2007-07-20

En la novela de Saramago noté dos estatutos diferentes en relación a la muerte: uno es el estatuto de matar y otro el estatuto de morir.
Herodes manda a matar, en la guerra se mata gente, en el Templo de Jerusalén se matan animales, José despierta sobresaltado cuando sueña que va presuroso a matar a su hijo.
Por otro lado, José tuvo un pensamiento triste, el de que los hijos están condenados a morir. «Comprendió que por primera vez dudaba del sentido del mundo». «Su cuerpo se había inundado de un sudor frío» y en tal momento de confusión y angustia no pasó nadie a quien pudiera pedir auxilio. Morir. Más adelante dice, «ya sabemos que ése es destino del que nadie se libra». Hijos y padres. Y continuará diciendo, «pero hay maneras y maneras».
Donde se habla de matar y de morir hace irrupción la culpa. Hablar del origen es algo que carece de todo sentido. Sin embargo, la tradición cristiana habla de que la existencia conlleva cargar con una culpa original. La genealogía de la moral dice que la vida obtiene con los espectáculos crueles, como las guerras troyanas y otras atrocidades trágicas, «realizar la obra de arte que siempre ha sabido realizar, justificarse a sí misma, justificar su "mal"».
Los dioses pensados como espectadores de espectáculos crueles: «en la gran pena hay muchos elementos festivos».
Pero como sólo lo que no cesa de doler permanece en la memoria, Nietzsche pregunta: de dónde ha sacado fuerza la idea de una equivalencia entre perjuicio y dolor. «Yo ya lo he adivinado: de la relación contractual entre acreedor y deudor».

2007-07-15

Después del homicidio de los niños de Belén, por mandato de Herodes, El Evangelio según Jesucristo narra el sueño de José que concluye con la sentencia: «Voy a Belén a matar a mi hijo».
Unos renglones más adelante, la novela dice, refiriéndose al Jesús de aquellos primeros días: «aquí reposa, tan tranquilo como si no acabara de escapar por milagro de una muerte horrible, imagínese, acabar a manos del propio padre que le dio el ser, ya sabemos que ése es destino del que nadie se libra, pero hay maneras y maneras».
Antes del sacrificio de las tortolillas, en un camino, a la altura de la tumba de Raquel, José es arrebatado de esta manera: «tuvo un pensamiento más triste, el de que los hijos mueren por culpa de los padres que los generan y de las madres que los ponen en el mundo, y entonces sintió pena de su propio hijo, condenado a muerte sin culpa».
Recuerdo un póster que mostraba una fila de hombres y mujeres desnudos que caminaban hacia la boca abierta de una calavera. El hueso del cráneo de la calavera estaba cubierto por un casco de guerra. La leyenda: «Para esto traemos hijos al mundo» completaba el mensaje. Era a comienzos de los setenta, yo usaba pantalones acampanados y pelo largo, recuerdo que me detenía a contemplar ese póster en un negocio de la peatonal de Miramar. Empecé a leer revistas de humor gráfico a través del compra y canje, durante las vacaciones. Leía Satiricón. Me deleitaba con los especiales de Humor Negro. Conservo algunos ejemplares y números especiales. Todavía me da gracia acordarme de un chiste de Viuti en dos cuadros: un hombre con túnica, de rodillas y con la cabeza baja, ante Jesús en la cruz; el mismo Jesús en la cruz y un charquito a los pies de la cruz. En este momento hago un find que me lleva al comienzo de la novela, donde está escrito: «Era la hora en que el crepúsculo matutino cubre de un gris ceniza los colores del mundo. Se encaminó hacia un alpendre bajo, que era el establo del asno, y allí se alivió, oyendo con una satisfacción medio consciente el ruido fuerte del chorro de orines sobre la paja que cubría el suelo. El burro volvió la cabeza, haciendo brillar en la oscuridad sus ojos saltones, luego agitó con fuerza las orejas peludas y volvió a meter el hocico en el comedero, tanteando los restos de la ración con el morro grueso y sensible. José se acercó al barreño de las abluciones, se inclinó, hizo correr el agua sobre las manos, y luego, mientras se las secaba en su propia túnica, alabó a Dios por, en su sabiduría infinita, haber formado y creado en el hombre los orificios y vasos que le son necesarios a la vida, que si uno de ellos se cerrara o abriera cuando no debe, cierta tendría su muerte el hombre». Me seduce la irreverencia de los humoristas con los muertos, los enfermos, los locos, las religiones. El póster no me impactó por su antibelicismo. El autor había expresado un universal como lo hace Saramago.
Me debato acerca de la crueldad de engendrar hijos.
«Dios mío, Dios mío, qué frágiles nos has hecho y qué fácil es morir». Pensamiento de José cuando contempla a un becerro caer fulminado por el hierro de una lanza. Hijo. «Nadie presta atención a lo que pasa, es sólo una pequeña muerte.» Una tórtola pierde la cabeza, la otra es quemada. Hijo. Nadie presta atención a lo que pasa, es sólo una pequeña muerte.

2007-07-12

Jill-Levine, amiga de Manuel Puig y autora del libro acerca de la vida del escritor, cuenta en la pág. 121 una curiosidad:
El neblinoso invierno de Londres y la vida social previsible lo inspiraron [a Puig] una vez más para sumergirse en la lectura y la escritura: motivado por la filmación de una obra que había visto, protagonizada por una nueva actriz llamada Julie Harris, leyó Frankie y la boda, de Carson McCullers. El tratamiento autobiográfico que McCullers hace del paso a la mayoría de edad de una muchacha en una pequeña población sureña y su uso vívido del habla regional daban vida a la historia de una solitaria excéntrica con humor y compasión. El Sur literario de Norteamérica había producido esta obra, le escribió Manuel a Male, «todo sobre una niña de 12 años pero creo que lo mismo puede gustar a los que tienen alergia a los temas de chicos». Pronto iba a empezar el guión "fallido" que se convirtió finalmente en su propia autobiografía de infancia, La traición de Rita Hayworth.


2007-07-03

Durante una charla telefónica el viernes 29 de junio con Silvina, que está en Londres, ella dijo que su padre se cree el centro del mundo. Yo le dije que el mío también se lo cree, y añadí que esa creencia es una mierda.
Porque no hay centro del mundo, dije.
Hay infinitos centros, dijo Silvina. Y, a continuación, hizo un intento por recordar a Borges. El mundo es una esfera, agregó, con circunferencia en ninguna parte y su centro es infinito.
Ése sería dios, dije.

En otro momento de la charla, cuando Silvina hablaba acerca de los londinenses, le mencioné que estoy leyendo la biografía sobre Manuel Puig que escribió Suzanne Jill-Levine. Me comprometí a buscar en el libro un comentario de Puig acerca de los años en que él vivió en Londres.

Jill-Levine relata:
En Londres hacía mucho frío o demasiado calor, y hacia agosto [Manuel Puig / 1958] estaba solo, luchando por mantenerse a flote:

La semana pasada vi un programa doble bodriazo, Diana Dors y otra de Bardot-Louis Jordan; salí del cine medio dormido, la Diana ya no sabe qué hacer para mantener al público, se está yendo al tacho; Brigitte bestia, ni comparar a cómo está en... Y Dios creó a la mujer... odio los meses de vacaciones (agosto en toda Europa es un mes de feria, como febrero en Argentina): mucha gente se va, bibliotecas cerradas, pocos espectáculos, qué porquería.

(...)

Un año entre los ingleses había llevado a Manuel a concluir que eran "espléndidos pero incomprensibles". Los ingleses lo sofocaban con sus tés y sus fiestas, con sus intentos de casarlo, y en especial con sus exagerados rituales de Navidad. Sus estudiantes [de idiomas] y amigos lo invitaron a incontables cenas y fiestas del 25 al 31, "la mayor de todas, la mitad de Londres está invitada". Sonaba un poco como Scrooge. [Ebenezer Scrooge, un personaje de Dickens en A Christmas Carol] en esta carta en víspera de la Navidad a Male [madre de Manuel]:

Aquí estoy en medio de la niebla... hace mucho frío y oscurece a las tres de la tarde!!! Uno de estos días será el más corto del año y después se empezarán a alargar... Se acerca la odiada Navidad ¡cuándo pasará!... Me pudre Londres con la bendita Navidad, todo el mundo enloquecido comprando cosas, exageran de lo lindo, al final para sentarse a la mesa y no decir una palabra.

Le hice un comentario a Silvina sobre la lluvia:
Sabés, supe de la lluvia por una carrera de motos en Donington. Sin embargo, durante los últimos días se estuvieron jugando las primeras rondas de Wimbledon y, a pesar de que hubo interrupciones por la lluvia, el cronograma se viene hasta ahora cumpliendo sin atrasos.
Mencionamos al pasar la sospecha acerca de un coche bomba, noticia que se difundió entremedio de los anuncios del nuevo gobierno acerca de continuar la guerra contra Irak, y ganarla, tan sólo a cuarenta y ocho horas de la renuncia de Tony Blair.

En los primeros parágrafos de La esfera de Pascal se confunden el cosmos, dios y los cuatro elementos. Hasta que Borges cita la siguiente formulación: «Dios es una esfera inteligible, cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna».
Ya sobre el final de La esfera, Borges escribe:
[Pascal] aborrecía el universo y hubiera querido adorar a Dios, pero Dios, para él, era menos real que el aborrecido universo. Deploró que no hablara el firmamento, comparó nuestra vida con la de náufragos en una isla desierta. Sintió el peso incesante del mundo físico, sintió vértigo, miedo y soledad, y los puso en otras palabras: «La naturaleza es una esfera infinita, cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna.» Así publica Brunschvicg el texto, pero la edición crítica de Tourneur (París, 1941), que reproduce las tachaduras y vacilaciones del manuscrito, revela que Pascal empezó a escribir effroyable: «Una esfera espantosa, cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna.»

Ayer había alerta máxima en Londres; paquetes sospechosos de contener explosivos. Restan cuatro días para el segundo aniversario del primer gran atentado a la ciudad: el micro y los subterráneos.

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From: Sil
To: Gustavo López
Sent: Thursday, July 07, 2005 7:15 AM

Subject: silvina desde londres

Hola a todos
mañana negra en londres pero yo estoy bien
besos
silvina

----- Original Message -----
From: Gustavo López
To: Sil
Sent: Saturday, July 09, 2005 7:04 AM

Subject: Re: silvina desde londres

«Si hoy estallara una guerra yo ni siquiera me daría cuenta.»
Fini Straubinger en País de silencio y oscuridad, documental sobre el mundo de los sordiciegos, de Werner Herzog.