Durante las flexiones de abdominales que preceden a las piruetas del jinete supremo o primer centauro de la Confederación, estas líneas de La liebre a modo de notas para la Apología del matambre:
«Qué equivocados estaban los plumíferos salvajes al suponer que era la sombra de sus crímenes la que se proyectaba en su conciencia. […] si sus enemigos se equivocaban con tanta precisión era porque la oposición era el sitio desde donde todo se veía al revés; eran los crímenes que [el Restaurador] no había cometido los que lo acosaban, el remordimiento de no haber agotado la cuenta. […] Había sido demasiado blando, había sido convencional. Ellos decían que era un monstruo, y él lamentaba haber perdido en algún punto del camino la oportunidad de serlo de veras. Lamentaba no ser su propia oposición, para realizarse por los dos lados, como un bordado bien hecho. […] Le había faltado imaginación, y sin imaginación la crueldad no se hacía del todo real. […] A él le faltaba el auténtico genio inventivo, la agilidad poética. […] Lo reconocía y lo lamentaba, en su franqueza algo bárbara consigo mismo. Pero de dónde, de dónde, de dónde sacar el talento para transmutar la negatividad fantástica de los escribas de Montevideo a la realidad, a la vida, a lo argentino.»
Catálogo de la biblioteca de Mono de piedra
2015-06-10
De dónde
2015-05-07
Miles de piedritas
Un psiquiatra abandona la ciudad y se recluye en una pequeña casa en la montaña. Huye de un paciente que lo quiere matar, pero también de la vida que lleva junto a una actriz con la que se casó un año atrás y a la que desde entonces no ha visto más que dormida.
El lugar es paradisíaco. Hay una cascada junto a la casa y ningún vecino en los alrededores. Inmediatamente se entrega al proyecto diario de no hacer nada, aparte de leer, fumar y beber. Hasta que empieza a sentirse irritable y perturbado y descubre que la causa es el ruido constante de la cascada. Se aboca así a la tarea de rellenar con piedras la hoya sobre la que golpea el agua, a fin de silenciarla. Es un trabajo enorme, se diría que demencial. Muy pronto se convierte en un personaje extraño para los habitantes del pueblo al pie de la montaña. Pero no sólo ellos se interesan por él, algunos visitándolo y otros acosándolo. También su mujer, también un animal salvaje que ronda la casa, también un grupo de poetas y, quizá, también su ex paciente, un psicópata de apellido Borgestein.
Bizzio vuelve a sumergirnos en una atmósfera tan envolvente como lisérgica, y demuestra una vez más que narrar es un arte de pocos y un oficio delicioso que el lector agradece. [Editorial Mondadori, 2012]
2015-04-22
Treinta y siete
Hay un relato de Kafka acerca de los laberintos de madera, aquellos por donde se guía a una bolita hasta meterla en un agujero. Un juguete chino barato, sin ningún tipo de artilugios sorprendentes, cubierto con un vidrio curvado. Érase una vez un juego de paciencia o también Había una vez un rompecabezas chino.
Kafka dice que la bolita encontraba el juego demasiado estrecho e incómodo y tenía su derecho a descansar. Ya se la atormentaba bastante durante el juego. Así que, en los tiempos muertos, la bolita contemplaba el cristal abovedado, sólo por mirarlo y sin ninguna otra intención.
Fichas del año pasado, desde la treintaiuna a la treinta y siete: Blanes y Avenida Almirante Brown [28 marzo] Defensa 530 [9 abril] Avenida Córdoba 1665 [14 mayo] San Martín 50 [10 junio] Santa María del Buen Aire 882 [10 octubre] Defensa y Pasaje San Lorenzo [15 octubre]
Las treintaiuna anteriores
2014-12-30
Sobre gustos
La sátira de Esteban Echeverría hizo que hojeara el primer cuaderno del Manual de Cocina Argentina de Blanca Cotta, un coleccionable semanal publicado por Clarín en 1999.
El sumario dice del matambre: Un corte muy nativo y sabroso, que admite muchas variantes y rinde un montón cuando lo hacemos arrollado o relleno. Lo puede [usted] preparar hervido, al horno, a la parrilla y también «al barro»… ¡pero en horno común! «Por los gustos se venden los géneros».
El cuaderno trae cinco recetas con sus variantes: matambre a la parrilla y la variante al roquefort; en rollitos y la variante al barro; el matambre adobado al horno y el con queso; a la criolla y su variante con pan lactal, espinaca y aceitunas; en bocaditos o en pizzetas. Yo había pensado en unos matambres para comer fríos después de la presentación de los libros y me decidí por preparar el adobado.
Empecé a leer los ingredientes y me vinieron a la mente las charlas con el Ruso acerca de la Apología, sobre todo el primer párrafo, donde dice que el matambre es persona ilustre, rico hacendado, asesino y ladrón. ¿De qué o de quién habla Echeverría? No era difícil adivinarlo, pero el caso es que según Blanca Cotta el plato debía hacerse con un matambre de buena familia. La solución era ir a la carnicería y preguntar qué era un matambre de buena familia.
De ternera o novillito, fue la respuesta del carnicero. Para cuántas personas, dijo, y le contesté que alrededor de veinte.
—Con tres vas a andar bien.
—¿Cuánto pesan?
—Novecientos gramos cada uno, más o menos.
Se me ocurrió que antes de que el Ruso escribiera el prólogo del libro tendríamos que haber ido a preguntar al carnicero por el matambre asesino y ladrón de la Apología. Al rato, mientras yo desgrasaba y cortaba en rectángulo los matambres, uno de novillito y dos de ternera, pensé que el texto de Echeverría debía leerse como un artículo de la primera época de la revista Satiricón o, más acá en el tiempo, de Barcelona. Entonces, imaginé la tapa de la edición de Mono de piedra: una suerte de almohadoncito largo, relleno de semillas de lavanda y con unos volados en los extremos, parecidos a la vagina de peluche de la portorriqueña Alessandra Rampolla.
Puse a macerar veinticuatro horas en leche los matambres y medité un instante acerca del dicho del sumario, más conocido como en gustos se rompen géneros o en Argentina: sobre gustos no hay nada escrito. En el cuaderno de Blanca Cotta, cobró sentido este dato inesperado: en El lazarillo de ciegos caminantes (s. XVIII), obra que narra un viaje desde el Río de la Plata hasta el Perú, se cuenta que los gauchos mataban animales cimarrones para comerse solamente la lengua y el matambre.
Enlace para descarga:
Esteban Echeverría, Apología del matambre (1837)