2008-08-29

Se han, un poco más tarde, puesto de pie y avanzando, con dificultad, en la oscuridad, entre las viejas baterías y las cubiertas podridas, se han ido aproximando al bayo amarillo viendo, con mayor nitidez a medida que se aproximaban, el resplandor apagado que emitía el pelo amarillento del caballo. Elisa lo ha palmeado en el cuello con suavidad, mientras el Gato, manteniéndose a distancia, observaba en voz alta que la inmovilidad total del caballo, semejante a la de un hombre pegado contra la pared de un túnel mientras pasa a su lado una locomotora a toda velo­cidad, era un signo de miedo y desconfianza. No había parecido moverse, en efecto, ni un solo músculo del caballo, mientras se habían ido aproximando ni durante los minu­tos en que estuvieron a su lado. Pero cuando se pusieron a caminar de vuelta hacia la casa, entre los yuyos resecos que chasqueaban en la oscuridad, habían comenzado a oír, otra vez, los sacudimientos metálicos de la cola y el ruido de los vasos chocando contra la tierra, como si todo el cuerpo amarillento se hubiese distendido cuando los extraños se alejaban. […]


Paul Collomb. Taylor Foundation 1998.

Justo en el momento en que entra al dormitorio para buscar el libro que Pichón le ha mandado de Francia, Elisa, que ha estirado con prolijidad la sábana y acomodado la al­mohada en la cabecera, está sacándose, por la cabeza, el ves­tido blanco. Sus tetas de bronce se sacuden pesadas, al rit­mo de sus movimientos. Elisa acomoda con cuidado el vestido, lo dobla en dos y lo cuelga del respaldar de la cama. Las tiras de las sandalias que mantienen tensas las argollas de bronce apoyadas en el empeine se anudan en las pantorrillas después de entrecruzarse varias veces y la bombacha negra, exigua y transparente, deja ver un triángulo de ne­grura más intenso y protuberante entre las piernas. Cuan­do Elisa se da vuelta para colgar el vestido en el respaldar de la cama, el Gato observa que las nalgas blanquecinas escapan por debajo del elástico de la bombacha, que no alcan­za a contenerlas del todo: dos franjas de carne espesa que forman un pliegue contra la parte superior de los muslos. Y cuando se inclina un poco, desplegando el vestido en el respaldar, el Gato ve que la tela transparente de la bomba­cha se estira, tensa, sobre la franja vertical que separa las nal­gas: por un efecto extraño, la tela, que a causa de la tensión pierde negrura y se vuelve todavía más transparente, pare­ce contener una especie de niebla difusa, color pizarra, que estuviese subiendo del desfiladero negro. Apoyando su vien­tre contra las nalgas ligeramente salientes por la inclinación de Elisa, y recogiendo en las palmas de las manos ahueca­das las tetas colgantes, el Gato murmura dos o tres palabras en el oído de Elisa que sacude la cabeza, riendo. Después el Gato se dirige a la mesa de luz, diciendo: "Como la de un caballo, sí" […]

IX Nadie nada nunca


2008-08-26

A propósito de los caballos, la guerra y también de la culpa, el año pasado cité La historia verdadera de la conquista de la Nueva España.
En Tabasco, Cortés montó una mis en sc
ène con caballos ante los primeros cuarenta caciques vencidos. Los aterrorizó con un caballo alzado por el olor de una yegua. Después del armisticio, Cortés les diría riendo a sus soldados: «Sabéis, señores, que me parece que estos indios temerán mucho a los caballos, y deben de pensar que ellos solos hacen la guerra».


2008-08-25

Michael Kohlhaas se dedicaba al comercio de caballos. Camino a Leipzig tuvo que pagar un peaje inesperado e incluso debió dejar dos caballos negros en garantía, ya que no contaba con un pase que le fue exigido y le urgía llegar a tiempo a la feria. Un criado quedó en compañía de los dos caballos negros.
En Dresde, comprobaría que el pase carecía de fundamento legal.
A su regreso, y después de haber vendido todos sus caballos, se anotició de que el criado había sido expulsado.
«Con oscuros presentimientos abrió entonces el vendedor las puertas de la cuadra donde estaban sus caballos. Pero su asombro no tuvo límites al ver que en lugar de sus dos animales relucientes y bien alimentados había allí un par de jamelgos esqueléticos y agotados; sus huesos sobresalían de modo tal que podrían haber sido usados como perchas, las crines y el pelo estaban sucios y apelmazados. Constituían una verídica imagen de miseria animal.»
Este es el comienzo de una guerra.
Kohlhaas iniciará una cruzada contra los señores. Formará un ejército, y el propio Martín Lutero deberá intervenir en la guerra, porque el vendedor de caballos masacrará inocentes en busca de la restitución de sus dos caballos negros en las condiciones en que los había dejado.

Una joya de la novelística alemana de principios del siglo XIX.
Vista de primeras páginas


2008-08-19

Las cifras: 2.20.31.0. E/e/a/i/u/o. Doble z. Raquel: un anagrama. ¿Quién llega? ¿Quién está por llegar? A mí, pensó Arocena, no me van a engañar.

Abajo, fragmento de Respiración artificial por el autor / 3 minutos : 50 segundos


2008-08-15

«Se en­cabritaban fácil; buscaban de morder a sus jinetes, y rara vez se dejaban montar por extraños. Y la gente parecía no dar­se cuenta de que la causa de todo eso eran los crímenes y que los caballos olían en el aire que algo se tramaba en la oscuridad contra ellos. Por eso cuando al cabo de un mes de que no pasara nada la vigilancia aflojó, los únicos que se­guían estando a la expectativa y no muy convencidos de que el peligro había pasado, eran los caballos. Cualquiera que se hubiese puesto a observar aunque más no sea un poco a los caballos se hubiese dado cuenta de que los animales sabían que algo se venía preparando. Desde fines de mayo, que era cuando el azulejo del doctor Croce había sido descubierto en la maleza de la isla, comido por los chimangos y las hor­migas, los caballos parecían saber en toda la costa un poco más que los hombres. A los percherones de Lázaro los ha­bían matado a mediados de julio. En los dos meses que si­guieron, en medio de heladas y temporales, no pasó nada: y la verdad es que no era fácil quedarse al sereno toda la no­che vigilando los potreros mientras caían las heladas de ju­lio y agosto, que llenaban el campo de escarcha, o cuando esos temporales de lluvia fina que duraban una semana y durante los cuales el campo y los ríos estaban desiertos y la gente se acurrucaba alrededor de los braseros adentro de los ranchos. Fue a mediados de septiembre, el dieciséis, para ser más exactos, la noche del quince al dieciséis, cuando ya ca­si no se hablaba más de la cuestión en la costa, que otro caballo, un doradillo, apareció muerto en un campo de Rin­cón, con un tiro en la cabeza y el cuerpo lleno de tajos.»

VIII Nadie nada nunca


2008-08-10

Lo real, dice el relato que lleva por título Prólogo, no es el objeto de la representación sino el espacio donde un mundo fantástico tiene lugar. De los altos edificios que forman una muralla, diviso el faro próximo a las aguas rectangulares de La muerte y la brújula. Una iglesia y las ruinas de una cárcel. Luego, la corteza de un árbol que ha deglutido con el paso del tiempo un cartel antiguo de parada de colectivo. El registro microscópico de las lecturas también se expande, dice Russel, si uno estudia el mapa de donde vive.

Por ejemplo, la parada del siete. Ustedes ahora están aquí.

En el capítulo acerca del Ulysses aparece un asunto con una papa que puede ser ridículo o brillante, según cómo se tome. Para Piglia se trata de un error de traducción o de lectura incorrecta. Se pensó durante mucho tiempo que Bloom palpaba, en sentido figurado, una papa en el bolsillo trasero del pantalón. Es decir, el enunciado fue leído como una expresión del tipo: dónde habré dejado las llaves. Pero Piglia afirma que Bloom palpaba una papa, dado que los irlandeses acostumbraban a llevar una papa en el bolsillo para mitigar el reuma.

2008-08-04

Era raro no tener un yo —ser como un niño pequeño al que han dejado sólo en una casa enorme y que sabía que ahora podía hacer todo lo que quisiera, pero descubría que no quería hacer nada—.