2007-04-17

Acabo de finalizar Mitre.
La novela es un relato acerca del ciclo completo de enamoramiento de dos gordos en un viaje de ida y vuelta en un tren. Mariela y Roberto son como muñequitos de plastilina.
En la primera etapa del viaje me había gustado el ingreso de Narciso por la ventanilla, y también el juego de las rodillas recién enamoradas de los gordos.
Sin embargo, la forma en que se desarman los muñequitos a la vuelta del viaje me pareció obligada. Por citar un ejemplo gráfico, no me resultó creíble la piedra que es arrojada desde afuera del tren y va a herir el estómago de Roberto.
Así que, desde la Torre hasta Malaver, leí las sosas peripecias de los gordos, casi aislados en el vagón del tren, inmersos en la repetición y la redundancia: volvieron a hacer el amor pero en el inmundo baño del tren, se pelearon, comieron Titas y Rodesias, un tipo se cayó (o se tiró)... el guarda... no sé, tal vez la narración retroceda con intencional torpeza dado que copia o imita la torpeza del ocaso de cualquier relación amorosa. Se sabe que no hay cosa más aburrida que tener que ir hasta un sitio y volver en poco tiempo, y que la vuelta es el colmo de aburrida si se realiza por el mismo recorrido inicial. Densa.
No obstante, en las últimas tres estaciones hasta J. L. Suárez, la novela se aligera. Rescato que Mariela se diera cuenta de todas las mentiras del cuerpo de Roberto. Las enfermedades.

1 comentario:

Pastora dijo...

La comunicación mueve sensaciones del cuerpo.
El organismo se impresiona. No lo notamos.
Aún así, un estremecimiento interno está dictando las palabras, perfilando los gestos que hacemos.
Cuenta Virginia Woolf que durante un almuerzo, se le encendió en mitad de la espina dorsal –que es el asiento del alma- no esa dura lucecita eléctrica que llamamos ingenio, que brilla y se apaga en nuestros labios, sino la luz más profunda, sutil y subterránea que es la llama amarillo intenso de la comunicación racional.
Yo creo que negamos la sacudida material que nos produce el mundo, a través de la frase perspicaz, la chispa brutal que nos separa afectivamente.
Hay escritores del ingenio, inteligentes, cínicos, artistas ocurrentes de la descripción irónica.
Prefiero el calor del sol en las palabras que leo, una metáfora anatómica del dolor o la piedad. La fuerza de lo humano.
Los gordos de plastilina estimulan la lucecita eléctrica del ingenio más no la llama amarillo intenso de la comunicación racional.