2007-05-12

Terminé de leer Medea, de Christa Wolf.
Antes de escuchar las últimas y trágicas palabras de la heroína, en su segundo destierro, sin rastro de miedo a pesar de la noticia del asesinato de sus dos hijos, y libre del poder, o de las enseñanzas de los dioses y de los hombres, o por encima de ellos, dioses y hombres, repito, antes de escuchar ese vacío que, no obstante, llena a Medea por completo, habló Leucón.
La voz del astrónomo dijo:
«Todo es tan transparente, todo es tan evidente que es para volverse loco.»
No se refería Leucón a la muerte de su enamorada, la cretense Aretusa, que fuera amiga del escultor Aistros y de la heroína Medea. No, no se refería a la peste.
Tampoco aludía a la oscuridad del cielo que baña por las noches sus ojos, sino a las intrigas de la corte de Creonte, rey de Corinto, corte a la que él mismo pertenecía.
Leí la novela repitiendo las palabras de Leucón, sin que el personaje las hubiera todavía pronunciado. De algún modo se hacían audibles desde los susurros de las primeras páginas.
Es una novela que me desgarró, pero que no me deja derrotado como a Leucón, sino atento a la denuncia, y al transcurrir de ese tiempo maravilloso, que es el del reloj de la tragedia. La mitología es abordada por la novela desde sus raíces, de forma que se constituye de las relaciones entre civilización y barbarie, hombres y mujeres, poder y pueblo.
Medea interroga todo.
Aunque Medea se dice para sí
«Adónde ir.»
«No hay nadie a quien preguntárselo. Ésa es la respuesta.»
Queda su maldición feroz.

1 comentario:

silv dijo...

"Volveras cuando muera tu padre" me dijo L con una certeza extragna. Como una sentencia que fue pronunciada hace siglos y yo aun vago sin saber que he sido juzgada. Donde ir es la eterna pregunta con respuestas temporales porque volver es imposible, el espacio que habitaba, ya no existe.