2008-07-31

« […] es absolutamente imprescindible la intervención de alguna de las dos llamadas piedras del mal, la kriptonita verde, que lo hace flaquear pero no lo mata, la roja, la única capaz de aniquilarlo, llegadas ambas desde su planeta natal como recordatorios de la vulnerabilidad que el mundo humano, quizá menos exigente, se empeña en hacerle olvidar.»

Los que hemos leído historietas de Superman sabemos que la verde lo mata y la roja le quita los superpoderes. De todas maneras, el tema de la doble kriptonita no cambia Historia del llanto, una nouvelle a la altura de The Buenos Aires Affair, pero bajo los efectos de la roja.
Sob!


Entre las muchas alternativas del hombre y sus dobles se encuentra el mundo bizarro. A propósito de la génesis del mundo bizarro puede leerse que Lex Luthor apuntó a Superman con un rayo duplicador y creó un doble imperfecto del hombre de acero. Pero el doble imperfecto o bizarro no cooperó con el propósito de Luthor, que era exterminar a Superman. Por el contrario, trató de emularlo. Infortunadamente los intentos fueron patéticos. Buscó ser aceptado por el mundo humano, pero su apariencia y conducta errática asustaban a la gente. Incluso raptó a Luisa Lane. La necesidad de este Frankenstein fue de alguna manera satisfecha con la creación de una Luisa Lane bizarra. No obstante, la pareja bizarra necesitaba un hogar propio como consecuencia del rechazo colectivo, así ocurrió que gestaron una Tierra con el rayo de Luthor. Pero les salió un cubo. De todas maneras, volaron hacia el cubo y lo poblaron gradualmente con muchos dobles de Superman, Luisa, Jaime Olsen y superperro bizarros.
Have fun.


2008-07-27

Tan pronto como Mami Xue y Karma Illyar empezaron a menearse y a hacer cabriolas, me dirigí a otra que se hallaba algo separada del grupo. Enseguida su voz de nínfula se insinuó; dijo «form» y después «from». «I'm from Japan».
Su apellido era «Lane», el mismo apellido de la periodista de Superman, un atributo imposible de soslayar para el avatar que yo era, con las aéreas aptitudes recién adquiridas. Me reí como haciendo gárgaras, seguramente por nerviosismo. Había en el apellido una tensión que me provocaba palpitaciones superpoderosas. Sin embargo, la nínfula tenía nombre, Sakurako, y demostraría ser una geisha. Una geisha que me perdonaría todas las torpezas —o casi todas—. Así como ella habló de música, mi cabeza de repente se inundó de flores tarifarias; esto es, mi supermemoria recuperó un conocimiento que hablaba del tiempo medido de una geisha, o, del amor que palpita lo que tarda en consumirse un sahumerio. Hablé de tango, e, increíblemente, hablé de un boliche de tango, emplazado a pocos metros de mi casa. Y Sakurako Lane se figuró mi hogar en Second Life. Claro, ella era del Daily Planet, mientras que yo apenas he escrito alguna crónica en la revista de Página/12. Pero mi geisha conocía el tango.
Lo. Lee. Ta.
«Mi corazón fue como nieve». Yo estaba superconcentrado, a pesar de los avatares danzando a nuestro alrededor, en imaginar el punto desnudo del blanco maquillaje de Sakurako, ese punto en la nuca de toda geisha que resulta ser una letra. Y, además, fantaseaba con la zona de piel alrededor del pelo, que crea la ilusión de una máscara. Suavemente Sakurako Lane expresó: «I see». Claro, qué otra cosa podía expresar una geisha preciosa sobre la Argentina. «I see».
Llevábamos seis minutos de charla; dado que la nínfula me perdonaba todo —o casi—, aproveché y exhibí una entrega total a las antorchas y los ukeleles. Un sim japonés. Arena y estrellas. Me encontraba en una isla llamada «Japan resort». Nada mal, siendo que había conseguido liberarme del encierro en español, por medio de una impredecible teletransportación Time Tunnel. Entonces.
La invité a volar.
Fue una invitación a salir en busca de un común destino en el sim y enterrar para siempre mi pasado argentino. Divina geisha. Lo siento, se excusó educadamente en inglés, no conozco tanto. Yo debería haberle dicho que la llevaba en superandas, que la acunaba en mis superbrazos, pero Sakurako había seguramente contemplado mi arribo al Japan Resort, a la manera de Peter Sellers en La fiesta inolvidable, es decir, derecho al agua.
De esta suerte, me sentía un despreciable pollo mojado, que formulaba «comentarios desesperadamente inconexos en un tono artificial que me daba frío en mis últimos dientes verdaderos» y «que hacía imposible toda conversación ulterior, oh mi pobre niña […]» Tuve una vaga premonición de desastre. Me fui como un gallo asustado.
Glup.

By the way… ¿Dormirán vestidos?
Abajo mis nueve minutos en Second Life con Sakurako. Have fun.

[19:55] Yo: hi, i am new here
[19:56] Sakurako Lane: Hi
[19:56] Yo: i dont understand many things
[19:56] Sakurako Lane: ok
[19:56] Yo: i am from argentina
[19:57] Sakurako Lane: I see....I'm form japan
[19:57] Sakurako Lane: * from
[19:57] Yo: ok, from jajajjjaj
[19:57] Yo: i dont know how to speak
[19:58] Sakurako Lane: I hear music
[19:59] Yo: do you like tango?
[20:00] Sakurako Lane: tango? yeah
[20:00] Yo: i live near a tango club
[20:00] Sakurako Lane: In SL?
[20:01] Yo: in buenos aires, argentina

[20:01] Sakurako Lane: I see
[20:01] Yo: where are we?
[20:01] Sakurako Lane: Here is a japanese sim called japan resort
[20:02] Yo: ah
[20:02] Yo: and... what can we do
[20:02] Sakurako Lane: here? hmmm...
[20:03] Yo: do you want to show me some place, flying together?
[20:03] Sakurako Lane: here?
[20:03] Yo: if you want
[20:04] Sakurako Lane: sorry I don't know much about here
[20:04] Yo: like me
[20:04] Sakurako Lane: yeah
[20:05] Yo: but do you know something about that group?
[20:05] Sakurako Lane: no... so sorry....
[20:05] Yo: ok, next see you again
[20:05] Sakurako Lane: by the way... you should put on your clothes...
[20:05] Yo: glup
[20:06] Sakurako Lane: see you, have fun!


2008-07-22


2008-07-20

Hace un mes, cuando contaba los primeros pasos del avatar en la isla estrellada, me vino Peter Sellers a los dedos. Hice una pausa en el minuto cincuenta y cuatro de la primera conversación, es decir antes de que el avatar se dirigiera a Sakurako, instante en el cual, empapado de agua de mar, el avatar se precipitó a pronunciar palabras con visos de aquel berdi nam nam de la película.
No sé si la pausa fue corta o larga, pero fue de sabana africana y leones; ficciones y mentiras pampeanas; el barco y la perla; la visita incomprensible; las coordenadas de un crimen; los rodeos de una novela familiar; la violenta fotografía de una ventana.
Aunque siempre de Peter Sellers.
Porque, mientras el avatar en la ínsula virtual quedó pausado, mis dedos robaron la famosa novela de Jerzy Kosinski de los estantes de la biblioteca de mi padre.
Being There o Desde el jardín.
Y, en relación a hacer una incursión en otro mundo, o realidad, tomé nota de una parte del comienzo del apacible y absorbente libro de Kosinsky, referida al asunto de adoptar un nombre.
El libro cuenta la salida de Chance, y «todo lo que veía fuera de los límites de la casa se asemejaba a lo que había contemplado en la televisión; la única diferencia era que los objetos y las personas eran de un tamaño mayor, aunque los acontecimientos parecían desarrollarse a un ritmo más lento, más simple, pero menos ágil. Tenía la sensación de haberlo visto todo.»
A mitad de la calle y al pasar entremedio de dos autos estacionados, Chance sufrirá un accidente. Una señora esbelta saldrá inmediatamente de uno de los autos.
Chance se lamentaba del dolor en su pierna cuando «levantó los ojos hacia ella. Había visto muchas mujeres parecidas en la televisión.»
Transcribiré un pasaje de diálogo entre la señora y Chance hasta el punto de la adopción del nombre:

—¿No tiene inconveniente, pues, en consultar a nuestro médico?
—Ninguno, por supuesto.
—Vamos, entonces —decidió la mujer—. Si el médico lo considera necesario, lo llevaremos directamente al hospital.
Chance se apoyó en el brazo que le ofreció la mujer. En el coche, ella se sentó muy próxima a él. El chófer colocó la maleta de Chance en la caja y el vehículo se unió al tránsito matutino.
La mujer se presentó.
—Soy la señora de Benjamin Rand. Mis amigos me llaman EE, las iniciales de mis nombres de pila, Elizabeth Eve.
—EE —repitió Chance con seriedad.
Chance recordó que en situaciones similares los hombres de la televisión acostumbraban presentarse.
—Yo soy Chance —tartamudeó y, por no parecerle esto suficiente, añadió—: el jardinero.
—Chauncey Gardiner —repitió la señora.
Chance se dio cuenta de que había cambiado el nombre. Dio por sentado que, al igual que en la televisión, en adelante debía usar su nuevo nombre.

La novela es de mil novecientos setenta y uno; la televisión era la realidad virtual. Tenía olvidado el libro y no sabía siquiera el nombre del autor. En el verano, en relación a la decepcionante lectura de una novela de Luis Gusmán, mencioné la perfección de personajes como Wakefield, Bartleby, Jonathan o Don José. La condición de best-seller no resta perfección, me parece, a Chance.
O a Chauncey Gardiner.

Bienvenido Mr. Chance, fue el título dado a la versión cinematográfica (1979) en países de habla hispana, si bien en Argentina fue llamada: Desde el jardín.


2008-07-13

Tanizaki y una carta a Matsuko, su tercera mujer.


Joyce y una carta a Sylvia Beach, la primera editora del Ulysses.


Hesse y la fotografía de una ventana.


Freud y un libro de Jung.


Gandhi y una nota en un día de silencio, justo antes de su muerte.


Le Corbusier y un manuscrito acerca de la arquitectura moderna.


Trotsky y un diccionario dañado en el primer atentado a su vida.


Between visible and invisible
Lentes de Tomoko Yoneda


2008-07-07

Alguien que escribe acerca de sí mismo. Me pregunto cómo hacerlo subrepticiamente. Esto me quedé pensando después de que terminé de leer tu novela inédita: Investigaciones en masa (2007)
¿Cómo hacés vos?, quiero decir.
Porque Proust es el escritor arquetípico del recuerdo. Y tengo que admitir que me perdí un poco en sus libros, a pesar de que solamente cuentan cinco o seis episodios. Con el Ulysess (1922) de Joyce otro tanto. Tu novela es bastante liviana, no resulta de lectura difícil. Me refiero a poder diferenciar la textura de los personajes, que son muchos.
Quizás porque leo con la ayuda de un programa oral, me pasa que, cada vez que voy a retomar, lo hago por la primera línea. Al cabo de unas páginas, interrumpo la escucha y voy el lugar adonde había dejado. Eso hace que recuerde mucho los comienzos de los libros. Y en el tuyo aparece la mami. Una abuela transgresora. Ella no tiene que justificarse en la vida; en cambio su hija se pontifica permanentemente. Y el marido de esta hija también. La abuela atorranta es un personaje muy potente.
Hay una parte en el medio donde me trabé. De repente, la narración me condujo al pasillo de un museo donde había un bebé. Yo venía fuertemente enganchado con la historia familiar: padres, abuelos, tíos y primos... buscaba una conexión. Me pregunté si se trataba del bebé de un familiar, pero no lo era. Se produce un impacto en la novela familiar a partir de la mitad.
Más adelante me pasó con la rata. El tipo no le da bola a su hijo cuando lo pone a vigilar desde arriba de una silla, y la silla se le rompe, y el nene se cae. Al padre solamente le importa la rata. Luego sucede el incendio, que es la muerte.
La esposa del protagonista es Vanna. Pensaba en la expresión: "carne vana" para hablar de cierta superficialidad, que finalmente no es tal.
Puesto en exegeta, me gustaría forzar el enlace entre las partes violentas de la novela con las historias familiares. Las páginas de la novela trasudan abominación de lo familiar. Una cuerda entona y otra desafina.
Explícitamente la novela habla de los libros violentos, pero el texto mismo me hizo pensar en obras de Osvaldo Lamborghini. En El fiord (1969) y El niño proletario (1973). También en William Burroughs y su novela: El festín desnudo (1959). La violencia aparece en estos libros con intensidad, pero, en ocasiones, gratuitamente para la lectura.
En tu novela pude reconocer dos ejes de violencia: el neurótico-familiar y el de la especie humana. Pero todos los espacios de violencia son ficciones. El narrador se ahoga en los escenarios mentales que arma; sólo muestra placer en indagar en las cartas de amor del padre a la madre. Hay formas de violencia sutiles, que pienso que son las ponderables realmente. Cito como ejemplo dos:
1. Las peleas de los mayores en la ruta, o bien, lo que el niño debe obligadamente tener que soportar oír de sus padres en el auto que va al lugar de veraneo.
2. La escritura del niño con el dedo en la espada del padre.
Son ámbitos de sufrimiento colosales.
Me quedaría una pregunta por resolver: ¿Quién es el lector? En primera instancia podría decirse que Vanna. Pero podría ser también el narrador, que es lector de su propia historia.

Por Norberto Butler


2008-07-03

Un homúnculo más próximo al personaje de El hombre sin atributos, de Robert Musil, que al héroe de la pesadilla de Chesterton: El hombre que fue Jueves. Si bien, en su anárquico andar podría no estar ausente la idea de rebelión, y, creo que, estaría permitido el encuentro con otros impostores.
De esta suerte, el homúnculo sería, como caracterizó Zygmunt Bauman al personaje de Musil, un personaje que carece de atributos propios «en un mundo colmado de señales confusas, con tendencia a cambiar rápidamente y de maneras imprevisibles.»
Cruces. Paradojas.
La paradoja, en su acepción matemática, es un efecto del lenguaje clausurado. De repente, la paradoja surge en el orden matemático y se exhibe como una nueva realidad que imposibilita distinguir entre lo verdadero y lo falso.
Casi una enfermedad del lenguaje.
Los relatos de crímenes hacen uso de la paradoja. El clásico del género es: la víctima en una habitación sin ventanas y cerrada con llave desde adentro. Murders in the Rue Morgue; Le mystère de la chambre jaune; El enigma de la calle Arcos; plantean igual problema con distinta solución.
El punto de partida siempre es el mismo: la irrupción de lo real —la víctima— en el mundo generado por la paradoja —el cuarto cerrado—. Me refiero al cruce, o al problema, tal como es exhibido al lector; es decir, el enigma que luego el detective deberá resolver.
Recientemente, la irrupción de lo real desde Hamamatsu cobró esa forma, o, si se prefiere, hubo un cruce.
Pero no es algo nuevo. Las antiguas fuentes cabalísticas enseñan que la creación de un homúnculo encierra «como toda creación magna» sus enigmas. El albur puede ser el agua o las llamas; sin embargo, eso inquietaría antes al creador que al soñado.