2011-10-27

El cuaderno azul habla de que Martín fue a Grecia con un norteamericano que quiso poner un hotel en Mikonos. Y de que antes anduvo por Perugia.
Y de los efectos Henry Miller y de París, que me reí como una gallina clueca.
Me encantó Marx e Inés y los demás personajes del techo de Un rincón cerca del cielo. También, Enrique el sospechoso y su mezquino romance con Nadine.

Hago un find con Octavia del título del otro cuaderno, el de tapas rojas:

sácalo, reléelo, y sufre
recuerda cómo al leerle el cuento te decía que le encantaba
no sería, a lo mejor, pura coquetería por aquel personaje que llevaba su nombre
Vamos, relee.


En la página 195:

Resumo y anticipo, Inés, para decirte que crucé solito al África y de allá me tienes ahora de regreso con la imagen de Octavia de Cádiz sentada como un espejismo en medio de mi historia... ¿Entiendes, Inés? Ni jota, me imagino [...]

Dos páginas antes, Octavia de Cádiz:

—Ahora tienes que regresar al hotel, Martín Romaña.
—¿Cómo lo sabes? ¿Cómo sabes mi nombre?
—Yo no sé nada. Tú sí lo sabes, Martín Romaña. Y a mí eso me basta, a título de información.


Un camino increíblemente desconocido: el subrayado de oración, en la parte que dice hundidita aquella, y en la página 202 dos barritas en el comienzo de parágrafo: Fue macanudo lograr por fin, gracias a Perugia, ser pobres y felices en París. En la página 203 está anotada la fecha de la primera lectura y al final del parágrafo nuevamente las dos barritas.
Marcas para que yo vuelva a gozar con la hondonada que compartían Inés y Martín en la parte más antigua del Barrio Latino.
Me gustaron mucho los capítulos de las exposiciones de pintura y el crimen que todavía no sé cómo ocurrió. Martín tiene una predilección en materia de perros. Un perro trampolinero de su infancia adinerada.
Así que, luego de Bizquerita de Inés y locura de Martín en Cádiz, no me enteré del viaje de bodas a España, porque de un salto la novela pasó al último y noveno piso en París. Y a la hondonada y a la pelea de Madame Labru con madame Delvaux por el día de la exposición anual de sus pinturas.
Más adelante, Enrique en un palpitante segundo plano que me hunde siempre el pecho.

2011-10-02

El sábado de las VIII Jornadas Oscar Masotta en la Manzana de la Luces, Tununa Mercado mencionó en dos momentos la «máquina de escribir».
A poco tiempo del inicio del encuentro, dijo: «Escritura quiere decir ponerme ante una máquina [...]». Y volvió a ponerse ante la máquina un rato después, cuando se refería a cómo fue que empezó En estado de memoria, el primer libro que escribiría en Argentina, después de un exilio de casi quince años en México.
¿Qué tipo de escritura ordena la máquina? Puede ser que en el caso de Mercado, la irrupción de la máquina en el dominio de la palabra, de acuerdo con la expresión de Friedrich Kittler, ordene su memoria sobre un fieltro de modista donde ella juega a clavar agujas o alfileres.



Escritura quiere decir ponerme ante una máquina, tener una idea o una cosa que empieza a cobrar forma y que de una manera muy misteriosa se ordena en un registro que no es lo que yo llamaría una obra literaria
[...]
No podría escribir una obra jocosa o interesarme por cosas celebratorias. Sin embargo, estoy convencida de que en el primer libro que hice con la experiencia del exilio me moría de risa de las cosas que había escrito. Hubo mucha gente que captó esos golpes de humor. Yo los hacía un poco de taquito, pensando que era una manera de vincularme con mi propia melancolía.
Es inenarrable lo que uno puede padecer cuando regresa al país después del exilio, yo estaba en un estado terrible. El encuentro con Buenos Aires... necesitaba urgente una ayuda psicoanalítica. Tengo que hacer algo, le decía a mi marido. Hasta que él me dijo, como tomando el té: ¿Y por qué no escribís? Bueno, dije yo. Y me senté en la máquina eléctrica, muy sonora.
Me salió una imagen de antesala de psicoanalista. Escena en la cual no había pensando en veintiún años. Era un psicoanálisis de grupo, donde estábamos todos los compañeros esperando que el psicoanalista nos hiciera pasar, pero de pronto entró un hombre de mediana edad y empezó a doblarse de dolor, diciendo: No puedo más, estoy haciendo una úlcera.
Se estaba muriendo, que por favor el doctor saliera y lo recuperara... Nosotros le decíamos a la secretaria que le dijese al doctor que nosotros nos íbamos, que no había ningún problema. Pero no lo atendió. Tal vez porque no había pedido cita, tal vez porque no era la hora en que tenía que venir. Y aquel hombre esa noche se suicidó.
Así empecé En estado de memoria en 1987.
¿Dónde estaba ese núcleo atrapado para que yo, después de haberme estado paseando por la literatura, con textos eróticos, con textos poéticos o en prosa, comenzara a escribir el libro con un suicida?


Conversación con Patricia Martínez Bin, 17 septiembre 2011.