2011-02-24

Pienso. Él acostado en el pasto, esperando las palabras con las que armará un libro que llamará Escalones. Esas palabras quieren ser poesía, y ascenderán para, finalmente, caer, y cubrir a Lori en el mismo pasto y a su lado.


El río, la costa y el pasto son de la localidad, cuyo nombre consiste en bahía determinado por blanca. El apelativo se ubica a distintas alturas del libro con minúscula, entre paréntesis o con mayúscula; el adjetivo con negrita y como título, porque tiene poca importancia, así como es hoy irrelevante que Ulrico Schmidel haya dicho que llamaron Buenos Aires a mi ciudad, a causa de lo saludables que eran los aires que aquí corrían... El nombre de la localidad sube con cortinas de ceniza, costas contaminadas, un «gloria fantasma» y el fantasma ahogado de Solange de las Nieves, en una historia de picket fences o vecinos.
Las palabras ascenderán entre arroyos abandonados, piedras en la boca, temor hacia el destino, la diapositiva de dos jóvenes y una bebé en brazos, la cual va a morir en Bariloche, solamente cuatro días antes que.

[…] Las ideas me aparecen
cuando vos no estás y después las
olvido. En el momento preciso
quedo callado.


Ella se asusta porque él no sabe nadar, pero él tiene proyectado un futuro que amasará con mierda, paja y barro.

[…] Nuestros hijos nacerán
no del amor
sino del goce natural
en la cama junto a la mesa

[…]

En letra chica, la tapa declara «amo subir». La contratapa abraza —también en letra chica— con palabras de enamorado el principio reconstructivo y ascendente del libro: «yo estoy con vos».
El primer escalón era para Lori y hablaba de hojas, pero que no resultaban ser las hojas de un libro. Sin embargo, traerían a mi imaginación las páginas de papel, en cuyos meandros de fabricación industrial, un poco más adelante, o unos escalones más arriba, se habría de meter el propio libro. Aquel escalón primero tenía un «antes», cuando Lori invitó a esperar, recostados en el pasto, «que caiga una hoja cualquiera», y un «ahora», el instante en que las hojas esperadas cubrieron a Lori.
Una última observación, pienso que la poesía de Gerónimo Unibaso, habrá subido lenta y «como pidiendo permiso», pero al caer debió de colmar de alegría a la destinataria.

2011-02-10

El niño está enfermo. La madre lo acuesta y se sienta a su lado. Y después comienza a contarle cuentos. ¿Cómo se explica esto? Lo presentí cuando N. me contó de la extraordinaria virtud curativa que habían tenido las manos de su mujer. De esas manos decía: «Sus movimientos eran muy expresivos. Pero no habría sido posible describir su expresión. Era como si estuvieran contando un cuento». Los Conjuros de Merseburg ya nos hablan de la curación mediante la narración. No es que sólo repitan la fórmula de Odin, sino que narran el contexto en el cual éste usó la fórmula por primera vez. También se sabe que el relato que el enfermo hace al médico al iniciar el tratamiento puede convertirse en el comienzo de un proceso de curación. Se plantea entonces la pregunta si no será la narración la atmósfera propicia y la condición más favorable para muchas curaciones. Sí, ¿no podría curarse incluso cualquier enfermedad si se la dejara fluir lo suficiente hasta la desembocadura sobre la corriente de la narración? Si se considera que el dolor es un dique que se opone a esta corriente, se ve claramente que este dique será desbordado cuando la corriente sea lo suficientemente fuerte como para conducir al mar del olvido feliz todo lo que encuentre en su camino. Las caricias le dibujan un lecho a esa corriente.

Walter Benjamin, hoy en Página/12