2014-12-30

Sobre gustos


La sátira de Esteban Echeverría hizo que hojeara el primer cuaderno del Manual de Cocina Argentina de Blanca Cotta, un coleccionable semanal publicado por Clarín en 1999.
El sumario dice del matambre: Un corte muy nativo y sabroso, que admite muchas variantes y rinde un montón cuando lo hacemos arrollado o relleno. Lo puede [usted] preparar hervido, al horno, a la parrilla y también «al barro»… ¡pero en horno común! «Por los gustos se venden los géneros».
El cuaderno trae cinco recetas con sus variantes: matambre a la parrilla y la variante al roquefort; en rollitos y la variante al barro; el matambre adobado al horno y el con queso; a la criolla y su variante con pan lactal, espinaca y aceitunas; en bocaditos o en pizzetas. Yo había pensado en unos matambres para comer fríos después de la presentación de los libros y me decidí por preparar el adobado.
Empecé a leer los ingredientes y me vinieron a la mente las charlas con el Ruso acerca de la Apología, sobre todo el primer párrafo, donde dice que el matambre es persona ilustre, rico hacendado, asesino y ladrón. ¿De qué o de quién habla Echeverría? No era difícil adivinarlo, pero el caso es que según Blanca Cotta el plato debía hacerse con un matambre de buena familia. La solución era ir a la carnicería y preguntar qué era un matambre de buena familia.
De ternera o novillito, fue la respuesta del carnicero. Para cuántas personas, dijo, y le contesté que alrededor de veinte.
—Con tres vas a andar bien.
—¿Cuánto pesan?
—Novecientos gramos cada uno, más o menos.
Se me ocurrió que antes de que el Ruso escribiera el prólogo del libro tendríamos que haber ido a preguntar al carnicero por el matambre asesino y ladrón de la Apología. Al rato, mientras yo desgrasaba y cortaba en rectángulo los matambres, uno de novillito y dos de ternera, pensé que el texto de Echeverría debía leerse como un artículo de la primera época de la revista Satiricón o, más acá en el tiempo, de Barcelona. Entonces, imaginé la tapa de la edición de Mono de piedra: una suerte de almohadoncito largo, relleno de semillas de lavanda y con unos volados en los extremos, parecidos a la vagina de peluche de la portorriqueña Alessandra Rampolla.
Puse a macerar veinticuatro horas en leche los matambres y medité un instante acerca del dicho del sumario, más conocido como en gustos se rompen géneros o en Argentina: sobre gustos no hay nada escrito. En el cuaderno de Blanca Cotta, cobró sentido este dato inesperado: en El lazarillo de ciegos caminantes (s. XVIII), obra que narra un viaje desde el Río de la Plata hasta el Perú, se cuenta que los gauchos mataban animales cimarrones para comerse solamente la lengua y el matambre.

Enlace para descarga:
Esteban Echeverría, Apología del matambre (1837)

2014-10-16

Apología del matambre


Enlace para descarga:
Esteban Echeverría, Apología del matambre (1837)

2014-05-22

Journals

En el tercer volumen de Un viaje a través de toda la isla de Gran Bretaña (1724-1727), Daniel Defoe hizo referencia a la gran ruta romana, todavía visible entre Doncaster y Aberford. Defoe observó las diferentes capas de tierra y piedras utilizadas por los romanos para asentar la ruta, y tomó nota de que, entre el puente de Castleford y el pueblo de Aberford, se la veía intacta, como si hubiera sido hecha esa misma semana, cuando en verdad habían pasado no menos de mil quinientos años desde la construcción. Agregó que no había visto nada parecido en ningún otro sitio de Inglaterra y que, en razón de que los ingleses, por aquella época, estaban arreglando las rutas por todas partes, él esperaba que éstos tuvieran presente la técnica que los antiguos romanos emplearon para construirlas.
La autopista A1 es hoy la más larga de Gran Bretaña. Une de S-N los seiscientos sesenta kilómetros que separan a Londres de Edimburgo. En el punto que equidista de las capitales, se ubica Aberford, la localidad que Defoe describió como un pequeño mercado famoso por la fabricación de alfileres: a small market town famous for pin-making. Estos pins, dice la revista The Yorkshire Ridings (marzo 1967), no eran sólo los alfileres comunes, sino también las púas para los cepillos y las agujas usadas para cardar la lana y el lino. En la filigrana dedicada a Aberford en Cuatro viajes del borracho Barnaby por el norte de Inglaterra (1638) hay una llamada al pie que dice:

En el tiempo en que vivió en este pobre pueblo, sucedió que cierto fabricante de alfileres, uno de los mejores de todo el rebaño, se atragantó con el polvo de los alfileres; a su memoria fue grabado este epitafio:
—¡Oh, Muerte cruel!
Que robas el aliento a este hombre,
Que viviendo del raspado de un alfiler,
Hizo mejor polvo que el que vos hiciste para él.


2014-05-06

Esto no es



El reptil, el ascensor y los fuegos de los miércoles me atrajeron mucho de This is not a film. El interrogatorio del cineasta al portero suplente en el ascensor me resultaba turbador, porque en el guión de la película prohibida, la protagonista se ve cautivada por un joven que resultaría ser un informante.
Acabo de leer que los saltos por encima de las llamas, como el que ejecuta el suplente del portero sobre el final de This is not, se realizan el último miércoles del año iraní, día en que termina el invierno. Los participantes gritan frases que significan la transposición del color de la piel a las llamas y viceversa: la palidez de la propia piel por el rojo del fuego. Así dan los iraníes la bienvenida a la primavera.
Museum Hours me llevó a pensar en un fragmento que leí de Chejfec. La película vendría a ser la escena dramática. Me quedan pocas páginas para terminar la novela. Más adelante de ese fragmento, la narración se estanca un poco, pero sólo hasta que Rose y Félix recorren una zona fabril abandonada. Ahora se perfila la mujer de Félix en las conversaciones, aunque no es tan así.
El libro está todo rayoneado en lápiz, porque lo leo mientras viajo en colectivo. Las líneas son torpes por las vibraciones. Pienso en la experiencia de caminar que plantea el libro, cosa que ya apareció en Glosa, de Saer, pero que en Chejfec se desarrolla de forma distinta. Me hace pensar en una experiencia desacostumbrada. Quiero decir, la experiencia de Rose y Félix para encontrarse y caminar. Se trata de una caminata singular, porque no son una pareja de novios o un matrimonio. Son una mujer y un hombre que salen a caminar juntos una vez por semana.
A diferencia de la «escena dramática» de Museum Hours, las cosas para observar en la ciudad de la novela no resultan como las de Viena. En la película, los ojos del espectador se posan con delicadeza sobre los detalles de un edificio o de los residuos en el suelo. Además cuentan con ese diálogo entablado entre el presente y el pasado, representado éste por el museo y por Brueghel.

Museum View

2014-04-21

Treintaiuna

Las piecitas equiparadas a los piensos cortos o grafías pensiformes plastiútiles de Xul Solar:

noto filigranas de oro por doquier flotando, movimiento vivo con caras de hombre fluidas, casi humanas. Estas filigranas que son grafías volando, se enfilan en textos buscando nuevos sentidos y variantes. Quiero entenderlas y no sé: son como letras distintas muy enlazadas casi como las nuestras, más complicadas, más no lo puedo leer ni oler.

Como se desprende del panjuego: cada rompecabezas, un mundo; cada piecita, una oportunidad para reescribir el universo. Si el ajedrez clásico tiene 10 123 posiciones, el panjuego engloba a todas ellas y las multiplica por un número inimaginable. Vocales, consonantes, colores, planetas y constelaciones, todo unido en una urdimbre cuya imposibilidad asusta. ¿Reglas? Las que convengan en el momento.
Jorge Luis Borges decía de su amigo: «Había inventado también el panjuego, una suerte de complejo ajedrez duodecimal que se desenvolvía en un tablero de ciento cuarenta y cuatro casillas. Cada vez que me lo explicaba, sentía que era demasiado elemental y lo enriquecía de nuevas ramificaciones, de suerte que nunca lo aprendí.»


Fichas del año pasado, desde la veintiséis a la treintaiuna: Balcarce 677 [1 marzo] México y Defensa [1 abril] Bolívar 715 [13 mayo] Avenida Patricios 495 [27 mayo] Perú 666 [20 junio] México 519 [7 octubre]

Las veinticinco anteriores

2014-03-17

Transparencia


… and the whale shoots-to all his ivory teeth, like so many white bolts
MOBY DICK

Luis von Ahn quiso graficar la idea que tenía del bien de la humanidad. Explicó que durante los diez segundos en que alguien está ingresando un CAPTCHA en Internet, el cerebro humano está realizando algo que la computadora aún no puede hacer. Aseguró que Google y Amazon estaban interesadas en digitalizar todos los libros que han sido escritos. La dificultad reside, como dijo, en que la computadora no puede descifrar alrededor del treinta por ciento de las palabras de los libros impresos hace ya más de cincuenta años. Pero a él se le ocurrió que podrían tomarse todas esas palabras que la computadora no puede descifrar y hacer que alguien las descifre mientras llena un CAPTCHA. Luis von Ahn alzó la mano derecha hacia la pantalla gigante y en ese momento se oyeron aplausos, como si los asistentes palparan su idea del bien.


Andrew Norman Wilson había sido contratado por una productora de video para trabajar de 21 a 5 hs. en Googleplex, la sede central de Google, la compañía que adquiriría en 2009 el sistema de Luis von Ahn para la digitalización masiva de libros. Andrew Norman Wilson recibió un distintivo rojo que le iba a permitir desenvolverse en el campus junto con los grupos blanco y verde. Un día observó a otro grupo de empleados que portaban distintivos amarillos y comenzaban a trabajar a las 4 hs. Este grupo cumplía una jornada de diez horas en el edificio donde eran escaneados los libros para Google Books.


Los empleados de Google Books eran casi todos negros y no tenían acceso a las comodidades que Google ofrecía a los demás grupos: bicicletas, servicio de combis-limusinas, comidas gourmet, dispositivos móviles, etcétera. Andrew Norman Wilson entabló conversaciones breves con ellos. Posteriormente, quiso filmarlos, cosa que alcanzó a hacer al término de una jornada, aunque sólo durante algunos minutos, porque la seguridad de Googleplex le impidió continuar.


Google notificó el hecho al encargado de la productora, y éste requirió los motivos de la filmación a Andrew Norman Wilson, quien respondió: «Estoy interesado en cuestiones de clase, raza y trabajo. Por curiosidad general, quería preguntar a los empleados [de Google Books] sobre sus tareas.» Al poco tiempo, fue despedido.


Como consecuencia del despido, Andrew Norman Wilson compuso el video, Workers leaving the Googleplex (2011), donde trata las diferencias en el sistema de empleados de Google por distintivos de colores. En dicho sistema, asimila a los trabajadores de distintivo amarillo con los obreros fabriles o clásicos; es decir, aquellos que confinados a un recinto realizan una tarea repetitiva, constituida en eslabón de la cadena de producción de una mercancía.


Desde el título, Andrew Norman Wilson dialoga con la película de los hermanos Lumière, La Sortie de l'usine Lumière à Lyon (1895), y con el ensayo-documental de Harun Farocki, Arbeiter verlassen die Fabrik (1995), que revisita «la salida de la fábrica» al cabo de un siglo. En la entrevista con Rizhome, dice:
Representar el movimiento fue el objetivo principal de la película de los hermanos Lumière, y yo estaba interesado en hacer lo mismo con el video de Googleplex. Sin embargo, como Farocki señala en su película, hemos llegado a reconocer que las imágenes en movimiento, no representan tan sólo movimiento, también pueden contener conceptos.
Y precisa mejor la idea: la transición de los medios analógicos a los medios digitales es todavía totalmente inseparable del mundo material. Luego, añade:
A pesar del progreso tecnológico y la creciente importancia del trabajo intelectual y de la información, hay voltaje en los circuitos electrónicos, servidores físicos, tecnología actualizada para cada nuevo ciclo de un determinado producto y una necesidad constante de trabajo manual repetitivo.



A modo de complemento, Andrew Norman Wilson empezó a guardar manos y dedos que aparecían en Google Books. Pertenecían a los trabajadores de distintivo amarillo; se trataban de anomalías en el proceso de escaneo, que a poco de ser detectadas eran reeemplazadas por las páginas correspondientes.
El escaneo es el paso previo al reconocimiento de caracteres, proceso éste, el reconocimiento de caracteres, que concluye por la vía del llenado del CAPTCHA. Es decir, en el inicio de la digitalización masiva de libros, encontramos a las manos y a los dedos que dan vuelta las hojas de papel y en el otro extremo al CAPTCHA —novecientos millones de cerebros, de acuerdo con Luis von Ahn, que han reconocido palabras que la tecnología no puede aún descifrar.
El tipeo del CAPTCHA ya no se emplea tan sólo para los libros escaneados; si acaso necesitamos acortar una dirección de Internet y requerimos de Google URL shortener, comprobamos que el sistema se aplica también al reconocimiento de la numeración de calles fotografiadas por los vehículos de Street View, la interfaz de recorridos virtuales de Google Maps.
Las manos y los dedos nos compelen a la elaboración de las propuestas tecnocráticas en nombre del bien de la humanidad y detrás de la utopía del libre y universal acceso al conocimiento. Como Andrew Norman Wilson deja planteado:
Todos los que usamos los servicios gratuitos de Google —Gmail, Google Cloud Platform, Google Books, Blogger, YouTube — nos convertimos en trabajadores del conocimiento para la compañía. Nos la pasamos ingresando datos de diferentes maneras y estilos. Pero, a partir de que el conocimiento es percibido como bien público, Google recopila nuestros datos, creando valor a partir del intercambio. Por lo tanto, Google, tal como lo conocemos y lo usamos, es una fábrica.



2014-02-20