2011-03-21

[…] empecé a pensar cuáles eran las madres que estaban en la literatura argentina y que uno podía recordar […]

[…] Recordaba entonces, por ejemplo, la madre de Silvio Astier en El juguete rabioso, que es una figura fortísima porque siempre que quiere escribir, la madre le dice que hay que trabajar, cada vez que Silvio Astier está leyendo, le dice «no sigas leyendo tenés que buscar un trabajo», y entonces la novela es la fuga de la madre, cómo se escapa de esa especie de orden materna de que hay que salir a ganarse la vida. Después está la madre que aparece en La traición de Rita Hayworth, la novela de Manuel Puig. Toto, el chico que anda por ahí en el colegio y está siempre escapando porque todos le quieren pegar, lo maltratan, tiene a su madre que lo lleva al cine. La madre lo lleva al cine y entonces es la madre la que instala esa mitología que va a acompañar a Puig durante toda su obra, y está muy bien contada esa intimidad con la madre, esas tardes en que van al cine del pueblo a ver películas de Hollywood.
Después está la madre de Tomatis, el personaje de Juan José Saer, que es una especie de madre negativa porque está siempre mirando televisión (que en el mundo de Saer es lo peor que puede pasar). La madre está siempre mirando televisión y lo único que le pasa a la madre es que Tomatis —que es el poeta que anda por ahí— le tapa la pantalla, la única relación que tienen es que Tomatis le tapa a la madre el televisor, y entonces la madre le pide que pase rápido.

A raíz de la presentación de Soy un bravo piloto de la nueva China.

2011-03-03

«Sencilla y clara», decía el e-mail de Pat que invitaba a escuchar a Chimamanda Adichie.
A poco del comienzo, Adichie reconoce: Yo amaba los libros ingleses y estadounidenses que leí. Avivaron mi imaginación y me abrieron nuevos mundos; pero la consecuencia involuntaria fue que no sabía que personas como yo podían existir en la literatura. Mi descubrimiento de los escritores africanos me salvaron de conocer una sola historia sobre qué son los libros.
A raíz de esas palabras, que hablan de la importancia de muchas historias, empecé a leer a Hanif Kureishi en el libro que contiene la presentación del último borrador del guión de Mi hermosa lavandería. Posteriormente, vi media hora, pero cuando concluya la película, leeré el guión de Kureishi.
El enlace a la película de Stephen Frears, abajo de El peligro de una sola historia.



My beautiful laundrette

2011-02-24

Pienso. Él acostado en el pasto, esperando las palabras con las que armará un libro que llamará Escalones. Esas palabras quieren ser poesía, y ascenderán para, finalmente, caer, y cubrir a Lori en el mismo pasto y a su lado.


El río, la costa y el pasto son de la localidad, cuyo nombre consiste en bahía determinado por blanca. El apelativo se ubica a distintas alturas del libro con minúscula, entre paréntesis o con mayúscula; el adjetivo con negrita y como título, porque tiene poca importancia, así como es hoy irrelevante que Ulrico Schmidel haya dicho que llamaron Buenos Aires a mi ciudad, a causa de lo saludables que eran los aires que aquí corrían... El nombre de la localidad sube con cortinas de ceniza, costas contaminadas, un «gloria fantasma» y el fantasma ahogado de Solange de las Nieves, en una historia de picket fences o vecinos.
Las palabras ascenderán entre arroyos abandonados, piedras en la boca, temor hacia el destino, la diapositiva de dos jóvenes y una bebé en brazos, la cual va a morir en Bariloche, solamente cuatro días antes que.

[…] Las ideas me aparecen
cuando vos no estás y después las
olvido. En el momento preciso
quedo callado.


Ella se asusta porque él no sabe nadar, pero él tiene proyectado un futuro que amasará con mierda, paja y barro.

[…] Nuestros hijos nacerán
no del amor
sino del goce natural
en la cama junto a la mesa

[…]

En letra chica, la tapa declara «amo subir». La contratapa abraza —también en letra chica— con palabras de enamorado el principio reconstructivo y ascendente del libro: «yo estoy con vos».
El primer escalón era para Lori y hablaba de hojas, pero que no resultaban ser las hojas de un libro. Sin embargo, traerían a mi imaginación las páginas de papel, en cuyos meandros de fabricación industrial, un poco más adelante, o unos escalones más arriba, se habría de meter el propio libro. Aquel escalón primero tenía un «antes», cuando Lori invitó a esperar, recostados en el pasto, «que caiga una hoja cualquiera», y un «ahora», el instante en que las hojas esperadas cubrieron a Lori.
Una última observación, pienso que la poesía de Gerónimo Unibaso, habrá subido lenta y «como pidiendo permiso», pero al caer debió de colmar de alegría a la destinataria.

2011-02-10

El niño está enfermo. La madre lo acuesta y se sienta a su lado. Y después comienza a contarle cuentos. ¿Cómo se explica esto? Lo presentí cuando N. me contó de la extraordinaria virtud curativa que habían tenido las manos de su mujer. De esas manos decía: «Sus movimientos eran muy expresivos. Pero no habría sido posible describir su expresión. Era como si estuvieran contando un cuento». Los Conjuros de Merseburg ya nos hablan de la curación mediante la narración. No es que sólo repitan la fórmula de Odin, sino que narran el contexto en el cual éste usó la fórmula por primera vez. También se sabe que el relato que el enfermo hace al médico al iniciar el tratamiento puede convertirse en el comienzo de un proceso de curación. Se plantea entonces la pregunta si no será la narración la atmósfera propicia y la condición más favorable para muchas curaciones. Sí, ¿no podría curarse incluso cualquier enfermedad si se la dejara fluir lo suficiente hasta la desembocadura sobre la corriente de la narración? Si se considera que el dolor es un dique que se opone a esta corriente, se ve claramente que este dique será desbordado cuando la corriente sea lo suficientemente fuerte como para conducir al mar del olvido feliz todo lo que encuentre en su camino. Las caricias le dibujan un lecho a esa corriente.

Walter Benjamin, hoy en Página/12