2010-05-01

Leí que la acacia es un árbol, aunque siempre la vi como arbusto porque suele crecer encorvada, y a veces tan encorvada que se termina recostando en los arenales y es imposible reconocer dónde ha echado las raíces. El caso es que cuando Cecilia comunicó su hallazgo del verano, me quedé en suspenso, porque sinceramente no pude vislumbrar la maravillosa asociación que ella hizo entre un cartelito de la casa del fundador de Villa Gesell y la novela de Juan José Saer.


En una de las paredes, Cecilia había observado un «nidito» con la forma de un triángulo. En cada vértice, tres plantines de acacia trinervis, y, en el centro, un plantín que representaba un brote de pino. Ahora, la única luz del cuarto provenía de la pantalla de mi ibook celosa. Cecilia mostraba el dibujo y debajo la explicación siguiente:

Los «niditos» con acacia trinervis
Sistema para proteger los pinos de los vientos.

La acacia trinervis (acacia longifolia) es una planta leguminosa de origen australiano, muy resistente a los vientos marinos, que Carlos Gesell utilizó a partir de 1939 para dar protección a los pequeños pinos.
Las tres acacias que crecen con rapidez, envuelven al pinito y lo protegen de los fuertes vientos.
También le aportan nitrógeno, un nutriente indispensable para el crecimiento de todo árbol, que la acacia —como toda leguminosa— toma del aire y fija en el suelo.
Gracias a los «niditos», los pinos de Villa Gesell pudieron crecer bien. Por eso llamamos a la acacia trinervis: «planta madre de la forestación». Florece en julio-agosto con grandes espigas amarillas.

Las tres acacias, repitió.
Ella había llevado la novela a Villa Gesell; libro que yo había leído hacía tres años, pero yo no recordaba las tres acacias. Así se llamaba la casa de Las nubes, explicó Cecilia.
En efecto, así se llamaba la casa que, a poco tiempo de la apertura «estuvo casi llena» de locos. Reímos despacito, como si Saer o Gesell durmieran en la habitación contigua, y no quisiéramos despertarlos. Si bien el manuscrito, o memoria, que constituye Las nubes, manifiesta que su objeto no es «relatar en detalle la vida en la Casa de Salud, sino» la caravana con cinco locos que lentamente atravesaría el «mar de tierra firme» hacia Las tres acacias, dicha narración, la del viaje, se demorará hasta la página ciento cincuenta y ocho; es decir, hasta transcurridas las dos terceras partes de la extraordinaria novela.
El recuerdo del final —a Cecilia le restaban leer unas pocas páginas, luego hice silencio— no alcanzó a borrar los tiempos de la revolución, el doctor Weiss y míster Dickson, las guerras de independencia, los dedos del joven Prudencio, sor Teresita, las semejanzas entre el cuerpo yaciente de Prudencio Parra y Garay López, la llovizna constante, Verde y Verdecito, el frío, Josesito, el círculo de la inundación que se estrecha hora tras hora, los pájaros, el galope de Osuna hacia el sudoeste, la total disertación del doctor que se apellida Real, el kiosco-almacén y el carromato con las putas, los perros vagabundos, la laguna de forma vagamente aovada. En una palabra, no alcanzó a borrar el resquebrajamiento de la taxonomía supuestamente palmaria entre naturaleza y cultura.

Leímos que a poco tiempo de abrir, en abril de mil ochocientos dos, la casa «estuvo casi llena». El doctor Real relata:

«Un loco pone en peligro una casa de rango desde el techo hasta los cimientos, y hace perder respetabilidad a sus ocupantes, lo que explica que en general se escondan las enfermedades del alma como si fueran males oprobiosos. También allá debe haber muchas familias que no saben qué hacer con sus locos, me dijo un día en Madrid el doctor Weiss, en la época en que esperábamos las autorizaciones de la Corte para abrir nuestra casa en el Virreynato.»

La casa duró catorce años.
Real la describe blanca y apacible, de esta forma:

Se trató de «un vasto edificio de varias alas, de espesas paredes blancas y techo de tejas, en las barrancas que dominan el río.» La única planta del edificio, «consistía en una serie de galerías que encerraban tres patios […] las hileras de cuartos que se abrían hacia los patios cuidados, evocaban el convento, la cofradía, o una rústica Academia […] Vivíamos en comunidad con nuestros locos […] El cuadrado del medio compartía los lados transversales con el cuadrado inferior de la entrada y el cuadrado del fondo: en materia de arquitectura, el doctor [Weiss] era afecto a la geometría. El primero de esos lados transversales del cuadrado del medio era un largo salón que servía de comedor y en uno de cuyos extremos estaba instalada la cocina […] En las galerías laterales opuestas del cuadrado inferior, inmediatamente después de la entrada, él a la izquierda y yo a la derecha, el doctor Weiss y yo teníamos cada uno nuestra habitación, que era al mismo tiempo nuestro lugar de trabajo.» En «una construcción aparte, cercana del río, tan blanca y cuidada como el edificio principal» se encontraba el sitio para baños «fríos o calientes». El corral también estaba «fuera del edificio, más allá de las tres grandes acacias».

1 comentario:

La ninfa dijo...

Absolutely brilliant!