2007-06-28

«Marcó un número, preguntó si era el consultorio, si estaba el doctor, si podía hablar con él,» Las orejas se fijan en la mujer que habla por teléfono.
En Ensayo sobre la ceguera no vemos. Los ojos se fugan hacia arriba, batiéndose. Se extravían en dirección al cielo raso.
El ciego oyó que su esposa pasaba velozmente las hojas de la guía de teléfonos.
«Marcó un número, preguntó si era el consultorio, si estaba el doctor, si podía hablar con él,» El texto significa otra cosa cuando no vemos. Las palabras están muy espaciadas. La ilusión instaurada por la ceguera resignifica el texto.
Hay palabras donde no hay imagen.
Hay descripción para no ver.

2007-06-25

¡Atención, señores, que comienzo!

¡Oh tú, quienquiera que fuiste, que fabricaste este retablo con tan maravilloso artificio, que alcanzó renombre de las Maravillas por la virtud que en él se encierra, te conjuro, apremio y mando que luego incontinente muestres a estos señores algunas de las tus maravillosas maravillas, para que se regocijen y tomen placer sin escándalo alguno! Ea, que ya veo que has otorgado mi petición, pues por aquella parte asoma la figura del valentísimo Sansón, abrazado con las colunas del templo, para derriballe por el suelo y tomar venganza de sus enemigos. ¡Tente, valeroso caballero; tente, por la gracia de Dios Padre! ¡No hagas tal desaguisado, porque no cojas debajo y hagas tortilla tanta y tan noble gente como aquí se ha juntado!

Un retablo de títeres, en el cual los espectadores no ven nada porque no hay títeres, pero nadie quiere decirlo por no pasar, ante los demás, por infiel o hijo bastardo.
Resulta que unos vagabundos habían llegado a un pueblo dispuestos a hacer dinero con la función transparente, bajo el pretexto de que ninguna persona con sangre morisca, judía o hijo bastardo, podía ver los títeres. Durante la farsa, presidida por el gobernador del pueblo, los espectadores miran sin ver, hasta que entra un militar al pueblo a solicitar al gobernador alojamiento para sus soldados. Entonces, insólitamente, nadie le hace caso. Ni siquiera el propio gobernador. ¿Será una figura del retablo? ¿Veo o no veo? Y el que está al lado mío, con el que me río de los disparates representados en el retablo, ve, o no ve, al militar que yo veo. Yo, que miro pero no veo a los títeres, ¿debo atender a este personaje aparecido de imprevisto, que puede ser transparente para los que me rodean? El militar se enfurece y comienza a repartir cuchilladas, con lo cual termina la representación.


2007-06-23

Vuelvo hacia el pasado con Miguel, a cuando él tenía cinco años en Valladolid, donde ve por primera vez el retablo. «(…) descubrí por allí un retablo que me impresionó grandemente. Se agrupaban en él: (…) mil cosas abigarradas en un sitio solamente dos o tres veces mayor que yo.»
En los siguientes parágrafos del mismo pliego:
«Esperaba los miércoles con grande ansia con la sola intención de pasarme algunos minutos recorriéndolo y en cada nueva ocasión encontraba o se me aparecía alguna extrañeza escondida, alguna rareza novedosa, y así hasta aquella pesadilla tan horrible. Pesadilla que desasnó a mis padres acerca de la incomprensible ansia con la que yo esperaba la visita semanal al palacio de don Felipe.
Y ya no pude ir más.
No me dejaron.
Sólo me dejaron el recuerdo, un fantasma imborrable. Pero me volví a encontrar con el retablo, unos cuantos lustros más tarde, en otra situación y en muy otro ámbito.»
El siguiente pliego del libro, el pliego cuatro, narra el episodio de los cerdos en el patio de Santa Catalina, en Córdoba. Un lugar adonde iban los niños pobres a comer, pero un día los niños pobres fueron comidos por los cerdos.
El pliego tres, que relata el ansia que conduce a Miguel a los sucesivos descubrimientos del retablo, parágrafo que acabo de citar por completo, tiene un corte. Un corte narrativo. Reitero ahora la partecita que me interesa para precisar el corte al que refiero: «en cada nueva ocasión encontraba o se me aparecía alguna extrañeza escondida, alguna rareza novedosa, y así hasta aquella pesadilla tan horrible.»
El autor no dice la pesadilla.
No la dice.
Pero, en el pliego siguiente, «(…) se dice de una ciudad que era blanca, se habla de un abuelo licenciado y de otras cosas como un colegio y una plaza donde los niños son comidos por los cerdos»
La pesadilla de los cerdos.
La ausencia que se llena con los cerdos es un eficaz recurso del autor, Federico Jeanmaire, para volver sobre el asunto unas cuantas páginas más adelante, en el genial pliego suelto, el tercero de cinco, o seis, dado que éste: «En donde se pretende decir algo de lo que hay de verdad en la verdad, pero también algo de su mentira» figura antes del último pliego del libro, pero atado.
Como dije, eficazmente el autor hará que Miguel vuelva sobre el pesadillesco asunto en el tercer pliego suelto del libro, en las conversaciones «que hubo con el griego Domingo Theotocopuli en El Escorial, a principios del año del mil y quinientos y ochenta y siete, y avistando los dos que estábamos "La lujuria", retablo de un tal Jerónimo Bosque, natural de Flandes. Es otro pliego notable»

2007-06-15

Ayer leí desde el pliego seis (vi) hasta el pliego diez y ocho (xviii) de Miguel, Phantasmata Speculari.
La princesa Isabel (vi) La doncella del mismo nombre y la casa de mancebía capitaneada por doña Cata (viii) Los paseos de Miguel e Isabel en la vespertineidad, la defensa de la prostitución (x) La muerte ¿muerte? del chulo Borges «de tan poco bizarra compostura» (xi) Más le valdría al cardenal Acquaviva ocuparse del alma que del cuerpo, aunque bello y fuerte como ella (xii) Los revolcones matutinos y los vinos por la tarde de Miguel con Francesca, hasta el 18 agosto 1571 (xiii) Dalí Mamí, citado por primera vez en camino de vuelta a Barcelona: se desata una tormenta frente a las costas de Cadaqués, tierra de Salvador Dalí, de resultas de la cual es abordada la galera «el Sol» y Miguel será llevado cautivo a Argel (xvi) Pinceles y comidas, Miguel se fuga y no lo castigan; enamorará a sus nuevos amos (xvii-xviii) Pliego suelto con las recetas que tanto le gustaban a Dalí «que no se pierdan, y para que algún día que améis mucho las podáis hacer, carísima Isabel, a quien le tocare esa suerte de vuestro amor».

2007-06-13

Voy por el pliego cinco de Miguel. En él se habla del abuelo Juan y su biblioteca de cuarenta y dos volúmenes. Pronuncio en voz alta: tesoro, fantasmas, raptar a una princesa, el hambre de afuera.

2007-06-08

En los últimos capítulos del Primer Quijote subrayé distintas cosas:
En el cap. L «negras aguas» y las réplicas desaforadas de Sancho: «No sé de filosofías; más sólo sé que tan presto tuviese yo el condado (...) haría mi gusto; y haciendo mi gusto, estaría contento, y en estando uno contento, no tiene más que desear; y no teniendo más que desear, acábose, y el estado venga, y a Dios y veámonos, como dijo un ciego a otro.»
También subrayé «Caballero del Lago» y «hecho carnemomia», esto último, luego de la invitación al cabrero a que cuente su historia, cuando Sancho se va a comer empanadas y termina un nuevo discurso con «hecho carnemomia».
Me hizo gracia.
El Quijote se enoja, en el cap. LII, con el ignorante cabrero después de que aquél sentó las sospecha de que el héroe tendría «vacíos los aposentos de la cabeza»: «Sois un grandísimo bellaco y vos sois el vacío y el menguado; que yo estoy más lleno que jamás lo estuvo la muy hideputa que os parió».
En el mismo LII, cuando el de la Triste Figura acomete contra los disciplinantes, subrayé el clamor de Sancho: «Adónde va, señor don Quijote? ¿Qué demonios lleva en el pecho, que le incitan a ir contra nuestra fe católica?»
Me resulta simpática doña Panza y sus pretensiones de saboyana y zapaticos. «¿Qué es lo que decís Sancho, de señorías, ínsulas y vasallos?» «No te acucies Juana por saber todo esto tan aprisa; basta que te digo verdad, y cose la boca.»
«¿Qué es lo que decís?». El castellano de Juana es más parecido al "argentino" que al actual de España.
En los epitafios me hicieron gracia las ridículas descripciones, como ser: el rostro amondongado de Dulcinea y sus asomos de dama; Sancho, que de ser conde, no estuvo un tantico; y el héroe, bien molido y mal andante. También me gustó que Cervantes bromeara con los nombres de los académicos: monicongo, paniaguado, cachidiablo, tiquitoc...

2007-06-06

Me emociono leyendo Miguel.
No hay mucha explicación.
Quisiera que mis ojos cuenten, aunque no puedan ser ahora descubiertos.