2010-12-20



Galería del Quijote

2010-12-15

En la segunda parte de Avellaneda, Álvaro Tarfe juega el papel que en la de Cervantes desempeñan los duques. Así queda de claro en el capítulo X. El Quijote se repone de las palizas del melonero y de los carceleros de Zaragoza en casa de Don Álvaro. Cuando éste lo despierta, venida la mañana, le dice:

¿Cómo le va a vuesa merced, mi señor Don Quijote, flor de la caballería manchega, en esta tierra? ¿Hay alguna aventura de nuevo en que los amigos podamos ayudar a vuesa merced?

A pesar de que el Quijote llegó tarde para las justas de Zaragoza, las cuales ya han sucedido, Don Álvaro le anuncia que para después de mañana, que es domingo, tiene concertada una sortija entre los caballeros de la ciudad, y han «de ser jueces dellas los mismos que fueron de las justas».
Durante el capítulo X, me reí con las desnudeces del Quijote y también con las caballerescas poses que ensaya en la soledad del cuarto cuando se retira Don Álvaro.
Dicho capítulo termina con los preparativos de Don Álvaro y los demás caballeros que lo secundan. Van a dar parte a «mucha gente principal y de humor del extraordinario que gastaba Don Quijote y de lo que con él pensaban holgarse y dar que reír a toda la plaza el día de la sortija.»

2010-11-30

Voy a ser muy ordenada, escribe con mayúsculas la que cuenta el traslado de los restos de Perón a la quinta de San Vicente. Lo que sigue es un mordaz fragmento del relato de Sol Prieto en Los días que vivimos en peligro.

[…] Yo sabía de la interna pero él tiene una memoria de servicio, realmente, y me contó, cuando entrábamos, todos los enfrentamientos previos. Enumeró fechas y lugares en los últimos años, usando números en todas las oraciones, ¿viste que el chabón es así?: «estaban en congreso de delegados en Azopardo. Cuatro de marzo del 2006. Eran las tres de la tarde y les cae Medina con quinientos tipos. Los que estaban adentro eran mil. Los corrieron ocho cuadras». En todos los casos omitió los motivos, supongo que por pudor. Bueh […]

Quizás valga también la pena citar de algunas páginas antes:

[…] Caminé por Paseo Colón hasta Azopardo y Piedras […]

Uy que es ordenada, pero Paseo Colón, Azopardo y Piedras son paralelas.

2010-11-18



Galería del Quijote

2010-10-20

Puig llevaba una vida austera en Nueva York y daba clases semanales en la universidad de Columbia, como escritor residente. Sin embargo, sufría a menudo pesadillas con grupos comandos que tomaban por asalto el mono ambiente de la calle Charcas, en Buenos Aires.
Se trató del período de escritura de El beso y Maldición. Puig alquilaba en el West Village una réplica del departamento de Buenos Aires. El entorno de amigos y relaciones se apreciaba a sí mismo con encanto camp y sonreía de cara al resto del mundo con ironía kitsch. Puig encajaba en el West Village por su lucidez nostálgica y era admirado por su entorno, a causa de ser un escritor reconocido más allá del círculo de literatura gay. Sin embargo, no tenía ligue a los cuarenta y cinco años, o, no era ya deseado dentro del grupo conformado en su mayoría por jóvenes «hermanas» o «hijas».
Sus padres vivían en Argentina. A partir de 1976, y durante tres años, su madre viajará seguido a Nueva York. Llegaba para la temporada de musicales en Broadway y de ópera en el Metropolitan. Puig reclutaría «niñeras» para que acompañasen a su madre al Theater 80, cuando él prefería ver películas viejas en televisión o en Cinemaphilia, un cine club del que se había vuelto habitué. Veía dos o tres películas por día. Consultaba sistemáticamente los archivos del MoMA.
Entre las películas, hizo una selección de melodromas nazis, que lo pondría a reflexionar acerca de la conjunción entre el esplendor hollywoodense y la ideología hitleriana, un cruce que involucra siempre las relaciones de atracción sexual o amorosa. En otra palabras: observó que las relaciones amorosas y sexuales son dispositivos explícitos donde la incorrección política prevalece. De esta incorrección surgió El beso.
Un día, el grupo camp se sorprendió con un nuevo amigo de Puig: un treintañero, que el escritor había conocido en la pileta a la que iba al mediodía. Sin chispa y algo obeso, los amigos del West no entendían que sacaba Puig con ese tipo. Puig podría haber visto cosas en el nuevo amigo que a él le faltaban. Por un lado, el amigo era un profesional, aunque por el momento se encontraba desempleado. No era un extranjero como Puig, es decir, tenía patria, o, por decirlo mejor, tenía una patria que a pesar de todo lo acogía, la estadounidense. Por su parte, Puig se sentía rechazado. Sus libros integraban listas negras en su país, mientras que en Francia e Italia no eran editados porque sus últimos títulos no conformaban la literatura que se esperaba proviniera de Latinoamérica. Tampoco le iba bien con El beso en Nueva York, que había sido considerada carente de originalidad y pesada, a causa de las citas.
Puig vivía con necesidades económicas. Le preocupaba la edad avanzada de sus padres. Complacía a la madre y la cuidaba o se cuidaban mutuamente. Pero el padre permanecía en Argentina y Puig no se ocupaba mucho.
El tipo de la pileta trabajaba temporalmente cuidando viejos. Puig pactó citas precisas y grabaría las conversaciones. Había empezado a pergeñar las páginas de Maldición, ideadas como la transcripción cruda de esas conversaciones, aunque necesitaba un interlocutor para esa voz, sesgada por las frustraciones y limitada en sus aspiraciones, e imaginará a un viejo invalido que ha perdido la memoria o la conserva en forma de fragmentos. El padre de Puig sería esa voz senil.
El diálogo moldearía definitivamente Maldición eterna, así como también moldeó El beso, dos obras de confrontación para la etapa más crucial, tal vez, en la vida de Puig: los años de Nueva York.

Fuente biográfica: Suzane Jill-Levine, Manuel Puig y la mujer araña.

2010-10-15


«Creo que la última edición del Quijote va a perdurar varios siglos, tiene artículos históricos como los de Ayala o De Riquer. La edición que hace Francisco Rico es extraordinaria», dice Jeanmaire algo antes de lamentarse por los «muy evidentes errores» del prólogo de Mario Vargas Llosa. «Por un lado, decir que esto no es una parodia, que es el mayor homenaje que se podía hacer a los libros de caballerías, es un error hijo de los románticos, que fueron los que rescataron al Quijote del basurero —explica—. Ya pasaron cien años sin que se haga esa mirada: hoy está demostrado que era una parodia y que la gente se reía cuando recién se publicó. Por más que quede lindo decir que es la máxima expresión de un género, es mentira. Otra cosa increíble que dice es que el Quijote no está loco, que es como una metáfora, una alegoría; si no estuviera loco, la obra se perdería cantidad de aventuras. El tipo sale a tener aventuras y fama, no sale a restaurar ninguna caballería, ni la justicia en el mundo, como dice Vargas. Luego se agarra de un párrafo en el que el Quijote le hace a Sancho un breve parlamento sobre la libertad, luego de haber estado 28 capítulos dentro del castillo de los Duques, hoy diríamos secuestrado, y ve al Quijote como precursor del liberalismo. Es una locura. Si yo fuera marxista, podría agarrar el discurso que hace sobre la edad dorada en el capítulo 11 y decir que ahí hay un precursor del marxismo, sería la misma barbaridad. Y comete muchos errores más: dice que es moderno porque tiene dos narradores; todos los textos de caballerías tenían dos, el trabajo de modernidad del Quijote está en la irrupción de montones de narradores, y no de dos. Dice que es moderno, también, porque tiene muchas historias intercaladas: eso es lo más antiguo de la literatura mundial. La Biblia es eso. Eso está en el Gilgamesh. Yo no tengo entidad para discutir con Vargas Llosa, pero el Quijote me habilita: él está encabezando el homenaje de toda una lengua a su mayor libro, y usar tres páginas de catorce para hablar de una idea política es una barbaridad.»

Página/12 :: Cultura :: 17 diciembre 2004

791 cine


2010-10-04

Café preferido de Fernando Pessoa, que es nombrado en O ano da morte de Ricardo Reis y reseñado oblicuamente en por lo menos tres entradas antiguas.




[...] por la Rua dos Sapateiros hasta más abajo de la Conceição, desde ahí, volviendo hacia la izquierda, hacia la Augusta, otra vez de frente, dice Ricardo Reis parándose, Entramos en el Café Martinho, y Fernando Pessoa, con gesto brusco, Sería imprudente, las paredes tienen ojos y buena memoria, otro día podemos ir ahí sin peligro de que me reconozcan, es cuestión de tiempo. Se detuvieron debajo de la arcada, Ricardo Reis cerró el paraguas y dijo, aunque no viniera a cuento, Ando tentado de instalarme, abrir un consultorio, Entonces ya no vuelve a Brasil, por qué, Es difícil responder, no sé siquiera si sabría encontrar una respuesta, digamos que estoy como un insomne que encontró el lugar exacto de la almohada y al fin va a poder quedarse dormido, Si vino para dormir, buena tierra es ésta, Entienda la comparación al revés, o sea, que si acepto el sueño es para poder soñar, Soñar es ausencia, es estar del lado de allá, Pero tiene la vida dos lados, Pessoa, por lo menos dos, al otro sólo por el sueño conseguimos llegar, Decirle eso a un muerto, que le puede responder, con un saber hecho de experiencia, que al otro lado de la vida no hay más que la muerte, No sé qué es la muerte, pero no creo que sea ése el otro lado de la vida de que habla, la muerte, creo yo, se limita a ser, la muerte es, no existe, es, Entonces, ser y existir no son idénticos, No, querido Reis, ser y existir sólo no son idénticos porque tenemos las dos palabras a nuestra disposición, Al contrario, precisamente porque no son idénticos, tenemos las dos palabras y las usamos. Allí debajo de aquella arcada, disputando, mientras la lluvia formaba minúsculos lagos en la plaza y luego los reunía en lagos mayores que eran charcos, tampoco esta vez iría Ricardo Reis hasta el muelle a ver batir las olas, empezaba a decirse esto a sí mismo, a recordar que había estado aquí y al mirar hacia el lado vio que Fernando Pessoa se alejaba, sólo ahora notaba que le quedaban cortos los pantalones, parecía que fuera en andas, al fin oyó su voz próxima, aunque estuviera allí delante, Continuaremos esta charla otro día, ahora tengo que irme, allá lejos, bajo la lluvia, hizo un gesto con la mano, pero no se despedía, volveré.

La imagen del café ha sido tomada hace poco, en ocasión del estreno de Filme do Desassossego, de João Botelho: veinte fotografías.


2010-09-23

En la mañana del martes, empecé a ver nuevamente Söndags Barn pero no di más de sueño. Llegué hasta un poco después del episodio del relojero. No lo recordaba bien.
Hay un comentario previo acerca de la transfiguración de Jesús. Averigüé que Jesús se corporizó en el monte Tabor ante tres de sus apóstoles. Ejemplo perceptivo y sensible de la gloria que se nos promete en el cielo, aquella aparición se celebra cada seis de agosto.
Ricardo Reis tuvo una especie de transfiguración en aquel episodio de la segunda almohada. Ahora pienso en que Pessoa es también una transfiguración. Aparece en las calles, bajo la lluvia, y conversa con Ricardo Reis bajo una arcada que los proteje. Ricardo Reis dice que anda tentado de instalarse y abrir un consultorio, Entonces ya no vuelve a Brasil, por qué, Es difícil responder, no sé siquiera si sabría encontrar una respuesta, digamos que estoy como un insomne que encontró el lugar exacto de la almohada y al fin va a poder quedarse dormido.

La segunda almohada

2010-09-12

Leí Testamento de un malabarista, de Silvia López, y me dieron ganas de meterme en 2666, de Bolaño. Lo mismo suscitó Patricia a través de los comentarios por e-mail, los cuales hicieron que yo recomenzara Los detectives salvajes en el punto de aburrimiento total en el que me había frenado.
Me pareció muy bueno el concepto de «digresión» que Silvia tomó de El cazador oculto, así como también que haya señalado la deriva hacia la aventura de los personajes. En mi anterior entrada sobre Los detectives, nombro a esa deriva o peregrinación como el programa héroes, que se diferencia del programa poetas (en la primera parte de 2666, según entendí, también habría dos programas: la historia circunscripta a las actividades académicas del congreso y la deriva de esa historia hacia la aventura).
Pero, y por sobre todo, me atrajo el libro de geometría en la soga de ropa, que tiene una reminiscencia a Cosmos, de Gombrowicz. Me refiero a la serie de signos indiciarios compuesta de un gorrión ahorcado, flechas trazadas en los cielos rasos, un gato, de manera que lo desopilante se mezcla con lo patético o con el horror, como dice la reseña. Signos en un segundo plano que pasan a un primero.
Por último, algo muy evidente pero que yo no alcancé a expresar después de mi lectura de Los detectives: la interrupción de la historia en el punto en el cual los personajes quedan abandonados a su destino.

2010-08-30

Me acuerdo de distintas partes desconectadas del libro de Bolaño, pero me gustaron realmente aquellas como la de Ulises en Israel y la continuación de esta historia en boca de Heimito. También el duelo de Arturo con el crítico Iñaki Echavarne, la repentina aparición de Arturo en el episodio del pozo y su relator con las pesadas frases en latín, la reunión provocada por Octavio Paz con Ulises en el Parque Hundido y el punto de vista de la secretaria de Paz, Arturo en la inmensa África —de repente, me viene un grupo que recorre la campiña francesa haciendo trabajos, recuerdo a un alemán con una camioneta y al encargado del camping...—. La road-movie entre el camaro y el impala me fascinó y también la reunión final de los personajes.
Pero la había abandonado antes de la mitad, cuando vos empezaste a escribirme acerca del libro. Así que en parte la lectura te la debo, no sé, pero creo que yo no la hubiera seguido. Ahora que la terminé, y me alegra haberlo hecho, pienso que la novela contiene dos programas, por decirlo de alguna manera: el del dúo como poetas y el de los poetas como héroes. Ahora bien, el libro tiene a su vez dos partes: el diario de García Madero y el diario coral o construido a partir de fragmentos.
Bolaño insertó en la mitad, lo que se esperaría que fuera al final, y me parece excelente, aun con la molestia que conlleva transitarlo.
Vos leíste dos veces la novela, la primera con intención de revolearla al mar y desconfiando si era muy buena o una porquería. Pero en la segunda te atrapó el armado de la trama, las voces distintas que van delineando a los personajes, y entonces planteaste la pregunta: ¿quién es Arturo Belano? ¿El poeta fracasado e impotente, el héroe que rescata al chico del pozo, el que mata a los mafiosos? Y así, el tratamiento que la novela da a cada uno de los personajes.
El insert tiene su encanto, por supuesto, a causa de las versiones diferentes y las miradas parciales, sin embargo, me costó mucho remontar algunas de esas miradas y me parece que el descalabro narrativo responde a la idea de exhibir un futuro hecho pedazos, quizás en relación con otra cosa que dijiste que te había encantado: el sobrevuelo de la década del setenta a través de los ojos sin patria y con los ideales vencidos de exiliados peruanos, chilenos, argentinos. Cuando pienso en algo hecho pedazos, me refiero a algo narrativamente diferente al diario de García Madero, e insertado ahí, quebrándolo todo con sus brillos pero también con sus sombras, como no pudiendo engarzar ese presente.
La cronología del insert transcurre a continuación del diario de García Madero. Pero, en definitiva cuenta de forma oscilante la misma deriva de aquellos poetas que se convertirán en héroes, aunque en un lapso más grande que en el de las coordenadas de García Madero: veinte años más, hasta 1996.
Sin territorio fijo y con muchos puntos de vista, que conviven o están en lucha, el insert tiene la forma de un espejo astillado o roto, donde cada pedazo refleja una parte de la totalidad, pero nunca la totalidad. Y este modelo resuena sobre el diario «clásico» de García Madero, fracturándolo.
Te dije el miércoles que cuando terminé Los detectives me puse a leer tus e-mails. Ahora, que lo hago nuevamente y de corrido, tu voz parece constituirse en otra más del libro. Mi imaginación me hizo pensar en un encabezado:

Patricia Martínez Bin, una tarde de lluvia frente al Mediterráneo, en una mesa del bar La fusta, Barcelona, septiembre de 2009.

No sé exactamente si estuviste por esa fecha en Barcelona.
¿Te gusta? Más adelante yo podría inventar mi propia entrada.

2010-08-13



Dos secuencias de Fotografías (2007) que me gustaron mucho: la primera concluye con un pajarito que anda por el suelo y la segunda con las líneas de un tendido aéreo desde la ventanilla de un tren en marcha.

Gauttam cuenta a Andrés que Kamala fue la primera de catorce generaciones en casarse fuera de la casta / pajarito [01:18:40]

La noticia inesperada de la muerte de Ramachandra llegó a Andrés cuando se iba a dormir. Pensó: «Tirate a dormir igual, quizás te llegue algún mensaje en sueños.» Al instante, se dio cuenta de que estaba tratando de comunicarse con Ramachandra / cables desde el tren [01:33:44]

Hay una tercera, Mayra Bonard personificando a la madre de Andrés en un pasillo que podría pertenecer al Hotel de Inmigrantes de Buenos Aires. «Yo, en mi caso, soy una cruza», comenta Andrés a Ramachandra en un bote. A continuación, con ruido de diapositivas: Andrés niño con su padre en un bote / El padre es observado en el presente mientras dormita echado sobre un sofá / Kamala, quizás como una sobreviviente de A Journal of the Plague Year [00:29:42]

Me cautivó la música de Diego Vainer; me atrajo la inclusión de diferentes animales, por ejemplo: lagartija, yack, pájaro, perro, elefante. Y la canción de Jorge de la Vega.

En el enlace de abajo, algunos dilemas que resolvió el director al momento de componer su ensayo autobiográfico:
Entrevista con Andrés Di Tella [7 minutos : 21 segundos]

2010-08-03


Cerca de la hora y media, Fotografías (2007), Rocco dirá que la silueta es de Gauttam, el primo indio de Andrés, pero, en verdad, la cuestión acerca de los parecidos se ha de plantear desde el mismo principio. Andrés, hijo del matrimonio entre una india y un argentino, se parece mucho a la madre muerta, Kamala, pero también a Torcuato, el padre vivo. La busca de parecidos se orienta inicialmente sobre antiguas imágenes de Kamala y alternativamente sobre el rostro de Mayra, la actriz que interpreta a Kamala, y a sí misma.
En una de las primeras fotos en blanco y negro, se ve a la joven Kamala integrando un grupo que habría tomado parte de una cacería. Ella y otras mujeres posan rodeadas por hombres.
Previamente, entre otras tomas de la cacería, Andrés ha exhibido la foto de un tigre muerto. Ahora que Andrés sujeta la grupal, Mayra bromea: «Tu mamá tiene el rifle, será que lo cazó tu mamá.»
Un dicho que disloca. En parte por causa de que, en esos primeros momentos de la película, Mayra hace de Mayra, aunque no estén dados los elementos suficientes para determinarlo con claridad; así sucede, al menos a mí me pasó, y podría concluirse de manera errónea que esta joven de rasgos indios es la propia esposa de Andrés.
Poco antes, en medio de la sesión de fotos, la película abrió una ventana a un viaje en tren: Andrés ve a Kamala en un vagón que avanza por el carril contrario —la cámara, en su movimiento relativo, acompaña el desplazamiento del tren de Kamala—. «No es posible», piensa Andrés y se despierta.


—No es que se parece mucho a vos, pero…
—Igual yo, los ojos… sí me veo…
—Viste que hay algo…
—Se parece, sí. Bueno, es que…
—Es mi mamá.
—Es tu mamá, claro.

La caracterización de Mayra como Kamala se desvaneció con el sueño; a continuación, Andrés le dice a Mayra que no es muy parecida a su madre. Excepto por los ojos, añade la actriz. Andrés asiente, pero el diálogo se termina recortando en otra dirección. Si la broma de Mayra acerca de matar al tigre no será tomada al pie de la letra, porque en la foto grupal se alcanza a ver que casi todas las mujeres ostentaban pintorescos rifles en las manos, acá, con la imagen señalada, el significado del diálogo cambia repentinamente y la narración delimita una fantasmagoría —propia representación, propio humor— en la cual todo lo que se escucha no es lo que parece, y todo lo que se ve son los restos que sirvieron a los fines de obtener la silueta recortada de Andrés, no la de Kamala. Es decir, Fotografías resultó armada con esos descartes.
No obstante, la mano de la tijera pertenece a José Rivarola, quien canta en la ida a San Antonio de Areco: Nadie, nadie, nadie, que enfrente no hay nadie; que es nadie la muerte si va en tu montura… Mucho más adelante, Rocco, hijo de Andrés, tiene que adivinar de quién es la silueta que recorta en la India el mismo José. Pero no reconoce el tremendo parecido con el padre y dice que la silueta corresponde al agradable Gauttam.
Andrés Di Tella invoca a diferentes dobles de sí mismo para unir el puzzle imposible: Adolfo Fernández de Obieta, Ramachandra Gowda, ambos hijos de padres ilustres. El primero optó por el apellido materno, el segundo adoptó Epuyén «casi de incógnito». La película resulta también un apunte de viajes que contiene un breve relato del hijo: «Un señor que estaba enfermo tenía que viajar en tren. Se durmió y se curó.»
—Rocco, Rocco… —la voz que clama en medio de algo así como una pesadilla es de Andrés—.

Para leer la segunda parte

2010-07-10


¡Es hora de decirle adiós a las muñecas y a la mala suerte!

Cecilia hizo un find por «ceremonias», «Japón», «mar» y «niños», y dio con una celebración, Hina matsuri, durante la cual se lanzan a las aguas las muñecas Hina para alejar los males.

La ceremonia

El festival

Yokusaka [7:36]

Ahora que las Hina se fueron, es momento para la diversión, las tortas y los dulces… Yo encontré los daruma de abajo.



2010-06-30

Aunque durante el Obon vemos «linternas de papel […] rumbo al océano» pienso que las cestas representadas en la farolita tienen que ver con una tradición diferente.


Tarde en la playa
Por detrás de la gente
flotando Hina.

Por Machi Sato

2010-06-25

Se acostó, apagó la luz, dejó puesta la segunda almohada, cerró los ojos con fuerza, ven, sueño, ven, pero el sueño no venía, por la calle pasó un tranvía, tal vez el último, quién será que no quiere dormir en mí, el cuerpo inquieto, de quién, o lo que no siendo cuerpo en él se inquieta, yo entero, o esta parte de mí que crece, Dios mío, las cosas que pueden ocurrirle a un hombre.

La segunda almohada resulta ser el signo indiciario de una mujer que no digo si se trata de Lidia o Marcenda, pero el caso es que dicha mujer irá temblando hasta la cama de Ricardo, sólo sabrá decir, tengo frío, y Ricardo va a callar, estará pensando si debe o no debe besarle la boca.

O ano da morte de Ricardo Reis

2010-06-23

Las farolitas japonesas conformaban un sendero a ras del piso. Muchas de ellas contenían una poesía ilustrada. La que representaba el mar me hizo acordar el comienzo de Samurái. Me puse a observar en cuclillas las cestas con dos niños cada una y vinieron más imágenes, si bien difusas, de la escena inicial de la novela de Hisako Matsubara: unas pequeñas barcas arrojadas al mar serían una ofrenda o ceremonia llevada a cabo para el descanso de las almas de Tomiko y Nagayuki, protagonistas del drama que será narrado a lo largo del libro. Pero, a raíz de la falta del libro, consulté al día siguiente a Fernando. Según él, en las páginas iniciales de Samurái se representa el Obon, una serie de ritos de origen budista del Día de los Muertos. Quizás, yo relacioné las cestas, o cunas flotantes, representadas en las farolitas con el ritual o la costumbre japonesa de soltar a la deriva las linternas de papel.
Un asunto lleva a otro. No sé exactamente cuál es el ritual de ese primer capítulo de Samurái; como acabo de decir: no tengo el libro, y mi mente me llevó a imaginar los muñecos de Tomiko y Nagayuki en esas pequeñas barcas iluminadas que se alejan de la costa.

2010-05-27

Aquella tarde de septiembre repasaba una anotación de casi mil palabras y también algunos resaltados que había hecho con luminosos verdes, amarillos y rojos. Había muchos temas de los que esperaba hablar. De repente, y un poco perplejo por la vivacidad de la llamada, hice tap para responder. La primera frase que escuché fue: «no te veo». Por el contrario, yo sostuve: «sí te veo».
—Pues, yo no.
—Yo sí.
Mis dedos iniciaron una travesía de vértigo por los menús hasta que vi mi propia imagen en la pantallita y dije que el problema estaba solucionado.
—No te veo, eh.
—Pero, yo me veo.
Víctor mantenía la más serena impasibilidad en las expresiones de su rostro sin yo encontrar la opción que me tornara visible. Un poco abrumado y, con la intención de ganar tiempo, dije que aún era de día y que entraba el último sol por mi ventana.
Aunque los ajustes indicaban que la comunicación era perfecta, yo no podía mostrarle a Víctor la biblioteca que dirigió Borges, ni tampoco que el sol, aunque cada vez más débil, seguía ardiendo detrás de los vitrales de ese edificio. En los vaivenes de la pantallita, mis ojos vieron de repente la nota y aquel delirio que había yo emprendido a través de los colores.
—¿Quieres que cortemos y yo te marco?
—Bueno, dale.



Carlos Tomatis repite una expresión en Lo imborrable: que me cuelguen si tengo ganas de leer las anotaciones… Pero que me cuelguen más alto o me la corten en rebanadas si me gustaría ahora hacer un análisis literario… Eso pensé, más o menos, pero repentinamente convencido de que la minucia de las anotaciones y el método de los diferentes colores constituían ahora una descabellada apuesta para conversar. Mejor sería… Apareció una figurita sin cabeza y con un signo de interrogación. Es decir, yo era ahora el que no veía, mientras él exclamaba:
—Ah sí, te veo. Es cierto, se ve la luz —sin duda, que la imperfección que reinaba dispuso el terreno para cosas claras y fáciles de comprender. Por lo tanto, así fue dándose la charla del año pasado:
—Bueno, me fascinó cuando la joven de Unos meses habla de ir a hacer del dos. En esa expresión parece estar dibujado un sorete o el perfil simplificado de las nalgas junto con las piernas en el acto de cagar. En una antigua entrada de tu blog había una referencia al estómago o, más exacto, al calor del estómago.
—Hay cositas que yo no sé, supongo que son como los modismos, diferentes entre Argentina y México. Por ejemplo, acá no se usa para nada la cuestión de placard. Después supe que es una especie de closet, un armario empotrado en la pared.
—Está bien. El problema soy yo, porque usé placard como sinónimo de ropero.
—O sea, un ropero común.
—Sí, debería reemplazar placard por ropero porque no me refiero a algo empotrado, ni nada por el estilo. En realidad, es todo lo contrario, porque el mueble se tendría que poder mover, de acuerdo con la manía de mi abuelo. A mí me pasó con las bisagras de la puerta del baño en Unos meses. Permitime que busque…
—El quicio, si mal no recuerdo.
—Para mí es la bisagra.
—Pero no es exactamente lo mismo, eh. Quicio es como el marco o el umbral. Y la bisagra es esta cosa que hace que se abra y se cierra.
—¿Vos te referís a una ranura o abertura?
—Exactamente, a una minúscula abertura en este umbral.
—Es la primera vez que la veo escrita. Conozco las expresiones sacar de quicio, desquiciado y resquicio. Justamente, había entendido que la puerta entreabierta del baño dejaba un resquicio o rendija vertical, y que el protagonista de la historia la aprovechaba para espiar a la joven. De todas maneras, tengo que volver a leer esa parte, pero ya que estamos ahí, te comento que me perdí con la palabra estancia. Para nosotros es el living o la sala de estar.
—Acá le decimos estancia.
—Para nosotros una estancia es el sitio donde se crían vacas.
—No me imaginaba. Es muy curioso.
—Me causaron gracia las ayugas de El ausente. El héroe de este cuento dice que necesita descargarlas. Hay una atmósfera graciosa que rodea todo el andar del personaje… —se oyó un prolongado bramido del otro lado— Pasó un avión.
—Sí, ya sabes que aquí los aviones siempre se llevan frases de conversaciones.
—Me pareció que hay algunas palabras que faltan o quizás son modismos
—Mira, eso es bueno que lo marques, porque luego ya hay cosas que hoy día no veo, eh. De tanto que uno los está releyendo, corrigiendo y etcétera, hay cosas que ya no veo.
—Te comés algunas palabras.
—Ahá, ¿cómo cuál, tienes alguna en la mano?
—Una podría ser …
—Ay, espérame un segundo porque acaba de empezar a llover y tengo que cerrar la ventana.
—Andá.
Víctor tardará menos de un minuto, sin embargo se disculpará:
—Perdón, pero es que si no se me iba a mojar todo el departamento.
—¿Es una tormenta?
—No, pero el agua se estaba metiendo por la ventana.
—Ayer hubo mucho viento acá. Tuve que guardar algunas plantas porque parecían a punto de caer a la calle. Te decía que falta una palabra en: «Aparecía cada que alguien entraba y encendía la luz para aliviarse del sobrepeso de las entrañas.» Falta el «vez». La oración sería: «Aparecía cada vez que alguien […]». También, a continuación, donde dice: «Un día por fin tuve una oportunidad inmejorable para deslizar la mirada por el agujero. Sus padres llegarían hasta la noche […]» yo entiendo que quiere decir: «Sus padres no llegarían hasta la noche […]»
—Es la cuestión de los modismos. Eso se aplica mucho acá, en el habla normal de aquí. Por ejemplo, dices algo así: «Cada que hago eso, pasa esto.» No es necesario poner el «Cada vez que hago eso, pasa esto.»
—Mirá vos…
—Sí, aquí se dice con quien quieras, eh. Se dice sin necesidad de utilizar el vez. Pero es curioso…
—Mucho. ¿Y en el caso de los padres?
—También. Es como con las maneras de hablar. Hace poquito estaba platicando con una amiga que es de España, de Andalucía. Ella vive aquí, ahorita, en México. Y me decía también que ese hasta de «Sus padres llegarían hasta la noche […]» lo siente un poco complicado, porque no significa exactamente lo mismo en España y en México. Entonces, no sé ahí cómo podría hacerle. Yo trato de mantener una cierta habla de aquí, pero raras veces utilizo palabras como demasiado locales. Raras veces. Pero hacerlo de una manera que ni siquiera yo hablo de esa forma, también me resulta más complicado. ¿Me entiendes?
—Si se trata del habla de tu lugar, tenés que conservarlo.
—Hay una parecida que yo encontré en tu novela. Es en el si no. Fíjate, aquí se usa de esta manera: «Si no es esto, pasa cualquier cosa». Ahí, va separado. En cambio, cuando dices: «No es esto, sino esto», ahí va junto. Sin embargo, en tu texto tienes un sino que según yo tendría que ir separado. En: «Estuve tentado a transcribir esas cartas que conservo. En realidad las copié yo mismo. Y mientras lo hice me pareció encontrar, sino una historia, al menos un esbozo de verdad. »
—Se trata de un error. Yo tuve que revisar a lo largo del texto el uso del sino y el si no porque me los confundía. Me acuerdo que el no es tónico en el segundo caso. También tuve que repasar toda la novela para uniformar el uso de quizá o quizás, aunque en Vida interior, de Federico Jeanmaire, se explica que el uso de una u otra forma depende de la siguiente palabra, quiero decir de si la palabra que sigue empieza con una consonante o con una vocal.
—Exacto, ambas variaciones se utilizan.
—Pero yo opté por no alternar.
—Yo estuve buscando en el R.A.E. y resulta que son válidas ambas y no implican una diferencia como sucede con aún y aun, que cambian totalmente el sentido.
—Claro. Y antes de que me olvide, el uso de reverberar, que es ahora aceptado tanto para la luz como para el sonido. En verdad, se trata de una propiedad o fenómeno de la luz. Vos lo usás tanto en relación a unos gritos, como en relación a la luz que emana de un fuego.
—¿Y las sinestesias? En ese sentido yo soy un amante de las sinestesias. De decir que un sonido huele a algo. O que una mirada puede tener cierto sabor. Son modos de hablar, definitivamente. Te digo… hay palabras, ahorita ya no recuerdo alguna otra… Cuando te refieres al final a estos carniceros, creo que en la vista de los cuadros, ¿cómo es la palabra? Una palabra que aquí no se usa, pero para nada. A ver déjame chequear tu texto rápidamente.
—¿Los matarifes?
—No, matarife se llegó a usar en algún momento.
—Se me trabó la cámara aquí. A ver… Bueno no importa, sígueme diciendo cosas mientras yo encuentro esa parte que te digo.
—En el final, cuando me puse a describir la escena del cuadro, me di cuenta de que dicha escena tendría algunos paralelismos con El matadero, de Esteban Echeverría. Sucedió que volví a leer el cuento y crucé los textos. Incorporé palabras del cuento de Echeverría. ¿Transmite eso el final?
—Los cuadros quedan como una especie de alucinación, quizás. Yo de hecho pensaba como que era algo que sólo veía el niño y que en algún momento iba a interactuar en la anécdota del niño. Así como este monstruo que a veces aparece en el armario, o cosas así.
—¿Qué monstruo?
—Bueno, también está como en la imaginería. Depende de la sociedad, pero por ejemplo acá se teme mucho al monstruo del armario.
—Como leyenda.
—Exacto.
—Como leyenda un tanto urbana. De suburbio… Ah, mira, los encontré; son los achuradores. Esa palabra nunca la había escuchado en mi vida.
—La achura es el aprovechamiento de las entrañas de los animales. El achurador es el tipo que destripa a la vaca.
—Sí, después ya lo investigué. Porque esa palabra, tan rara, de dónde salió.
—Che, ¿vos me estás viendo?
—Yo te veo bastante oscuro. Al que no veo es a mí mismo. Ahora no sé qué hacer. Está como trabada mi cámara.
—Seguís sin cabeza. Yo puedo prender la luz si es necesario.
— Huy, la tuya se quedó fija. Sí, ya no te mueves para nada.
—Pero pudimos hablar cosas interesantes.
—Acabamos de ver que tenemos ciertas formas de narrar que tienen que ver con nuestras zonas. Me emocionó bastante la cuestión del intercambio.
—Y nos reímos mucho. Yo puse a hervir unas papas.
—También tengo que cocinar, porque esta vida no da para más, eh. Y al rato volver a salir.
—Entonces, te mando las anotaciones que realicé con tanta minucia.
—OK. Y a ver que sale para la próxima. Pues, cuídate mucho, Gustavo.
—Igualmente, un abrazo.

2010-05-20

Hay idiomas fantasmas.
El lenguaje imagina que los comprende, aunque esos idiomas no hayan sido hablados, ni siquiera escuchados. Es algo parecido a la sensación de movimiento que experimentan las personas que nacieron sin extremidades.
El caso es que con una fe ciega extendí mis manos hacia el fragmento de una novela argentina que fue traducida al polaco por Tomasz Pindel.
Era Auschwitz.
A fin de dos mil nueve le comenté al autor por correo electrónico que me interesó mucho el panorama de Buenos Aires y las series de marcas de consumo, como ser de automóviles, etcétera. Sin embargo, me reservé los cotejos de abajo, que apunté por curiosidad.
El héroe de la novela es Berto, un «hombre común».

Auschwitz to nazwisko dla kogoś, kto ma katar.
—Au… świst! —powiedział Berto ze śmiechem.

Auschwitz es el apellido de una resfriada.
—¡Au… chíst! —hizo Berto, riéndose. p. 10


[…] Kiedy całuje bez maści, pękają jej wargi. […]

[…] Si besaba sin pomada se le rompían los labios. […] p. 19


[…] Szuflada na warzywa pełna była pomarańczy.

[…] El cajón de verduras estaba repleto de naranjas. p. 20


[…] Brzydki sen, jak wszystko w tym domu.

[…] Un sueño feo, como todo lo que había en esa casa. p. 25


[…] Wielki kot, pomyślał, ale bez sierści i z gęsią skórką. […]

[…] Un gato enorme, pensó, sin pelos y con la piel de gallina. […] p. 26



Papieros w przelocie otarł się o ucho Berta. / la oreja de Berto p.25

Ubranie upadło na ziemię i wreszcie okrzyk wyrwał się z gardła Berta, / la garganta de Berto p.26

Ale całowanie to obsesja Berta. / la obsesión de Berto p.10

En estos ejemplos finales, me llamó la atención el cambio de Berto por Berta. Recientemente, Madzia me explicó que Berta en polaco significa «de Berto» De cualquier manera, reitero lo dicho ya en Hemin-guay i Au… świst!: no creo que nuestro héroe viera con buenos ojos ese cambio.

2010-05-10

En Discusión, Borges dice que José Hernández, con su Martín Fierro, no «silencia la realidad» del gaucho, sino que «se refiere a ella en función del carácter» de su héroe, y, en consecuencia, Hernández no «especifica día y noche, el pelo de los caballos: afectación que en nuestra literatura de ganaderos tiene correlación con la británica de especificar los aparejos, los derroteros y las maniobras, en su literatura del mar, pampa de los ingleses.» Sin embargo, y en el sentido pleno de correspondencia con el «mar de tierra firme» de Las nubes, Borges volverá sobre la idea de la pampa como el mar [de los ingleses]. Por ejemplo, parafraseará a Hudson cuando éste, en Un naturalista en el Plata, cita a Darwin:

At sea, a person’s eye being six feet above the surface of the water, his horizon is two miles and four-fifths distant. In like manner, the more level the plain, the more nearly does the horizon approach within these narrow limits; and this, in my opinion, entirely destroys that grandeur which one would have imagined that a vast level plain would have possessed.

En prosa de Borges, El informe de Brodie:

[...] la metáfora que equipara la pampa con el mar no era, por lo menos esa mañana, del todo falsa, aunque Hudson había dejado escrito que el mar nos parece más grande, porque lo vemos desde la cubierta del barco y no desde el caballo o desde nuestra altura.

2010-05-01

Leí que la acacia es un árbol, aunque siempre la vi como arbusto porque suele crecer encorvada, y a veces tan encorvada que se termina recostando en los arenales y es imposible reconocer dónde ha echado las raíces. El caso es que cuando Cecilia comunicó su hallazgo del verano, me quedé en suspenso, porque sinceramente no pude vislumbrar la maravillosa asociación que ella hizo entre un cartelito de la casa del fundador de Villa Gesell y la novela de Juan José Saer.


En una de las paredes, Cecilia había observado un «nidito» con la forma de un triángulo. En cada vértice, tres plantines de acacia trinervis, y, en el centro, un plantín que representaba un brote de pino. Ahora, la única luz del cuarto provenía de la pantalla de mi ibook celosa. Cecilia mostraba el dibujo y debajo la explicación siguiente:

Los «niditos» con acacia trinervis
Sistema para proteger los pinos de los vientos.

La acacia trinervis (acacia longifolia) es una planta leguminosa de origen australiano, muy resistente a los vientos marinos, que Carlos Gesell utilizó a partir de 1939 para dar protección a los pequeños pinos.
Las tres acacias que crecen con rapidez, envuelven al pinito y lo protegen de los fuertes vientos.
También le aportan nitrógeno, un nutriente indispensable para el crecimiento de todo árbol, que la acacia —como toda leguminosa— toma del aire y fija en el suelo.
Gracias a los «niditos», los pinos de Villa Gesell pudieron crecer bien. Por eso llamamos a la acacia trinervis: «planta madre de la forestación». Florece en julio-agosto con grandes espigas amarillas.

Las tres acacias, repitió.
Ella había llevado la novela a Villa Gesell; libro que yo había leído hacía tres años, pero yo no recordaba las tres acacias. Así se llamaba la casa de Las nubes, explicó Cecilia.
En efecto, así se llamaba la casa que, a poco tiempo de la apertura «estuvo casi llena» de locos. Reímos despacito, como si Saer o Gesell durmieran en la habitación contigua, y no quisiéramos despertarlos. Si bien el manuscrito, o memoria, que constituye Las nubes, manifiesta que su objeto no es «relatar en detalle la vida en la Casa de Salud, sino» la caravana con cinco locos que lentamente atravesaría el «mar de tierra firme» hacia Las tres acacias, dicha narración, la del viaje, se demorará hasta la página ciento cincuenta y ocho; es decir, hasta transcurridas las dos terceras partes de la extraordinaria novela.
El recuerdo del final —a Cecilia le restaban leer unas pocas páginas, luego hice silencio— no alcanzó a borrar los tiempos de la revolución, el doctor Weiss y míster Dickson, las guerras de independencia, los dedos del joven Prudencio, sor Teresita, las semejanzas entre el cuerpo yaciente de Prudencio Parra y Garay López, la llovizna constante, Verde y Verdecito, el frío, Josesito, el círculo de la inundación que se estrecha hora tras hora, los pájaros, el galope de Osuna hacia el sudoeste, la total disertación del doctor que se apellida Real, el kiosco-almacén y el carromato con las putas, los perros vagabundos, la laguna de forma vagamente aovada. En una palabra, no alcanzó a borrar el resquebrajamiento de la taxonomía supuestamente palmaria entre naturaleza y cultura.

Leímos que a poco tiempo de abrir, en abril de mil ochocientos dos, la casa «estuvo casi llena». El doctor Real relata:

«Un loco pone en peligro una casa de rango desde el techo hasta los cimientos, y hace perder respetabilidad a sus ocupantes, lo que explica que en general se escondan las enfermedades del alma como si fueran males oprobiosos. También allá debe haber muchas familias que no saben qué hacer con sus locos, me dijo un día en Madrid el doctor Weiss, en la época en que esperábamos las autorizaciones de la Corte para abrir nuestra casa en el Virreynato.»

La casa duró catorce años.
Real la describe blanca y apacible, de esta forma:

Se trató de «un vasto edificio de varias alas, de espesas paredes blancas y techo de tejas, en las barrancas que dominan el río.» La única planta del edificio, «consistía en una serie de galerías que encerraban tres patios […] las hileras de cuartos que se abrían hacia los patios cuidados, evocaban el convento, la cofradía, o una rústica Academia […] Vivíamos en comunidad con nuestros locos […] El cuadrado del medio compartía los lados transversales con el cuadrado inferior de la entrada y el cuadrado del fondo: en materia de arquitectura, el doctor [Weiss] era afecto a la geometría. El primero de esos lados transversales del cuadrado del medio era un largo salón que servía de comedor y en uno de cuyos extremos estaba instalada la cocina […] En las galerías laterales opuestas del cuadrado inferior, inmediatamente después de la entrada, él a la izquierda y yo a la derecha, el doctor Weiss y yo teníamos cada uno nuestra habitación, que era al mismo tiempo nuestro lugar de trabajo.» En «una construcción aparte, cercana del río, tan blanca y cuidada como el edificio principal» se encontraba el sitio para baños «fríos o calientes». El corral también estaba «fuera del edificio, más allá de las tres grandes acacias».

2010-04-22

soy aficionado a leer, aunque sean los papeles rotos de las calles
CERVANTES: PRIMER QUIJOTE, IX



Estas son nuevas fichas, desde la siete a la nueve: Iriart y Sarmiento Campana [12 marzo] Defensa y Chile [12 agosto / 29 diciembre]

Los cronopios del año pasado

2010-04-12

Cecilia escribió que el viernes salía para Villa Gesell y que planeaba llevar Las Nubes. El correo terminaba con la panorámica de una fuerte tormenta sobre Buenos Aires. La vista desde aquí es asombrosa, manifestaba. La avenida Nueve de Julio había ennegrecido de repente y hacía reflexionar a Cecilia sobre el poder de deslumbramiento que aún tiene la naturaleza sobre los habitantes de las ciudades.
Después, perdí una llamada de Cecilia. Sucedió durante el mediodía del viernes, mientras me hallaba guarecido en la entrada de un edificio de la calle Montevideo, casi esquina con Lavalle, sin poder cruzar la correntada de agua que descendía hacia el sur —tres palabras de Víctor daban cuenta de la omnipresencia de los aguaceros; desde la ciudad de México, él abrevió: «rejas de agua»—.
En los días siguientes, Cecilia comunicó un hallazgo en la casa del fundador de la Villa, el cual estaba relacionado con Las tres acacias, el lugar adonde en mil ochocientos dos, de acuerdo con el argumento de la novela de Juan José Saer, el doctor Weiss inauguró una Casa de Salud. Debido a que el pronóstico del tiempo no auguraba días de playa, ella planeaba retornar a la casa del viejo Gesell.
Las nubes registra el miedo de un convoy que se dirige a Las tres acacias, a través de la pampa, o, lo que es igual a decir: el pánico hacia la expulsión del universo. Tal vez por eso, y en aquellos días, me vino a la imaginación la acotación siguiente: Vale la pena hacer notar que los enfermos mentales, cuando poseen cierta educación, tienen casi siempre la tendencia irresistible a expresarse por escrito, intentando disciplinar sus divagaciones en el molde de un tratado filosófico o de una composición literaria. Sería erróneo tomarlos a la ligera, porque esos escritos pueden ser una fuente inapreciable de datos significativos para el hombre de ciencia, que en la palabra escrita tiene a su disposición, al abrigo de la fugacidad del delirio oral y de las acciones fugitivas, una serie de pensamientos disecados, semejantes a los insectos inmovilizados por un alfiler o a la flora seca de un herbario en los que concentra su atención el naturalista.

2010-03-30


2010-03-21

Espero que antes de venir a Mar del Sur, leas (y mires) estas notas. Seré breve, no me acostumbro al teclado prestado. No estoy en mi ibook, me parece que no me deja escribir por celos; peor aún, porque sabe del estrecho contacto de mi dedo con la pantallita del ipod.
Lo sabe, estoy seguro.
El caso es que que ella tipea motu proprio una raya tras otra. Se me ocurrió que se trataba de un virus, pero verifiqué que no había ninguno, y, por tanto, pensé que se trataba de un problema del teclado. Como es una laptop, dudo que tenga arreglo. De cualquier forma voy a hacer la prueba y así demostrarle todo lo que la quiero —en un verano pasado, yo iba todas las mañanas a escribir a la uca; Cecilia fue testigo de mi amor: yo llevaba mi nueva ibook a la biblioteca, donde Cecilia estaba haciendo una pasantía, y le pedí a Cecilia que viniera a conocer a mi nuevo amor (lo cuento porque sé que ella lee todo, sé que el problema del teclado no es algo físico, ¡satanás!, no, no, tampoco... celos rabiosos, y ahora ella expulsa mis dedos de sus botones negros).
Pero el tema es Mar del Sur.
Un sitio que amo porque lo conozco desde la infancia. Voy a intercalar algunas imágenes (quedarán para otra ocasión las del mar perlado, por ejemplo, la de los nadadores del muelle en peligro de derrumbe, el carro negro... que salieron todas lindas, se me ocurre que debería tomarle unas fotos a ella, más fotos, como antes, fotos de la época dorada en que escribíamos juntos, qué tristeza).



Mar del Sur está a solo quince minutos de Miramar y vale la pena venir, siempre y cuando sea un día calmo, porque Mar del Sur suele ser ventoso y salvaje.
Respecto a Piedras Negras, ya comenté que no es un sitio especial, quiero decir, no resulta un lugar nunca visto o conocido, lo que pasa es que acá no hay demasiado para hacer y los veraneantes suelen caminar hasta las piedras cuando la marea les permite llegar. Una vez en las piedras, andan curioseando las peceras naturales.
No existe ir en bici, no hay calles.
Sólo por la costa, animándote cuando el mar te ciegue el paso... conviene esperar a que primero pasen otros veraneantes. No son acantilados altos como los de Miramar, pero tampoco son para tomarlos en broma. Hay que alejarse de la playita céntrica unos tres kilómetros hacia el sur, que si la marea te lo permite es hermoso (solamente existen un par de escollos, cabitos o puntas de acantilados). El mar brama mientras caminás a su lado y está como en una especie de hoya... la orilla, viento y cielo. Si mirás para el pueblo, o el campo, observarás la irregular construcción de casas de veraneo, apuntaladas sobre los petisos acantilados.
Hay una frecuencia bastante amplia de colectivos desde Miramar, que parten de la Mitre. El jueves o viernes, a las cuatro de la tarde, vine con Vanna. Teníamos la idea de volver a las nueve, pero no pudimos. Las ráfagas de viento no eran nada hospitalarias, a menos que nos quedáramos en la playita céntrica, a escasos pasos de las ruinas del Hotel: Lo poco en cuenta que la naturaleza tiene nuestros planes


2010-03-09


Ayer recorrí la ciudad hacia el vivero cuando fui a jugar al tenis, la dieciséis (ida) y la veintidós (vuelta) . Se largó un diluvio al volver. En el departamento entraba agua por las ventanas cerradas. Jeans por la noche (descenso brusco de temperatura) y jazz en «lo de Breccia»: no volvieron a inquirirme por los dibujos.

Desde el piso doce se divisan claramente los muchos árboles que tiene la ciudad. Distingo unas manzanas (en la veintidós) con tilos. Por la noche se ve el parpadeo de la pequeña Mar del Sur. En el negror, también los focos de algunos autos que asemejan la luz periódica de los faros.
Hoy el plan era Mar del Sur por la tarde. Pero demasiado viento. El cielo sin nubes, así que: lectura de Middlesex en el vivero, donde se estaba bárbaro (acto repetitivo: bomberos nuevamente previniendo sobre la zona «insegura»). La idea para mañana es alquilar bici: ir a Seis Brujas y a conocer el bosque «energético».
Seguramente vuelva al barcito de la semana pasada, así publico esta entrada. Ahora, mucha hambre de pizza a la piedra con roquefort en la veintidós y Mitre. Estoy escuchando a Estrella Morente: Errante en la sombra, te busca y te nombra. Vivir...

Me acuerdo de mis lecturas del Quijote en Gesell.
El Quijote es un libro de largo aliento, también para el lector, el cual no debería cejar en la lectura cuando el libro recién empieza... Cervantes escucha a los lectores de su libro y se da cuenta de los imposibles que presenta el camino que emprendió su héroe; y de tal forma se da cuenta que lo hará volver a su aldea, y lo munirá de un escudero para tener alguien con quién dialogar (ya no dialogará solamente con los libros que lo han enloquecido), e inventará más de un narrador de las historias. Cervantes batalla mucho para hacer gozosa su invención a los lectores. Para que los lectores no interrumpan la lectura.
Es un libro para las noches. En Gesell leía uno o dos capítulos antes de dormir. También leí partes bajo los árboles de la casa del viejo Gesell. Me acuerdo de esa casa y de los billetes del abuelo, o tal vez eran del padre de Gesell, dinero que se depreciaría con el tiempo para que hubiera que gastarlo (respondían a una delirante teoría anticapitalista); también me acuerdo de las paredes «huecas» para contrarrestar los cambios climáticos; las puertas en cada una de las caras de la casa, por si acaso el médano obturaba la salida, el cochecito de bebé de la antigua casa Gesell; las fotos aéreas de los médanos de la futura villa... Volviendo a la novela de Cervantes; es un placer leerla despacio, acostumbrar el oído a esos encantamientos y a esos humores, a todos los monólogos «dialogados». Y el Quijote descubrirá los mares, poco antes del final.

Me vino a la mente una noche gloriosa del año pasado, en Reta. El clima allá es muy áspero, pero esa noche me puse a escribir en un balcón con este mismo ipod. Estaba yo feliz por el sosiego nocturno, la bonanza del clima después de una tormenta y una copa de vino apoyada en la barandilla.
Las calles de Reta son de tierra (o arena). Las playas recuerdan a las de Gesell del pasado. También a las de acá, siempre me refiero a las que están ubicadas antes del Arco o a las de Mar del Sur. Todas estas playas eran en el pasado tan dilatadas como las de Reta en el presente. En verdad, ahora encuentro a las playas de Reta parecidas a las de Cabo Polonio. Si bien no cuentan con un faro, ni con lobos marinos... las playas de Reta presentan una formación natural de médanos como las de Polonio. Los fuertes vientos acumulan arena constantemente y producen desplazamientos de los médanos.
Están animados, casi vivos.
El pueblo más cercano está a treinta kilómetros, un lugar donde yo imaginaba historias aquella noche como las de Manuel Puig. Se accede a las playas de Reta desde ese pueblo por un zigzagueante camino de tosca.
En lo alto de los médanos de Reta, se pueden ver a adolescentes que desafian los vientos y la arena con sus celulares apuntando hacia el pueblo. Seguramente intentando pescar un mensajito. Me acuerdo de mi propia adolescencia, cuando transportaba la fantasía de alguna novia en mis salidas en bici. Me acuerdo cuando hacía aparecer mentalmente a mi amada en las librerías, o en una curva del arroyito, o al caminar de noche por las orilla del mar o simplemente en un almacén. Mi corazón las evoca como el del caballero de la Triste Figura a la bella Dulcinea: solamente un tap en la palma de la mano para hacer surgir todo el amor y toda la locura.


No es que Kublai Khan crea en todo lo que dice Marco Polo cuando le describe las ciudades que ha visitado [...] pero es cierto que el emperador de los tártaros lo sigue escuchando...


La pequeña bahía de Seis Brujas se parece a como eran en mi niñez las playas de la zona del Arco. Mar abierto, sin escolleras (veo una muy pequeña en la punta norte, para acumular arena en el balneario siguiente, Copacabana). A diferencia de aquellas playas del Arco, hoy inexistentes, Seis Brujas tiene acantilados. Y en los extremos tiene rocas, donde se forman esas peceras naturales, unos micromundos marinos con cangrejos rosados, mejillones negros, algas de colores rojizas y verdes, sensibles anémonas.
Recién, cuando salía del mar —hoy escribo con marcas de sal en la piel— me topé con un pingüino que ingresaba. La poca gente que había en la orilla lo seguía. Lo vi entrar de forma muy pingüinera: se frenó, dio unas pisaditas como reconociendo el estado del mar, avanzó dando dos o tres pisadas y se echó de panza. Se introdujo ayudado por las aletas, hundió la cabeza y no lo vi más. Cuando emergió, ya estaba lejos.
Esta aparición, que parece fabulosa, me trajo a la memoria que a las playas del Arco solían llegar pingüinos. Posiblemente exista una ruta marina y estos que se ven todavía hoy en la playa se hallen seguramente perdidos. Queda la esperanza de que el pingüino de hoy sobreviva, porque, y esto es lo nuevo para mí, lo encontré retornando al mar abierto.
Ahora, un petit descanso en el petit departamento antes de visitar el tan mentado bosque «energético». Hoy es un día increíble.

Las rocas de Piedras Negras, en Mar del Sur, se asemejan a las de la pequeña bahía. Las de Mar del Sur son aludidas en Sobre Héroes y Tumbas.

[...] el campo de las viejas daba al océano, un poco al sur de Miramar [...] / Recostada sobre un lado vi cómo [Marcos] se alejaba. Luego me levanté y corrí hacia el agua. Nadé durante mucho tiempo, sintiendo cómo el agua salada envolvía mi cuerpo desnudo. Cada partícula de mi carne parecía vibrar con el espíritu del mundo. / Durante varios días Marcos desapareció de Piedras Negras.

El concurrido bosque «energético» es un extremo del vivero, como suponía. He andado millones de veces por ahí en épocas en las cuales buscaba playas para bañarme en traje de Adán.
Al fondo del bosquecito hay una encrucijada o un sendero que se bifurca. El de la izquierda es el de todos los laberintos... por eso tiene una estaca amarilla con la cifra 58; muy borgiano el color amarillo, claro. Si se continúa ese sendero: 58, 57, 56... en un rato se llega a la parte «segura» del vivero: museíto a la izquierda, en la hondonada... afuera el carro negro, a la derecha la nueva gruta, fogones, etc. Si se toma el otro sendero, el de la derecha, en diez minutos se llega a aquellas playas del Paraíso Perdido... tras una loma la invasión de cuatro por cuatros y cuatriciclos, donde en mi adolescencia se alcanzaba a divisar sólo el mar. Ya no existen aquellas playas para nadar desnudos... O sí, pero no son éstas.
Al volver (bellas fotos del crepúsculo: mar perlado) una sorpresa: desde la parte prohibida o en peligro de derrumbe, pero atiborrada de pescadores, había cinco nadadores que se arrojaron al mar y nadaron hasta la rambla.
Ya era noche.

Cena: grueso bife de chorizo a la plancha, acompañado con rodajas de zapallitos y berenjenas. Soy feliz acá. Muy feliz de haber vuelto a Miramar (acto repetitivo). Repetición final: un auto rojo que entraba al vivero y sacaba gente, volvía a entrar a los pocos minutos, salía repleto y manejando muy rápido el día de lluvia de la semana pasada: ¡era un remisero!

Paisaje nocturno de la medianoche: gigante frente de tormenta eléctrica en el sur. Muy lejana: no se oyen todavía los truenos.

2010-02-28


Primer y segundo día caminatas por el vivero. El aroma que predomina en el vivero es el que proviene de los pinares, fresco olor que todo lo impregna. El segundo día, caminata hasta el Museo (debo volver para fotografiar un carro negro y con unas ruedas traseras de más de tres metros de diámetro). No sigo los caminos, voy a bosque traviesa y recordando atajos perdidos o irreconocibles que hacía yo a diario en compañía de mi perra ovejera. En la sombra de los pinos, el suelo está verde, porque entre el acolchado de acículas muertas han brotado pastos tiernos, señal de que ha llovido más de lo normal. El segundo día, mientras descansaba aparecieron los primeros humanos: bomberos que me advirtieron acerca de la inseguridad de la zona, porque estaba apartada de los fogones, la nueva gruta, etcétera. Vuelta por la playa.
El día de llegada nadé en las playas céntricas. A partir del segundo y por las mañanas, mar y playa en un balneario de la entrada: Flipper. Está muy lindo para nadar y hay una escuela de surf. En mi niñez no existían las escolleras de piedras. Esas playas (a la altura del Arco) eran anchas como las de Gesell. El balneario consistía en un parador donde hacían unos panqueques deliciosos (aún en invierno) y alquilaban sombrillas. Había también una cancha de voley.
El miércoles llovió y recorrí la ciudad por sus extremos: mate en el laguito. Reconozco muchas casas de mi infancia, a las cuales encuentro prácticamente iguales. La esquina de Parquemar donde me caí de una moto y recibí auxilios que acabaron en demostraciones amorosas.
Hoy, sol en la escollera y salpicaduras del mar. Luego, zambullida y natación de espalda, pecho y croll.

Jueves por la tarde, lectura sobre sillita playera en la rambla: tres capítulos de Middlesex, «La cuchara de plata», «La casamentera» y «Una proposición indecorosa». Disfruté con horror este último, que narra el incendio de Esmirna, la ciudad griega, por parte de los invasores turcos (siglo XX). El fuego se cernía sobre la multitud a la espera de ser evacuados en el puerto. Yo estaba en las proximidades del muelle.
Hay una foto mía en la base laberíntica del corredor del muelle cuando yo tenía veinticinco años. En la actualidad, la base no es como la de la foto. Ha sido reemplazado el esqueleto oxidado, y la parte que se conserva (como la de aquella foto) se encuentra ahora en peligro de derrumbe (la punta del muelle: los pescadores pasan).

Observo actos repetitivos todos los días: en el edificio de enfrente (octavo piso) una chica plancha a esta hora (20:49); en Flipper a las nueve de la mañana, otra chica ingresa al mar con su perro labrador; en la rambla a las cinco y media de la tarde, un hombre arroja un palo a su perro ovejero, el cual baja las escaleras, se zambulle donde hay rocas, y nada hasta recoger el palo (a veces lo pierde de vista, pero se orienta con el dedo del hombre-amo que le señala el palo desde arriba. Luego de repetir el lanzamiento unas seis o siete veces, el hombre debe bajar a la playa a buscar al ovejero, porque éste no quiere más juego); colores marinos al atardecer: distintos verdes, desde un tono lavado y transparente en la orilla, hasta el verde profundo, más allá de la rompiente.

Ayer viernes, nublado desde temprano y luego lluvia. Escritura hasta el mediodía (en el ipod) y por la tarde cuatro horas de bici: ida por la veintiséis hasta la casa alquilada hace unos años (Villa Golf) / Copacabana / mate en la playa (Seis Brujas) y truenos / Golf / vuelta / diagonal hasta la veintiséis / búsqueda de protección por la persistente lluvia en el vivero (entrada por «atrás»): descubro que las zonas habilitadas son solamente las de los fogones y alrededor, mientras que los lugares por los cuales anduve a pie tienen los senderos cortados o intransitables, razón por la cual no había un alma / vuelta por la costa del vivero bajo la lluvia (fuerte pero sin viento). Me entero por un volante (agenda cultural) de un encuentro (lectura abierta) a las 20:00., organizada por la sociedad de escritores de General Alvarado (quiero ir). También hay una muestra de originales de Breccia hijo (historietista de segunda generación / recuerdo su versión de «El matadero», en Fierro / Enrique es hijo de Alberto Breccia, el «maestro» Breccia).
Voy al encuentro literario y leo el capítulo de la escritura sobre (la espalda) de mi padre (ipod / había unas cincuenta personas y habremos leído unos diez, todos poesía excepto mi relato). Páginas a color y también en blanco y negro. Una mina me persigue para venderme alguna. Después me persigue un tipo; están desesperados... Lo interesante es que me entero de que Breccia vive en Mar del Sur y tiene un hijo que también es historietista-dibujante (Fermín, creo).

Hermoso, muy hermoso comienzo de «La ruta de seda». Leo en ipod «Vida y trabajos de Pasamonte» (chiflado que batalló en Lepanto como Cervantes). En el edificio hay un SUM (salón de usos múltiples) donde luego de almorzar suelo hojear el diario que compran. El salón está desierto (hay un plasma gigante y una wii para los chicos en un anexo apartado). Me entero que murió T. E. Martínez. Rescato mucho su labor periodística («La pasión según Trelew», editor de Primera Plana y del suplemento cultural de Página/12, Primer Plano, colección que atesoro).

2010-01-24

Erik Lönrot, el investigador que cayó en el ardid de Red Scharlach, exhorta al criminal a perpetrar una serie de muertes sobre una línea invisible e incesante.


«Scharlach, cuando en otro avatar usted me dé caza, finja (o cometa) un crimen en A, luego un segundo crimen en B, a 8 kilómetros de A, luego un tercer crimen en C, a 4 kilómetros de A y de B, a mitad de camino entre los dos. Aguárdeme después de D, a 2 kilómetros de A y C, de nuevo a mitad de camino. Máteme en D, como ahora va a matarme en Triste-le Roy.»

Sumario

2010-01-15

Emilio Renzi hace decir al crítico Ariel Schettini:

—Sí, efectivamente hay una relación muy nítida de viajeros, desertores y personas en general que escapan, que Renzi ve con cierto magnetismo, y uno podría incluso hacer la lista de todos los suicidas que lo rodean, su padre por empezar, Cesare Pavese, Kafka, Ossorio. Hay una gran cantidad de personajes suicidas; también él mismo, de hecho, en un determinado momento escapa...

Puede pensarse el suicidio de Franz Kafka en boca del crítico como una crisis de la distinción entre la ficción y la no ficción, o, en otras palabras, como efecto de la contaminación narrativa que instala una encrucijada conformada por personajes literarios y por escritores de carne y hueso.

Unas líneas del resumen de la entrada anterior:

«En la segunda parte [de Un pez en el hielo], Renzi se dirige en tren al pueblo natal del italiano [Cesare Pavese], S. Stefano Belbo, lo que da paso —en un típico movimiento pigliano— a una reflexión sobre la escritura del diario (Kafka y Pavese) y el trinomio literatura, mujer y muerte: la alquimia de narración y crítica que tantos frutos le ha dado a Piglia.»

A continuación un pasaje del cuento y más abajo el audio de un par de minutos del capítulo nueve de Biografías Fantásticas, programa emitido el 13 de noviembre de 2009 por Canal (á), dedicado a Emilio Renzi. Silvia Hopenhayn, la conductora, introduce una variación del trinomio: fracaso, mujeres y suicidio. A continuación, Eduardo Anguita, periodista invitado, habla de su empatía con Renzi. Por último, Schettini repasa la fallida lista de suicidas que rodean al héroe de Un pez en el hielo / 2 minutos : 43 segundos.

«Nadie leerá lo que estoy escribiendo. Esa certidumbre era única. Kafka le había ordenado a Dora Diamant que quemara sus manuscritos y tendido en un sofá la había mirado quemarlos. Los cuadernos de sus últimos años. De todo eso sólo se había salvado La madriguera, que no tiene final y es el último relato de Kafka.»
»El que hace ese gesto extremo, pensó Renzi, no necesita matarse. Imposible para Kafka decir basta de palabras, no escribiré más. Decía sigo escribiendo pero destruiré lo que haya escrito y volveré a escribir y nadie me leerá.»
[...]
»Renzi estaba leyendo esas viejas notas que ahora le parecían íntimamente ligadas a sus hipótesis sobre el final de Pavese. La literatura, las mujeres y la muerte.»
»En todo caso Kafka decía que no podía escribir... pero siempre volvía a empezar. En cambio Pavese había ordenado sus papeles, pensaba que en su oficio era un rey. (Kafka, en cambio, se veía a sí mismo como un sirviente.) Si Pavese hubiera escrito sobre ese estado se habría salvado... »
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»En una página puesta a modo de portada, Pavese había escrito con lápiz azul: Il Mestiere de Vivere. Diario 1935-1950. Era el mismo tipo de papel que había usado para escribir la última página.»
»Primera vez que hago el balance de un año todavía no terminado. En mi oficio soy rey. En diez años lo he hecho todo. ¡Si pienso en las dudas que tenía entonces! Y casi al final de la página, escrito con la misma letra firme y serena, la sentencia. Éste es el balance de un año no terminado, que no terminaré.»
»Había dejado el Diario perfectamente ordenado, listo para ser publicado. Si lo hubiera quemado no se habría matado. (Tal vez.)»