2010-05-27

Aquella tarde de septiembre repasaba una anotación de casi mil palabras y también algunos resaltados que había hecho con luminosos verdes, amarillos y rojos. Había muchos temas de los que esperaba hablar. De repente, y un poco perplejo por la vivacidad de la llamada, hice tap para responder. La primera frase que escuché fue: «no te veo». Por el contrario, yo sostuve: «sí te veo».
—Pues, yo no.
—Yo sí.
Mis dedos iniciaron una travesía de vértigo por los menús hasta que vi mi propia imagen en la pantallita y dije que el problema estaba solucionado.
—No te veo, eh.
—Pero, yo me veo.
Víctor mantenía la más serena impasibilidad en las expresiones de su rostro sin yo encontrar la opción que me tornara visible. Un poco abrumado y, con la intención de ganar tiempo, dije que aún era de día y que entraba el último sol por mi ventana.
Aunque los ajustes indicaban que la comunicación era perfecta, yo no podía mostrarle a Víctor la biblioteca que dirigió Borges, ni tampoco que el sol, aunque cada vez más débil, seguía ardiendo detrás de los vitrales de ese edificio. En los vaivenes de la pantallita, mis ojos vieron de repente la nota y aquel delirio que había yo emprendido a través de los colores.
—¿Quieres que cortemos y yo te marco?
—Bueno, dale.



Carlos Tomatis repite una expresión en Lo imborrable: que me cuelguen si tengo ganas de leer las anotaciones… Pero que me cuelguen más alto o me la corten en rebanadas si me gustaría ahora hacer un análisis literario… Eso pensé, más o menos, pero repentinamente convencido de que la minucia de las anotaciones y el método de los diferentes colores constituían ahora una descabellada apuesta para conversar. Mejor sería… Apareció una figurita sin cabeza y con un signo de interrogación. Es decir, yo era ahora el que no veía, mientras él exclamaba:
—Ah sí, te veo. Es cierto, se ve la luz —sin duda, que la imperfección que reinaba dispuso el terreno para cosas claras y fáciles de comprender. Por lo tanto, así fue dándose la charla del año pasado:
—Bueno, me fascinó cuando la joven de Unos meses habla de ir a hacer del dos. En esa expresión parece estar dibujado un sorete o el perfil simplificado de las nalgas junto con las piernas en el acto de cagar. En una antigua entrada de tu blog había una referencia al estómago o, más exacto, al calor del estómago.
—Hay cositas que yo no sé, supongo que son como los modismos, diferentes entre Argentina y México. Por ejemplo, acá no se usa para nada la cuestión de placard. Después supe que es una especie de closet, un armario empotrado en la pared.
—Está bien. El problema soy yo, porque usé placard como sinónimo de ropero.
—O sea, un ropero común.
—Sí, debería reemplazar placard por ropero porque no me refiero a algo empotrado, ni nada por el estilo. En realidad, es todo lo contrario, porque el mueble se tendría que poder mover, de acuerdo con la manía de mi abuelo. A mí me pasó con las bisagras de la puerta del baño en Unos meses. Permitime que busque…
—El quicio, si mal no recuerdo.
—Para mí es la bisagra.
—Pero no es exactamente lo mismo, eh. Quicio es como el marco o el umbral. Y la bisagra es esta cosa que hace que se abra y se cierra.
—¿Vos te referís a una ranura o abertura?
—Exactamente, a una minúscula abertura en este umbral.
—Es la primera vez que la veo escrita. Conozco las expresiones sacar de quicio, desquiciado y resquicio. Justamente, había entendido que la puerta entreabierta del baño dejaba un resquicio o rendija vertical, y que el protagonista de la historia la aprovechaba para espiar a la joven. De todas maneras, tengo que volver a leer esa parte, pero ya que estamos ahí, te comento que me perdí con la palabra estancia. Para nosotros es el living o la sala de estar.
—Acá le decimos estancia.
—Para nosotros una estancia es el sitio donde se crían vacas.
—No me imaginaba. Es muy curioso.
—Me causaron gracia las ayugas de El ausente. El héroe de este cuento dice que necesita descargarlas. Hay una atmósfera graciosa que rodea todo el andar del personaje… —se oyó un prolongado bramido del otro lado— Pasó un avión.
—Sí, ya sabes que aquí los aviones siempre se llevan frases de conversaciones.
—Me pareció que hay algunas palabras que faltan o quizás son modismos
—Mira, eso es bueno que lo marques, porque luego ya hay cosas que hoy día no veo, eh. De tanto que uno los está releyendo, corrigiendo y etcétera, hay cosas que ya no veo.
—Te comés algunas palabras.
—Ahá, ¿cómo cuál, tienes alguna en la mano?
—Una podría ser …
—Ay, espérame un segundo porque acaba de empezar a llover y tengo que cerrar la ventana.
—Andá.
Víctor tardará menos de un minuto, sin embargo se disculpará:
—Perdón, pero es que si no se me iba a mojar todo el departamento.
—¿Es una tormenta?
—No, pero el agua se estaba metiendo por la ventana.
—Ayer hubo mucho viento acá. Tuve que guardar algunas plantas porque parecían a punto de caer a la calle. Te decía que falta una palabra en: «Aparecía cada que alguien entraba y encendía la luz para aliviarse del sobrepeso de las entrañas.» Falta el «vez». La oración sería: «Aparecía cada vez que alguien […]». También, a continuación, donde dice: «Un día por fin tuve una oportunidad inmejorable para deslizar la mirada por el agujero. Sus padres llegarían hasta la noche […]» yo entiendo que quiere decir: «Sus padres no llegarían hasta la noche […]»
—Es la cuestión de los modismos. Eso se aplica mucho acá, en el habla normal de aquí. Por ejemplo, dices algo así: «Cada que hago eso, pasa esto.» No es necesario poner el «Cada vez que hago eso, pasa esto.»
—Mirá vos…
—Sí, aquí se dice con quien quieras, eh. Se dice sin necesidad de utilizar el vez. Pero es curioso…
—Mucho. ¿Y en el caso de los padres?
—También. Es como con las maneras de hablar. Hace poquito estaba platicando con una amiga que es de España, de Andalucía. Ella vive aquí, ahorita, en México. Y me decía también que ese hasta de «Sus padres llegarían hasta la noche […]» lo siente un poco complicado, porque no significa exactamente lo mismo en España y en México. Entonces, no sé ahí cómo podría hacerle. Yo trato de mantener una cierta habla de aquí, pero raras veces utilizo palabras como demasiado locales. Raras veces. Pero hacerlo de una manera que ni siquiera yo hablo de esa forma, también me resulta más complicado. ¿Me entiendes?
—Si se trata del habla de tu lugar, tenés que conservarlo.
—Hay una parecida que yo encontré en tu novela. Es en el si no. Fíjate, aquí se usa de esta manera: «Si no es esto, pasa cualquier cosa». Ahí, va separado. En cambio, cuando dices: «No es esto, sino esto», ahí va junto. Sin embargo, en tu texto tienes un sino que según yo tendría que ir separado. En: «Estuve tentado a transcribir esas cartas que conservo. En realidad las copié yo mismo. Y mientras lo hice me pareció encontrar, sino una historia, al menos un esbozo de verdad. »
—Se trata de un error. Yo tuve que revisar a lo largo del texto el uso del sino y el si no porque me los confundía. Me acuerdo que el no es tónico en el segundo caso. También tuve que repasar toda la novela para uniformar el uso de quizá o quizás, aunque en Vida interior, de Federico Jeanmaire, se explica que el uso de una u otra forma depende de la siguiente palabra, quiero decir de si la palabra que sigue empieza con una consonante o con una vocal.
—Exacto, ambas variaciones se utilizan.
—Pero yo opté por no alternar.
—Yo estuve buscando en el R.A.E. y resulta que son válidas ambas y no implican una diferencia como sucede con aún y aun, que cambian totalmente el sentido.
—Claro. Y antes de que me olvide, el uso de reverberar, que es ahora aceptado tanto para la luz como para el sonido. En verdad, se trata de una propiedad o fenómeno de la luz. Vos lo usás tanto en relación a unos gritos, como en relación a la luz que emana de un fuego.
—¿Y las sinestesias? En ese sentido yo soy un amante de las sinestesias. De decir que un sonido huele a algo. O que una mirada puede tener cierto sabor. Son modos de hablar, definitivamente. Te digo… hay palabras, ahorita ya no recuerdo alguna otra… Cuando te refieres al final a estos carniceros, creo que en la vista de los cuadros, ¿cómo es la palabra? Una palabra que aquí no se usa, pero para nada. A ver déjame chequear tu texto rápidamente.
—¿Los matarifes?
—No, matarife se llegó a usar en algún momento.
—Se me trabó la cámara aquí. A ver… Bueno no importa, sígueme diciendo cosas mientras yo encuentro esa parte que te digo.
—En el final, cuando me puse a describir la escena del cuadro, me di cuenta de que dicha escena tendría algunos paralelismos con El matadero, de Esteban Echeverría. Sucedió que volví a leer el cuento y crucé los textos. Incorporé palabras del cuento de Echeverría. ¿Transmite eso el final?
—Los cuadros quedan como una especie de alucinación, quizás. Yo de hecho pensaba como que era algo que sólo veía el niño y que en algún momento iba a interactuar en la anécdota del niño. Así como este monstruo que a veces aparece en el armario, o cosas así.
—¿Qué monstruo?
—Bueno, también está como en la imaginería. Depende de la sociedad, pero por ejemplo acá se teme mucho al monstruo del armario.
—Como leyenda.
—Exacto.
—Como leyenda un tanto urbana. De suburbio… Ah, mira, los encontré; son los achuradores. Esa palabra nunca la había escuchado en mi vida.
—La achura es el aprovechamiento de las entrañas de los animales. El achurador es el tipo que destripa a la vaca.
—Sí, después ya lo investigué. Porque esa palabra, tan rara, de dónde salió.
—Che, ¿vos me estás viendo?
—Yo te veo bastante oscuro. Al que no veo es a mí mismo. Ahora no sé qué hacer. Está como trabada mi cámara.
—Seguís sin cabeza. Yo puedo prender la luz si es necesario.
— Huy, la tuya se quedó fija. Sí, ya no te mueves para nada.
—Pero pudimos hablar cosas interesantes.
—Acabamos de ver que tenemos ciertas formas de narrar que tienen que ver con nuestras zonas. Me emocionó bastante la cuestión del intercambio.
—Y nos reímos mucho. Yo puse a hervir unas papas.
—También tengo que cocinar, porque esta vida no da para más, eh. Y al rato volver a salir.
—Entonces, te mando las anotaciones que realicé con tanta minucia.
—OK. Y a ver que sale para la próxima. Pues, cuídate mucho, Gustavo.
—Igualmente, un abrazo.

2010-05-20

Hay idiomas fantasmas.
El lenguaje imagina que los comprende, aunque esos idiomas no hayan sido hablados, ni siquiera escuchados. Es algo parecido a la sensación de movimiento que experimentan las personas que nacieron sin extremidades.
El caso es que con una fe ciega extendí mis manos hacia el fragmento de una novela argentina que fue traducida al polaco por Tomasz Pindel.
Era Auschwitz.
A fin de dos mil nueve le comenté al autor por correo electrónico que me interesó mucho el panorama de Buenos Aires y las series de marcas de consumo, como ser de automóviles, etcétera. Sin embargo, me reservé los cotejos de abajo, que apunté por curiosidad.
El héroe de la novela es Berto, un «hombre común».

Auschwitz to nazwisko dla kogoś, kto ma katar.
—Au… świst! —powiedział Berto ze śmiechem.

Auschwitz es el apellido de una resfriada.
—¡Au… chíst! —hizo Berto, riéndose. p. 10


[…] Kiedy całuje bez maści, pękają jej wargi. […]

[…] Si besaba sin pomada se le rompían los labios. […] p. 19


[…] Szuflada na warzywa pełna była pomarańczy.

[…] El cajón de verduras estaba repleto de naranjas. p. 20


[…] Brzydki sen, jak wszystko w tym domu.

[…] Un sueño feo, como todo lo que había en esa casa. p. 25


[…] Wielki kot, pomyślał, ale bez sierści i z gęsią skórką. […]

[…] Un gato enorme, pensó, sin pelos y con la piel de gallina. […] p. 26



Papieros w przelocie otarł się o ucho Berta. / la oreja de Berto p.25

Ubranie upadło na ziemię i wreszcie okrzyk wyrwał się z gardła Berta, / la garganta de Berto p.26

Ale całowanie to obsesja Berta. / la obsesión de Berto p.10

En estos ejemplos finales, me llamó la atención el cambio de Berto por Berta. Recientemente, Madzia me explicó que Berta en polaco significa «de Berto» De cualquier manera, reitero lo dicho ya en Hemin-guay i Au… świst!: no creo que nuestro héroe viera con buenos ojos ese cambio.

2010-05-10

En Discusión, Borges dice que José Hernández, con su Martín Fierro, no «silencia la realidad» del gaucho, sino que «se refiere a ella en función del carácter» de su héroe, y, en consecuencia, Hernández no «especifica día y noche, el pelo de los caballos: afectación que en nuestra literatura de ganaderos tiene correlación con la británica de especificar los aparejos, los derroteros y las maniobras, en su literatura del mar, pampa de los ingleses.» Sin embargo, y en el sentido pleno de correspondencia con el «mar de tierra firme» de Las nubes, Borges volverá sobre la idea de la pampa como el mar [de los ingleses]. Por ejemplo, parafraseará a Hudson cuando éste, en Un naturalista en el Plata, cita a Darwin:

At sea, a person’s eye being six feet above the surface of the water, his horizon is two miles and four-fifths distant. In like manner, the more level the plain, the more nearly does the horizon approach within these narrow limits; and this, in my opinion, entirely destroys that grandeur which one would have imagined that a vast level plain would have possessed.

En prosa de Borges, El informe de Brodie:

[...] la metáfora que equipara la pampa con el mar no era, por lo menos esa mañana, del todo falsa, aunque Hudson había dejado escrito que el mar nos parece más grande, porque lo vemos desde la cubierta del barco y no desde el caballo o desde nuestra altura.

2010-05-01

Leí que la acacia es un árbol, aunque siempre la vi como arbusto porque suele crecer encorvada, y a veces tan encorvada que se termina recostando en los arenales y es imposible reconocer dónde ha echado las raíces. El caso es que cuando Cecilia comunicó su hallazgo del verano, me quedé en suspenso, porque sinceramente no pude vislumbrar la maravillosa asociación que ella hizo entre un cartelito de la casa del fundador de Villa Gesell y la novela de Juan José Saer.


En una de las paredes, Cecilia había observado un «nidito» con la forma de un triángulo. En cada vértice, tres plantines de acacia trinervis, y, en el centro, un plantín que representaba un brote de pino. Ahora, la única luz del cuarto provenía de la pantalla de mi ibook celosa. Cecilia mostraba el dibujo y debajo la explicación siguiente:

Los «niditos» con acacia trinervis
Sistema para proteger los pinos de los vientos.

La acacia trinervis (acacia longifolia) es una planta leguminosa de origen australiano, muy resistente a los vientos marinos, que Carlos Gesell utilizó a partir de 1939 para dar protección a los pequeños pinos.
Las tres acacias que crecen con rapidez, envuelven al pinito y lo protegen de los fuertes vientos.
También le aportan nitrógeno, un nutriente indispensable para el crecimiento de todo árbol, que la acacia —como toda leguminosa— toma del aire y fija en el suelo.
Gracias a los «niditos», los pinos de Villa Gesell pudieron crecer bien. Por eso llamamos a la acacia trinervis: «planta madre de la forestación». Florece en julio-agosto con grandes espigas amarillas.

Las tres acacias, repitió.
Ella había llevado la novela a Villa Gesell; libro que yo había leído hacía tres años, pero yo no recordaba las tres acacias. Así se llamaba la casa de Las nubes, explicó Cecilia.
En efecto, así se llamaba la casa que, a poco tiempo de la apertura «estuvo casi llena» de locos. Reímos despacito, como si Saer o Gesell durmieran en la habitación contigua, y no quisiéramos despertarlos. Si bien el manuscrito, o memoria, que constituye Las nubes, manifiesta que su objeto no es «relatar en detalle la vida en la Casa de Salud, sino» la caravana con cinco locos que lentamente atravesaría el «mar de tierra firme» hacia Las tres acacias, dicha narración, la del viaje, se demorará hasta la página ciento cincuenta y ocho; es decir, hasta transcurridas las dos terceras partes de la extraordinaria novela.
El recuerdo del final —a Cecilia le restaban leer unas pocas páginas, luego hice silencio— no alcanzó a borrar los tiempos de la revolución, el doctor Weiss y míster Dickson, las guerras de independencia, los dedos del joven Prudencio, sor Teresita, las semejanzas entre el cuerpo yaciente de Prudencio Parra y Garay López, la llovizna constante, Verde y Verdecito, el frío, Josesito, el círculo de la inundación que se estrecha hora tras hora, los pájaros, el galope de Osuna hacia el sudoeste, la total disertación del doctor que se apellida Real, el kiosco-almacén y el carromato con las putas, los perros vagabundos, la laguna de forma vagamente aovada. En una palabra, no alcanzó a borrar el resquebrajamiento de la taxonomía supuestamente palmaria entre naturaleza y cultura.

Leímos que a poco tiempo de abrir, en abril de mil ochocientos dos, la casa «estuvo casi llena». El doctor Real relata:

«Un loco pone en peligro una casa de rango desde el techo hasta los cimientos, y hace perder respetabilidad a sus ocupantes, lo que explica que en general se escondan las enfermedades del alma como si fueran males oprobiosos. También allá debe haber muchas familias que no saben qué hacer con sus locos, me dijo un día en Madrid el doctor Weiss, en la época en que esperábamos las autorizaciones de la Corte para abrir nuestra casa en el Virreynato.»

La casa duró catorce años.
Real la describe blanca y apacible, de esta forma:

Se trató de «un vasto edificio de varias alas, de espesas paredes blancas y techo de tejas, en las barrancas que dominan el río.» La única planta del edificio, «consistía en una serie de galerías que encerraban tres patios […] las hileras de cuartos que se abrían hacia los patios cuidados, evocaban el convento, la cofradía, o una rústica Academia […] Vivíamos en comunidad con nuestros locos […] El cuadrado del medio compartía los lados transversales con el cuadrado inferior de la entrada y el cuadrado del fondo: en materia de arquitectura, el doctor [Weiss] era afecto a la geometría. El primero de esos lados transversales del cuadrado del medio era un largo salón que servía de comedor y en uno de cuyos extremos estaba instalada la cocina […] En las galerías laterales opuestas del cuadrado inferior, inmediatamente después de la entrada, él a la izquierda y yo a la derecha, el doctor Weiss y yo teníamos cada uno nuestra habitación, que era al mismo tiempo nuestro lugar de trabajo.» En «una construcción aparte, cercana del río, tan blanca y cuidada como el edificio principal» se encontraba el sitio para baños «fríos o calientes». El corral también estaba «fuera del edificio, más allá de las tres grandes acacias».