2008-10-31

Si me hubiera muerto antes de conocerte, a los sesenta y tres años...


2008-10-28

[…] el ala del halcón rasga el cielo, olor a tierra húmeda, mío, suyo, hojas que ruedan en el viento.
By air mail: la cita es uno de los subrayados hechos por Silvina en Así que Usted comprenderá.

2008-10-23

Have you written the word love when you really meant to write the word tenderness, affection or passion? A raíz de Los espejos velados, le dije a Silvina que me había quedado pensando en una distinción acerca del amor. No hubo amor ni ficción de amor. No hubo nada con Julia, quiso decir Borges. La pura verdad es que esa distinción que Borges hizo entre amor y ficción de amor me pareció espléndida. Y, de repente, se me ocurrió una tercera: pensé en un estado que pasa entre la mujer y el hombre, la ficción de deseo. Y se lo mencioné a Silvina telefónicamente. Por supuesto —y ahora me causa gracia admitirlo—, mi cita de Borges se dio en un contexto que posteriormente Silvina, en un ejercicio de escritura con su profesor de inglés, explicaría mucho mejor de lo que yo ahora podría hacer. A mí me ha fascinado descubrirme en ese ejercicio que ella me envió por e-mail desde Londres, al mismo tiempo que yo hacía en Buenos Aires la entrada anterior, la del narrador infidente, enamorado, no fiable. Abajo el ejercicio, borrador, selva de palabras…

«Few days ago I had a long, or I would said, an endless conversation over the phone with Gustavo, an old friend. He lives in Buenos Aires and we have known each other for more than twenty years. I call him roughly three times a month. Because he is also a writer we have interesting conversations and because he is Argentinean like me, we talk a lot about how we are feeling at the present moment and, because he is a male Argentinean writer, the whole conversation is the game of cat and mouse. But everything happens inside the language.
»A chasing game we play, so easy when the other person is so far away. Which is the correct word to define our feelings? Or should I ask first which our feelings are? Sometimes I think I cannot judge our conversations with the same parameters I do with other men. Because it is not about the two of us, it is all about the language, that beautiful landscape where we get lost while we are playing. »So, if I go back to the question about our feelings. I wouldn’t say we love each other as partners; neither is it tenderness what keeps me calling him. We care for each other but the real thing is that there is something erotic in this game. While Eroticism is a tropical jungle Desire is mountains and valleys.
»How women relate to men, how men relate to women. How human beings desire each other. We talk and we go around circles, all trees are different but they might look the same if you not a monkey.
»And after an hour we always get to the point where I said that for men their desire is the force behind everything; and for women, there is always the idea of a relationship. When we get to this no exit corner we laugh. Generalizations are easy and mostly stupid. But the other day we kept talking beyond this point and we arrived to Idea-land.
»And we realized that sometimes it is not the desire but the Idea of the desire or neither is relationship but the idea of a relationship.
»Wise who knows the difference between the idea and the real thing…
»Even wiser who knows the name of his/her feelings…
»I might prefer the jungle.»

2008-10-20

Quizás sea interesante no fiarnos del narrador enamorado. Pienso que enamorar y enamorarse despiertan siempre alguna clase de temor. Cierta clase de locura.
Viene ahora a mi cabeza un escrito breve de Borges. Empieza con una reseña del juicio final. El momento fatal en el cual los artistas serían mandados a animar a sus criaturas o creaciones. Los artistas no conseguirían dotar de vida a sus obras y en consecuencia habrían de ser implacablemente condenados al infierno.
En la infancia había un espejo. A Borges le daba espanto la posibilidad de que su reflejo en el espejo cobrase autonomía de su propia persona. Imprevistamente, Borges afirma: veo en el mundo presente resurgir ese temor.
A continuación, comienza a relatar las salidas con una joven. Caminatas que habían ocurrido un tiempo atrás, tres o cuatro años antes. Era una chica sombría, en cuyas venas corría la sangre de abuelos y bisabuelos federales, así como en sus propias venas corría sangre unitaria. Paseó Borges con ella desde Once hasta el parque Centenario. Pero era, se dice así, una chica con la cual no pasaba nada. Borges espléndidamente dice: «Entre nosotros no hubo amor ni ficción de amor: yo adivinaba en ella una intensidad que era del todo extraña a la erótica, y la temía.»
Sin embargo, hubo temas de conversación. En las primeras salidas se acostumbra relatar algún episodio verdadero o prestado del pasado. Pueril, anota Borges. Al punto, relata: «yo debí contarle una vez el de los espejos y dicté así, en 1928, una alucinación que iba a florecer en 1931. Ahora acabo de saber que se ha enloquecido y que en su dormitorio los espejos están velados pues en ellos ve mi reflejo, usurpando el suyo, y tiembla y calla y dice que yo la persigo mágicamente.»
Pero.
Quizás el narrador mienta. No deliberadamente, pero mienta. De suerte que Borges sería un sombrío perseguidor de Julia, la nieta y bisnieta de federales. Unitario y enloquecido. Cebado durante aquellos tres o cuatro años por una ficción de amor, sólo visible en la superficie velada de su relato. Como sucede con la locura paranoica del protagonista de El inquilino, de Polanski. Ficción velada por el yo.
Son perturbadoras las expresiones finales del relato:
«Aciaga servidumbre la de mi cara, la de una de mis caras antiguas. Ese odioso destino de mis facciones tiene que hacerme odioso también, pero ya no me importa.»

2008-10-15

La meta era ouvroir y no aquel sim japonés. Es decir: la suerte para la que yo había creado el homúnculo era conocer con qué o para qué había incursionado Chris Marker en Second Life. Por lo tanto, abrí el simulador y tipeé el nuevo destino, lieu de travail.
La silueta de un gato anaranjado y con rayas negras daba vueltas encima de una caja. Y eso era todo, o parecía serlo todo. Troncos tirados, un búho con cara de pocos amigos, cajas apiladas, un camión y una avioneta semienterrados en el médano. En el fondo, cielo y mar.
Anduve a pie.
Podía oír el mar que rompía abajo, en la base del médano o montaña de arena. Era una isla deshabitada. De repente, experimenté ansiedad: había evitado los cursos de entrenamiento en el portal español, y tal vez no fuera el momento para vivir la experiencia Marker. Sin embargo, ahí estaba.
Desde un acantilado veía una ballena. Y en el cielo una estructura blanca, negra y roja, que se perfilaba o construía en tres dimensiones, de acuerdo con mi ubicación en el borde. Me acordé de los habitantes de la colina de La invención de Morel. Podría haberme dejado caer al mar, o saltar y volar hacia ese espejismo edilicio, pero seguí rondando la isla a pie.
En eso, di con una rampa ascendente con forma de caracol. Me aproximé y vi unas latas en la rampa. Estaban estampadas con la cabeza del gato rayado. Miré alrededor y reparé en que me hallaba nuevamente cerca del gato rayado.
El gato era un dibujo troquelado con punto de apoyo en una de sus patas traseras. Extendí mi mano hacia la figura que giraba como un trompo y se me contagió la danza, o, para decirlo de otro modo, el homúnculo que yo era se puso a bailar.
Sin parar.
El baile era un script: un programa o libreto que mi avatar debía interpretar. Cuando las manos del avatar rozaron el gato, se sobreimprimieron funciones en la pantalla, una de las cuales puse en funcionamiento a la manera en que el náufrago de La invención ponía en marcha las bombas de sacar agua: sin entender.
Tenía incorporado un programa de baile pero había «silencio, el ruido solitario del mar […] Temí una invasión de fantasmas, una invasión de policías, menos verosímil.» Supuse que, si me alejaba del gato rayado, el efecto Fred Astaire cesaría. En vano lo intenté; me desplazaba dando pasos de baile. Y no podía volar.
Subí la rampa.
Me empezó a causar gracia mi ascenso danzarín. Por momentos iba muy rápido y la rampa en caracol parecía truncarse. Sin embargo, cuando imaginaba una caída, se alzaba la continuación de la rampa. Yo era un ciempiés en una rama. De pronto, me encontré nuevamente caminando. Velozmente giré, descendí, giré, subí. Me desplazaba a una velocidad mayor que la normal, pero ahora con los brazos al ras del cuerpo. Tropecé con una lata y estuve a punto de caer: apareció un menú. Había un montón de remeras que tenían estampado el gato rayado, no ignoro que para contrarrestar la sorpresa elegí una remera de mangas cortas y de color blanco, haciendo juego con mis calzones. Más tarde supe que el gato era Guillaume-en-Egypte, la mascota de Marker.
Al término de la rampa, mi sensación fue «la admiración placentera y larga: las paredes, el techo, el piso […]»

2008-10-08

No todos los seres humanos son comestibles.
Los cuadernos de cocina de La cuisine cannibale traen recetas sorprendentes y algunas totalmente tabúes, como afirma Domingo Pujante González al citar un plato de cada clase: Myope au gratin y Bébé à la brissac.
No hay duda de que Roland Topor con La cuisine cannibale termina haciendo apología del cigarrillo: Un sujet fumeur est souvent plus sain, et son goût plus fin, qu'un sujet non fumeur.
La cuisine incluye placas de crónicas policiales.
El buen locador nunca debe fiarse del locatario. El inquilino puede perseguir a toda costa el asentimiento del locador. Pero puede engañarse; el punto de vista de quien narra una historia siempre es limitado. Más todavía si enloquece como una cabra, según parece ocurrir en Le locataire chimérique —novela de Topor dirigida y protagonizada en cine por Roman Polanski: The tenant (1976) —.

2008-10-03

La nueva Investigaciones en masa (2008) empieza con un banquete. Presenta una pared y cierta vacilación en la contemplación del banquete. El narrador dice que mira a través de una pared, pero enseguida dice que puede ser que no, que posiblemente observe el banquete por encima de la pared, aunque oblicuamente. Esta mirada sugiere un escenario contenido en una caja de zapatos, pero sin tapa.
Luego de leerla, Norberto Butler me dijo que contrajo el tic del lector ingenuo. Dicho tic lo habría instado a buscar el enganche de los personajes del banquete con los de la historia familiar. La lectura volitiva lo impulsó a conectar, por un lado, a los comensales con el padre, y por otro lado, a la fierecilla que come las migajas del banquete con el hijo. Quedaría bajo ese efecto. La gracia del texto está ahí, me dijo, y el efecto habría sido fuertísimo.
Las escenas de las fierecillas convergen en el niño que escribe con el dedo en la espalda del padre. Pero también ocurre que la forma de leer es todo el tiempo contradicha por la novela. El efecto o tic, según Norberto, es distinto entre la versión del año pasado y la de este dos mil ocho. En la primera, él había identificado un impacto en la mitad de la novela y otro impacto poco antes del final. En la nueva versión, que no incluye la matanza de la rata, Norberto señala que se producen irrupciones como en un sueño.
No existen dos universos paralelos. Tampoco dos planos imbricados, ya que las historias se narran con independencia total. Eso lo fascina, pero al mismo tiempo problematiza su comprensión del texto. Sin embargo, no queda espacio para la queja. Otro lector puede ser que diga: qué carajo tiene que ver una cosa con la otra. Por el contrario, la lectura demanda a Norberto poner palabras a ese efecto. Quedo fascinado y en ascuas a la vez, dice.
Un tic muy extraño.
En la novela aparecen los sombreros de los abuelos, o más exactamente, los sombreros de los dos maridos de la mami, o abuela del narrador. Ni Norberto ni el narrador supieron distinguir claramente a uno del otro, es decir, al abuelo verdadero del que no lo es. Este es el estigma del narrador, que le sucede algo parecido a lo que le sucede al personaje de El Gólem (1915) de Gustav Meyrink.
Durante la escena del parto, cuando el monstruo pretende comerse al recién nacido, Norberto necesitó unir la escena con la historia familiar. Pero nuevamente quedó sin poder hacer la conexión... sumido en el efecto de "violentización" mágica o sobrenatural de las partes intercaladas ahora en el desarrollo de la novela familiar. Quedó en ascuas.
Ahora, y por otra parte, esta segunda versión contiene sentencias y frases más poderosas que la primera versión. Para Norberto, la novela reflexiona todavía más profundamente acerca de la violencia.
Paradójicamente, el nombre gaki le resultó dulce y el iphone intrascendente. Las dos versiones se detienen en la contemplación de distintas clases de muñecos: a] los de bienvenida cuando la vuelta del hospital b] los inconfesables de Isabel Perón c] los de la casa de veraneo (que incluyen a un Cristo) d] los del sector de homicidios del museo. Pero estos muñecos cobraron relieve ahora, en la nueva versión. No se olvida (no puedo olvidarme, dijo) de una expresión poderosísima: carne, mierda, madera. Por otra parte, le pareció que en esta versión hay «más madre» y «menos Vanna».
Para terminar, me ha cautivado atisbar las sombras guardadas en cajas de zapatos desde el punto de vista de Norberto, y hacer la prueba de encender algunos pensamientos con el sombrero de un fantasma. De un otro yo fantasmal.