2008-03-04

La incursión de la realidad en la ficción, Macleod en la historia de Díaz Grey y Elena, queda desconectada. Seguramente por eso me decepcionó.
Retorno ahora al capítulo once. Pienso que ahí existe un movimiento inverso, aunque semejante, entre Ernesto, Arce, Brausen. Ernesto se viste, de alguna manera, con las ropas de Arce. Es decir, la realidad se adelanta a la ficción que teje Brausen con la intención de aniquilar a la Queca.
En cuanto a Petrus, me acuerdo que Larsen lo entrevista en El astillero (1961).
Arrollador.
En cambio, Macleod y Glaeson me parecen extravagancias.
El último capítulo se llama «El señor Albano». Cuadro marchito en el Dick's. Leí la línea que sigue y pensé que era mejor detener la lectura. Apareció un tal Horacio, Guillermo, quién me corre, dije.
Es anómalamente colosal.

Ramificaciones de La vida Breve (1950) en Juntacadáveres (1964), que nacieron en mi lectura hoy antes de tomar el subte E hacia el parque, pero no las entendía.
Cuando dejé atrás Boedo, en el rincón del vagón que se desplazaba hacia el parque, leía el capítulo dieciséis, esto es, el anteúltimo capítulo de La vida Breve, que es el anteúltimo de Juntacadáveres.
Ya por los senderos del parque, como resultado de no poder explicar totalmente lo que había leído en el último trayecto desde Boedo, experimenté una locura arrebatada.

—Qué maravilla.
—Querés que te la presente —arriesgó Peke— Fuimos compañeras de colegio.
Onetti, que caminaba junto a su tercera esposa, Peke, había quedado impresionado por la gracia que desplegaba una muchacha, cargando por la calle su violín de estudio.
La adolescencia de Dolly parecía demorada en el límite preciso de una dicha a la medida de Onetti, que encontró así, en la calle, a la mujer que habría de acompañarlo el resto de su vida.

Esta última parte se halla en la página 124 de Construcción de la noche y en Dorothea Mur, personaje de Onetti.


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