2011-08-17

«Auténtico» o «fabricado», el arte, de todas formas, comporta su momento narcisista, su parte de apariencia, de falsedad si se quiere, con la que desafía al universo de los valores consagrados, se burla de ellos y nos seduce mediante un prisma de facilidad y placer. Se hace amar...

[...]

se vuelven de los rostros los reflejos
tan débiles, que perla en blanca frente
no más clara los ojos la verían;

vi así rostros dispuestos para hablarme;
por lo que yo sufrí el contrario engaño
de quien ardió en amor de fuente y hombre.


[...]

La búsqueda dantesca en el Paraíso consiste en elevarse a la visión de la verdadera luz. Sin embargo, en el interior de esta ascensión en línea recta, el poeta Dante es atrapado por el devenir-sustancia de la luz, por esos oscurecimientos de la transparencia, por esas apariencias aún menos visibles que una perla (Paraíso, canto III, vv. 13-14). Como espíritu que juzga, las rechaza por «narcisistas» (Paraíso, canto III, vv. 17-18). Como enamorado de Beatriz, sin embargo, es llevado a rehabilitarlas. Asistimos aquí a un sutil análisis de la condición poética: fascinada por las imágenes, por un lado, en busca de la verdad, por otro. ¿O quizás a la vez? En efecto, es la simultaneidad de los dos movimientos la que asegura la verdadera salida del engaño narcisista: no se trata de ofuscarse ante las imágenes en nombre de una visión inmediata de la verdad, sino de reconocerlas como tales, como reflejos de una aventura espiritual, hecha de reflexiones ascendentes, que las supera.

Historias de amor, por Julia Kristeva.