2008-11-27

Después de leer Rostros de felicidad se me ocurre que el desconcierto de Sin destino, de Imre Kertész, podría equiparase en algo al desconcierto que produce Wakefield, de Nathaniel Hawthorne. Una tarde Wakefield se despidió de su esposa, con la cual llevaba diez años de casado. Le dijo que a más tardar estaría de vuelta para la cena del viernes, pero, sin razón aparente, se ausentó por veinte años. Sencillamente, como si hubiera faltado una semana, luego de veinte años retornó con una sonrisa y permaneció calmo junto con su esposa hasta el fin de sus días.
Kertész hace lo mismo que Hawthorne. Sin destino relata la historia de un adolescente recluido durante un año en Auschwitz. Pero la estrella de seis puntas, el traslado en el tren, las colas para el examen de aptitud física y las duchas colectivas son un montón de cosas, dice la reseña de Rey Mono, que suceden antes del inevitable retorno a casa.
Sinceramente no tenía previsto hacer el siguiente recorrido: Kertész me llevó a Hawthorne, y Hawthorne a Otras Inquisiciones. De suerte que me asombra encontrar en la conferencia de Borges sobre Hawthorne la parábola que el autor de Wakefield tituló: Earth's Holocaust; entonces, Borges desliza que Schopenhauer comparó la historia con un calidoscopio y que esa misma intuición hizo escribir a Emerson el poema History.
Alrededor de hacer convivir varias voces, Borges concluye:
El pasado es indestructible; tarde o temprano vuelven todas las cosas, y una de las cosas que vuelven es el proyecto de abolir el pasado. Este pensamiento encaja perfectamente con Kaddish, otro libro de Kertész, en el cual puede leerse el cuestionamiento a la frase que comúnmente alude a la existencia de campos de concentración: «Auschwitz no tiene explicación». Kertész en otra parte de ese libro dice: […] lo verdaderamente irracional y lo que en verdad no tiene explicación no es el mal sino lo contrario: el bien.
Kaddish es un denso rezo. Una plegaria dirigida al hijo no nacido, que podría ser leído como ausencia de destino. Hay una imagen, que quizás mi memoria ha deformado, la imagen de una mujer pelada que viste una bata roja. En el libro está el cuestionamiento a la frase: «Auschwitz no tiene explicación».
La mujer pelada no tiene explicación y los veinte años de Wakefield tampoco. O, usando palabras del narrador de Kaddish: con la vuelta de Wakefield a la casa, su ausencia durante veinte años no existe, o, para ser más preciso, no existió, y, como es lógico, sólo aquello que no existe o no existió carece de explicación. Es famosa la cita de Jorge Luis Borges afirmando que, si Kafka hubiera escrito esa historia, Wakefield no hubiera conseguido, jamás, volver a su casa, y, a continuación, Borges añade que, Hawthorne le permite volver, pero su vuelta no es menos lamentable ni atroz que su larga ausencia.
Para mi sorpresa, encuentro en la conferencia dicha por Borges en 1949 que: […] Un autor puede prevalecer de prejuicios absurdos, pero su obra, si es genuina, si responde a una genuina visión, no podrá ser absurda. Hacia 1916, los novelistas de Inglaterra y de Francia creían (o creían que creían) que todos los alemanes eran demonios; en sus novelas, sin embargo, los presentaban como seres humanos.


4 comentarios:

Víctor Sampayo dijo...

Es cierto lo de Kafka. La obsesión habría sido el regreso a casa, pero todo sería infinitamente postergado. En tal caso, lo inexplicable sería esa postergación.
La comparación de la historia con un caleidoscopio, que desliza Borges a propósito de Schopenhauer, me parece exacta en los casos de Kertész y Hawthorne, más que nada por una sensación personal: de niño, cuando arrojaba mi vista en uno de ellos, me asombraba la manera en que las coloridas figuras se van bifurcando conforme uno lo gira, pero no pasaba mucho tiempo cuando una incipiente angustia me empezaba a hormiguear en el cuerpo: quería que regresara la primera composición que había visto. Finalmente llegaba a mi vista (o al menos eso creía, porque quizá ya no recordaba cómo había sido esa figura con exactitud), y eso, de alguna manera me tranquilizaba, por fin podía abandonar el caleidoscopio...

Gustavo López dijo...

Otra vuelta a casa:
BRAZALETE DE JUDÍO EN CAMPO DE CONCENTRACION CON SELLO 100% ORIGINAL RARA PIEZA DE COLECCIÓN

Pastora dijo...

La estrella de david y la esvástica han quedado girando en la caleidoscópica mente de cada uno de nosotros…
Repito estas preguntas hechas por una multitud de gente después del Holocausto:
¿no sabían lo que iba a pasar?
¿Por qué no escaparon a tiempo?
¿por qué fueron a las cámaras como animales al matadero?
Espanta el brazalete y espanta la esvástica. Me parece que la fuerza de estos dos símbolos es tanta como la que alguna vez tuvieron la cruz y el azufre.

Pastora dijo...

Y sin embargo, las preguntas que hice en el comentario anterior son opresoras.
Hay otras: ¿Cómo fue que siguieron deseando la vida? ¿cómo sucedía el amor en los campos de exterminio, cómo refundaron sus vidas al salir?
Intuyo que son preguntas que hacen el bien.