2009-08-26

—¿Por qué me miras así?
—Parece que no me recuerdas...




Te vi por primera vez en los jardines de Frederikstad. Estabas de pie, sola, alejada de los demás en una balaustrada de piedra sobre la que posabas tus manos, con los brazos un poco extendidos. Estabas mirando hacia el paseo. No viste cómo me acercaba. Pero oíste mis pasos en la grava y te giraste.
—No era yo. Me confundes con otra persona.
—Recuerda. Estábamos cerca de una escultura... un hombre y una mujer, de estilo clásico cuyos gestos petrificados parecían querer decirnos algo. Me preguntaste quiénes eran. Yo respondí que no lo sabía. Empezaste a hacer conjeturas y yo dije que podríamos ser tú y yo. Entonces te reíste. Te amo. Te amé entonces... al oír tu risa. El resto de la gente se había ido acercando. Alguien identificó la estatua. Personajes mitológicos, dioses o héroes de la Antigua Grecia. O quizás fueran una alegoría, o algo parecido. Dejaste de escuchar. Parecía que estabas en otro lugar, muy lejano. Una vez más tus ojos estaban serios, ausentes. Te giraste y dirigiste de nuevo tu mirada al camino. Una vez más nos separamos.


¡Eso es imposible!

2009-08-14

Dice Raúl Beceyro* que en las películas de Abbas Kiarostami se produce una unión agridulce de materiales documentales con una sofisticada organización narrativa. Y que «nuestro» saber, o lo que creemos saber del momento final, queda suspendido. Es sólo una idea, de la cual me serviré para ilustrar mi lectura de Magic Resort.

De Max me atrajo el humor. Esa zona de la novela tiene momentos que carretean en una dirección 1984 o Naranja Mecánica, pero pura imaginación mía. Todavía no comprendo la inserción de los juegos de suma cero en el «armado» de Max.
Me sentí más a gusto con Lenis porque me llegó la tensión entre la Franja de Gaza y las traducciones, las encuestas, los pufs, las plays, el ping-pong, el psicoanálisis. La pantalla «lejana» resulta sangrienta, dura y hasta sucia. El cuaderno tiene oraciones largas. El primer sitio en el cual experimenté que la novela me tuvo en sus redes fue en la página cincuenta y uno, donde Lenis relata lo del taxi.
Poco más adelante, las referencias que huyen... nuevamente Max. Me gustó el título: Las heridas son fieles. Pero al concluir este segundo Max me quedé pensando en la función «otro». Max se había estructurado en función de Tutor y luego de Dante. Así que Max no puede, tal como declara en la pagina sesenta y tres, arreglárselas solo. El tipo hace planes como también los hace Lenis: se propone rutinas en busca de alcanzar un equilibrio. Empieza a revivir por el lado de Dante, aunque la voz de Dante suene patética, tan patética como la de Marcia durante el paseo por el shopping. Sucedió ya con Lenis y su cuaderno: la narración en Max se refuerza por la vía del diario íntimo. La cita final de Dante, como dije respecto a Lenis y Rush en el instante del taxi, hizo que no consiguiera yo salir de las redes de la novela. Esas palabras de Dante hablan de algo «verdadero y profundo» por detrás de las «fruslerías y lugares comunes». Y yo estaba pensando en las fruslerías y lugares comunes de Marcia; o sea, me encontraba repentinamente con unas palabras que parecían dirigidas a mí. Era la máquina narrativa funcionando a pleno.
Noche y niebla hace honor al contraste entre el cibernauta y la abuela. Pocas páginas más adelante, exactamente en el «vagabundeando» y tras los puntos suspensivos de las palabras de la abuela dirigidas a Rocío, gocé por aquel contraste y enseguida me reí. Me reí de veras en compañía del texto, porque en el renglón siguiente a los puntos suspensivos, me encontré con las «risas» que parecían compartidas y escuchadas por la novela. Es decir, lo mismo que ocurrió cuando lo de Dante: el lector vive cosas que la novela escucha.

El documental propiamente dicho viene dado por Rush, pero no exclusivamente por él. Creo que en Magic Resort los escritos de distinta índole funcionan de manera documental. Inclusive los sueños de Rush. Así como las imágenes de las portadillas y los versos de Eliot.
Me quiero detener un poco en los escritos en cuadernos o diarios. En Noche y niebla no hay otra señal aparte de la bastardilla para indicar que Rocío escribe. Este esquema renueva una fuerza que, más adelante, recuperará su intensidad en La desolación es sutil. Existe esa misma fuerza en los e-mails. Sin embargo, la narración podría haber dado pautas que inscribieran a los textos como correos electrónicos, sin recurrir a los encabezados. Rescato que al final, Rocío exprese que los correos de Max están en función carta.
La crónica de Rush hace bien a la novela. Fue un logro haber insertado ese mensaje de zozobra apocalíptica. Lenis se desdibuja un poco en la historia. Por último, puesto el foco en la bipolaridad de Max, tal vez algo emane de él que hable de Magic Resort como un todo suspendido. Max encuentra algodones en el «hasta que te vea» de Rocío. Un final de desplazamiento, como sucede con los afectos. Un tránsito excéntrico y discontinuo del afecto.


* R. Beceyro hizo en mil novecientos ochenta y ocho una adaptación cinematográfica de Nadie nada nunca.

2009-08-01

Estoy feliz por haber resuelto la búsqueda. Intentaré resumir los pasos.
Cuando finalicé Werther tenía en mente la siguiente acepción de miniatura, según el diccionario de la Real Academia:

Pintura primorosa o de tamaño pequeño, hecha al temple sobre vitela o marfil, o al óleo sobre chapas metálicas o cartulinas.

Por lo cual, descargué distintas versiones digitales y orienté la pesquisa a partir de la palabra clave: pintura. Sin embargo, los contextos no tuvieron que ver con la miniatura, por decirlo de algún modo.
No obstante, y cuando iba a darme ya por vencido, volví a Barthes, como quien vuelve al lugar del crimen. Sucedió que, delante de mis atónitos ojos, leí la frase:

¡Oh!, cuando esta magnífica Naturaleza, desplegada ante mí, me parece tan glacial como una miniatura cubierta de barniz…

Me di cuenta de que el problema estaba en la traducción. Así que volví a la edición en alemán y se me ocurrió rastrear la palabra barniz. El problema era que los barnices se nombran de once maneras distintas en alemán. Yo no sabía cuál de las once palabras en alemán designaba el barniz artístico.
Comencé a escanear, o a leer por arriba, aquellas partes de la novela en las que aparecían cada una de esas palabras. Ardua tarea.
Después de la mitad, en la séptima búsqueda, hallé el siguiente contexto:

—o! Wenn da dieseherrliche Natur so starr vor mir steht wie ein lackiertes Bildchen...

La palabra clave había sido: lack, que sonaba muy parecido a nuestra laca. De manera que tomé lackiertes como laqueado. Pegué un salto, al advertir las dos correspondencias: «—o! / ¡Oh! » y «Natur so starr / magnífica Naturaleza». Tres puntos de apoyo en una constelación de poco más de una docena de palabras resultaban alentadores, casi la prueba de que había encontrado el pasaje de Goethe, citado por Barthes.
La constelación pertenecía a la entrada del 3 de noviembre. Restaba luego revisar mi Werther de la Biblioteca Básica Salvat (1969), o cualquiera de las ediciones digitales, para verificarla.
El encuentro estaba por suceder, y, en esa fecha, 3 de noviembre, Werther se halla atónito, o, en palabras de Goethe, apagado y cerrado al mundo. Su corazón muerto. Y sus ojos secos contemplan el paisaje a través de la ventana:

...este admirable cuadro, ahora inanimado y frío como una estampa de color...

No piensen que estoy loco, «amados míos». Estos fueron los pasos que seguí para comprobar la hipótesis de la pintura. La «miniatura vidriada» no era lo que yo había supuesto, sino un «cuadrito laqueado». De todos modos, si haberlo averiguado representa algún mérito, éste acaso resida en haber descorrido algunos velos de las traducciones del clásico de Goethe. Inmediatamente abajo una versión de Longseller muchísimo más próxima a la de los Fragmentos, y, al pie, la novela misma en una versión que no difiere sustancialmente de la de Salvat.