2011-03-21

[…] empecé a pensar cuáles eran las madres que estaban en la literatura argentina y que uno podía recordar […]

[…] Recordaba entonces, por ejemplo, la madre de Silvio Astier en El juguete rabioso, que es una figura fortísima porque siempre que quiere escribir, la madre le dice que hay que trabajar, cada vez que Silvio Astier está leyendo, le dice «no sigas leyendo tenés que buscar un trabajo», y entonces la novela es la fuga de la madre, cómo se escapa de esa especie de orden materna de que hay que salir a ganarse la vida. Después está la madre que aparece en La traición de Rita Hayworth, la novela de Manuel Puig. Toto, el chico que anda por ahí en el colegio y está siempre escapando porque todos le quieren pegar, lo maltratan, tiene a su madre que lo lleva al cine. La madre lo lleva al cine y entonces es la madre la que instala esa mitología que va a acompañar a Puig durante toda su obra, y está muy bien contada esa intimidad con la madre, esas tardes en que van al cine del pueblo a ver películas de Hollywood.
Después está la madre de Tomatis, el personaje de Juan José Saer, que es una especie de madre negativa porque está siempre mirando televisión (que en el mundo de Saer es lo peor que puede pasar). La madre está siempre mirando televisión y lo único que le pasa a la madre es que Tomatis —que es el poeta que anda por ahí— le tapa la pantalla, la única relación que tienen es que Tomatis le tapa a la madre el televisor, y entonces la madre le pide que pase rápido.

A raíz de la presentación de Soy un bravo piloto de la nueva China.

3 comentarios:

Verónica Ruscio dijo...

Pensé en doña Milagros, la madre que tenía la pensión en Rosaura a las diez, de Denevi, una viuda trabajadora capaz de hacerlo todo con tal de que sus hijas sean mujeres de bien.

Gustavo López dijo...

Milagros, Verónica, ya que las madres no abundan:
La madre es una figura ausente en la literatura argentina

el ruso dijo...

Haciendo la salvedad de que no se trata de una novela, quiero recordar "Un guapo del 900", de Eichelbaum, donde la madre, Doña Natividad, defiende los códigos de la hombría de cara al caudillo político que suelta la mano del hijo, después de que éste cometiera un crimen para salvar la honra del patrón.