2008-11-07

Fui hace unos días hasta las fotos de Ingrid Valencia. Más específicamente al álbum: «La Manzana» en Zapotlán el Grande, Jalisco.
Viendo a Orso Arreola, me acordé de un antiguo reportaje, en el que su padre acompañaba la charla con ademanes amplios, pero resultó que tenía un brazo enyesado, y, entonces, para seguir cómodamente hablando, se desprendió el pañuelo que le sostenía ese brazo. Yo tenía mentalmente la imagen del escritor Juan José Arreola, con su pelo largo y su mano de yeso alzada. Orso se le parece, si bien lleva el pelo corto.
En aquel reportaje de Primer Plano conocí a Arreola... me maravilló que dijese que él escribía por el sonido y que no le daba mucha bolilla al sentido de las frases. Se guiaba por el sonido. Me hizo mucha gracia, también.
Ahora abro el diario Página/12: dos de febrero de mil novecientos noventa y dos. El reportaje es de Tomás Eloy Martínez. Vuelvo a leerlo completo y no puedo dejar de reír. Y tampoco puedo evitar relacionar el último parágrafo con Los espejos velados, el relato de horror de Jorge Luis Borges.
Juan José Arreola cuenta de la siguiente manera, el último de una serie de encuentros similares que mantuvo con Borges:
«En la Jolla, California, nos invitaron a que hiciéramos juntos seis o siete programas de televisión. Los hicimos, pero no los pasaron nunca porque Borges no consiguió decir ni una sola palabra completa. No lo dejé. «Schopen...», empezaba él, y ahí no más yo me echaba un discurso sobre Schopenhauer. «La reali...», decía, y yo explicaba las teorías sobre la realidad desde los presocráticos hasta Wittgenstein. Había ido preparado. Al final, terminé recitando unos poemas de Amado Nervo y de Salvador Novo, y para que él pudiera decir algo le serví una pregunta: «¿Cómo le parecen estos versos, Borges», a lo que él respondió: «Qué melodías las del mundo, Arreola, qué armonías». Y eso fue todo. No lo vi más. Pero a veces, cuando estoy solo, sigo hablándole. En algún lugar del Cosmos, Borges me oye. Sí señor: para su fatalidad, él me oye.»

1 comentario:

Víctor Sampayo dijo...

Es que la cosa está para dejar de reír con muchas dificultades. Sobre todo cuando uno imagina a Arreola, con su eterno aire de saltimbanqui, interrumpiendo para siempre las serenas y laberínticas disquisiciones de Borges...