente.
Esto parece ser lo que ocurre en el templo con los protagonistas de El grito silencioso: observan dos secciones pictóricas del rollo del infierno y comentan sus impresiones acerca de lo que en dichas secciones ven. Abajo podrá verse un detalle de la imagen previa, que corresponde al penúltimo de los cuatro dominios del jigoku-zōshi. Tal vez resulte ser el cuadro del espíritu femenino; aquel respecto del cual la mujer de Mitsu dijo:
Ese demonio que está vuelto de espaldas y parece parte de la roca, ese que se dedica a atormentar con tanto ahínco al espíritu femenino, tiene el cuerpo cubierto de sombras negras […]; no se distingue bien si son músculos o cicatrices, pero le dan muy mal aspecto, ¿no creen? En comparación, el espíritu femenino al que le está pegando parece estar en mucho mejor forma física. Incluso se diría que está tan acostumbrado al demonio que ya no le tiene miedo, ¿verdad, Mitsu?
La esposa de Mitsu habría estado observando el cuadro con la punta de su nariz rozando el cuadro, dado que el demonio y el espíritu femenino son, en verdad, unas miniaturas en la superficie que mide poco menos de veintisiete centímetros de alto.
De cualquier manera, estas son curiosidades del andamiaje que Kenzaburo Oé arma para poder transitar el viaje en el citroën. Hay hasta acá un sugestivo título, una mujer gorda, unos anteojos, las cenizas de un hermano asesinado, dos cuadros del infierno.
Falta la leyenda, si puede usarse la expresión.

6 comentarios:

La ninfa dijo...

¿Estás de vacaciones?

euridice dijo...

El infierno de los gritos, de las flamas frías y de los espíritus acostumbrados al alarido, tal vez sea un mundo imposible para los vivos.
Sospecho que el grito silencioso necesita de un cuerpo vivo.
Dolor orgánico, ramalazo en la cara.

Gustavo López dijo...

El grito silencioso necesita de más de una cabeza puesta recordar el alarido de S.

Ps: en cierta forma, Ninfa.

La ninfa dijo...

¿Saliste a desafiar las rutas con el Torino?

Gustavo López dijo...

El Dakar, jajaj jaja, un infierno.

Víctor Sampayo dijo...

En la imagen que muestras, el espíritu femenino no sólo parece acostumbrado al demonio, sino que incluso parece que le divierte un poco esquivar los golpes del maltratado ser infernal, ¿es acaso por coquetería?