2010-03-30
2010-03-21
Espero que antes de venir a Mar del Sur, leas (y mires) estas notas. Seré breve, no me acostumbro al teclado prestado. No estoy en mi ibook, me parece que no me deja escribir por celos; peor aún, porque sabe del estrecho contacto de mi dedo con la pantallita del ipod.
Lo sabe, estoy seguro.
El caso es que que ella tipea motu proprio una raya tras otra. Se me ocurrió que se trataba de un virus, pero verifiqué que no había ninguno, y, por tanto, pensé que se trataba de un problema del teclado. Como es una laptop, dudo que tenga arreglo. De cualquier forma voy a hacer la prueba y así demostrarle todo lo que la quiero —en un verano pasado, yo iba todas las mañanas a escribir a la uca; Cecilia fue testigo de mi amor: yo llevaba mi nueva ibook a la biblioteca, donde Cecilia estaba haciendo una pasantía, y le pedí a Cecilia que viniera a conocer a mi nuevo amor (lo cuento porque sé que ella lee todo, sé que el problema del teclado no es algo físico, ¡satanás!, no, no, tampoco... celos rabiosos, y ahora ella expulsa mis dedos de sus botones negros).
Pero el tema es Mar del Sur.
Un sitio que amo porque lo conozco desde la infancia. Voy a intercalar algunas imágenes (quedarán para otra ocasión las del mar perlado, por ejemplo, la de los nadadores del muelle en peligro de derrumbe, el carro negro... que salieron todas lindas, se me ocurre que debería tomarle unas fotos a ella, más fotos, como antes, fotos de la época dorada en que escribíamos juntos, qué tristeza).

Respecto a Piedras Negras, ya comenté que no es un sitio especial, quiero decir, no resulta un lugar nunca visto o conocido, lo que pasa es que acá no hay demasiado para hacer y los veraneantes suelen caminar hasta las piedras cuando la marea les permite llegar. Una vez en las piedras, andan curioseando las peceras naturales.
No existe ir en bici, no hay calles.
Sólo por la costa, animándote cuando el mar te ciegue el paso... conviene esperar a que primero pasen otros veraneantes. No son acantilados altos como los de Miramar, pero tampoco son para tomarlos en broma. Hay que alejarse de la playita céntrica unos tres kilómetros hacia el sur, que si la marea te lo permite es hermoso (solamente existen un par de escollos, cabitos o puntas de acantilados). El mar brama mientras caminás a su lado y está como en una especie de hoya... la orilla, viento y cielo. Si mirás para el pueblo, o el campo, observarás la irregular construcción de casas de veraneo, apuntaladas sobre los petisos acantilados.
Hay una frecuencia bastante amplia de colectivos desde Miramar, que parten de la Mitre. El jueves o viernes, a las cuatro de la tarde, vine con Vanna. Teníamos la idea de volver a las nueve, pero no pudimos. Las ráfagas de viento no eran nada hospitalarias, a menos que nos quedáramos en la playita céntrica, a escasos pasos de las ruinas del Hotel: Lo poco en cuenta que la naturaleza tiene nuestros planes…
2010-03-09
Desde el piso doce se divisan claramente los muchos árboles que tiene la ciudad. Distingo unas manzanas (en la veintidós) con tilos. Por la noche se ve el parpadeo de la pequeña Mar del Sur. En el negror, también los focos de algunos autos que asemejan la luz periódica de los faros.
Hoy el plan era Mar del Sur por la tarde. Pero demasiado viento. El cielo sin nubes, así que: lectura de Middlesex en el vivero, donde se estaba bárbaro (acto repetitivo: bomberos nuevamente previniendo sobre la zona «insegura»). La idea para mañana es alquilar bici: ir a Seis Brujas y a conocer el bosque «energético».
Seguramente vuelva al barcito de la semana pasada, así publico esta entrada. Ahora, mucha hambre de pizza a la piedra con roquefort en la veintidós y Mitre. Estoy escuchando a Estrella Morente: Errante en la sombra, te busca y te nombra. Vivir...
Me acuerdo de mis lecturas del Quijote en Gesell.
El Quijote es un libro de largo aliento, también para el lector, el cual no debería cejar en la lectura cuando el libro recién empieza... Cervantes escucha a los lectores de su libro y se da cuenta de los imposibles que presenta el camino que emprendió su héroe; y de tal forma se da cuenta que lo hará volver a su aldea, y lo munirá de un escudero para tener alguien con quién dialogar (ya no dialogará solamente con los libros que lo han enloquecido), e inventará más de un narrador de las historias. Cervantes batalla mucho para hacer gozosa su invención a los lectores. Para que los lectores no interrumpan la lectura.
Es un libro para las noches. En Gesell leía uno o dos capítulos antes de dormir. También leí partes bajo los árboles de la casa del viejo Gesell. Me acuerdo de esa casa y de los billetes del abuelo, o tal vez eran del padre de Gesell, dinero que se depreciaría con el tiempo para que hubiera que gastarlo (respondían a una delirante teoría anticapitalista); también me acuerdo de las paredes «huecas» para contrarrestar los cambios climáticos; las puertas en cada una de las caras de la casa, por si acaso el médano obturaba la salida, el cochecito de bebé de la antigua casa Gesell; las fotos aéreas de los médanos de la futura villa... Volviendo a la novela de Cervantes; es un placer leerla despacio, acostumbrar el oído a esos encantamientos y a esos humores, a todos los monólogos «dialogados». Y el Quijote descubrirá los mares, poco antes del final.
Me vino a la mente una noche gloriosa del año pasado, en Reta. El clima allá es muy áspero, pero esa noche me puse a escribir en un balcón con este mismo ipod. Estaba yo feliz por el sosiego nocturno, la bonanza del clima después de una tormenta y una copa de vino apoyada en la barandilla.
Las calles de Reta son de tierra (o arena). Las playas recuerdan a las de Gesell del pasado. También a las de acá, siempre me refiero a las que están ubicadas antes del Arco o a las de Mar del Sur. Todas estas playas eran en el pasado tan dilatadas como las de Reta en el presente. En verdad, ahora encuentro a las playas de Reta parecidas a las de Cabo Polonio. Si bien no cuentan con un faro, ni con lobos marinos... las playas de Reta presentan una formación natural de médanos como las de Polonio. Los fuertes vientos acumulan arena constantemente y producen desplazamientos de los médanos.
Están animados, casi vivos.
El pueblo más cercano está a treinta kilómetros, un lugar donde yo imaginaba historias aquella noche como las de Manuel Puig. Se accede a las playas de Reta desde ese pueblo por un zigzagueante camino de tosca.
En lo alto de los médanos de Reta, se pueden ver a adolescentes que desafian los vientos y la arena con sus celulares apuntando hacia el pueblo. Seguramente intentando pescar un mensajito. Me acuerdo de mi propia adolescencia, cuando transportaba la fantasía de alguna novia en mis salidas en bici. Me acuerdo cuando hacía aparecer mentalmente a mi amada en las librerías, o en una curva del arroyito, o al caminar de noche por las orilla del mar o simplemente en un almacén. Mi corazón las evoca como el del caballero de la Triste Figura a la bella Dulcinea: solamente un tap en la palma de la mano para hacer surgir todo el amor y toda la locura.

La pequeña bahía de Seis Brujas se parece a como eran en mi niñez las playas de la zona del Arco. Mar abierto, sin escolleras (veo una muy pequeña en la punta norte, para acumular arena en el balneario siguiente, Copacabana). A diferencia de aquellas playas del Arco, hoy inexistentes, Seis Brujas tiene acantilados. Y en los extremos tiene rocas, donde se forman esas peceras naturales, unos micromundos marinos con cangrejos rosados, mejillones negros, algas de colores rojizas y verdes, sensibles anémonas.
Recién, cuando salía del mar —hoy escribo con marcas de sal en la piel— me topé con un pingüino que ingresaba. La poca gente que había en la orilla lo seguía. Lo vi entrar de forma muy pingüinera: se frenó, dio unas pisaditas como reconociendo el estado del mar, avanzó dando dos o tres pisadas y se echó de panza. Se introdujo ayudado por las aletas, hundió la cabeza y no lo vi más. Cuando emergió, ya estaba lejos.
Esta aparición, que parece fabulosa, me trajo a la memoria que a las playas del Arco solían llegar pingüinos. Posiblemente exista una ruta marina y estos que se ven todavía hoy en la playa se hallen seguramente perdidos. Queda la esperanza de que el pingüino de hoy sobreviva, porque, y esto es lo nuevo para mí, lo encontré retornando al mar abierto.
Ahora, un petit descanso en el petit departamento antes de visitar el tan mentado bosque «energético». Hoy es un día increíble.
Las rocas de Piedras Negras, en Mar del Sur, se asemejan a las de la pequeña bahía. Las de Mar del Sur son aludidas en Sobre Héroes y Tumbas.
[...] el campo de las viejas daba al océano, un poco al sur de Miramar [...] / Recostada sobre un lado vi cómo [Marcos] se alejaba. Luego me levanté y corrí hacia el agua. Nadé durante mucho tiempo, sintiendo cómo el agua salada envolvía mi cuerpo desnudo. Cada partícula de mi carne parecía vibrar con el espíritu del mundo. / Durante varios días Marcos desapareció de Piedras Negras.
El concurrido bosque «energético» es un extremo del vivero, como suponía. He andado millones de veces por ahí en épocas en las cuales buscaba playas para bañarme en traje de Adán.
Al fondo del bosquecito hay una encrucijada o un sendero que se bifurca. El de la izquierda es el de todos los laberintos... por eso tiene una estaca amarilla con la cifra 58; muy borgiano el color amarillo, claro. Si se continúa ese sendero: 58, 57, 56... en un rato se llega a la parte «segura» del vivero: museíto a la izquierda, en la hondonada... afuera el carro negro, a la derecha la nueva gruta, fogones, etc. Si se toma el otro sendero, el de la derecha, en diez minutos se llega a aquellas playas del Paraíso Perdido... tras una loma la invasión de cuatro por cuatros y cuatriciclos, donde en mi adolescencia se alcanzaba a divisar sólo el mar. Ya no existen aquellas playas para nadar desnudos... O sí, pero no son éstas.
Al volver (bellas fotos del crepúsculo: mar perlado) una sorpresa: desde la parte prohibida o en peligro de derrumbe, pero atiborrada de pescadores, había cinco nadadores que se arrojaron al mar y nadaron hasta la rambla.
Ya era noche.
Cena: grueso bife de chorizo a la plancha, acompañado con rodajas de zapallitos y berenjenas. Soy feliz acá. Muy feliz de haber vuelto a Miramar (acto repetitivo). Repetición final: un auto rojo que entraba al vivero y sacaba gente, volvía a entrar a los pocos minutos, salía repleto y manejando muy rápido el día de lluvia de la semana pasada: ¡era un remisero!
Paisaje nocturno de la medianoche: gigante frente de tormenta eléctrica en el sur. Muy lejana: no se oyen todavía los truenos.
2010-02-28
Primer y segundo día caminatas por el vivero. El aroma que predomina en el vivero es el que proviene de los pinares, fresco olor que todo lo impregna. El segundo día, caminata hasta el Museo (debo volver para fotografiar un carro negro y con unas ruedas traseras de más de tres metros de diámetro). No sigo los caminos, voy a bosque traviesa y recordando atajos perdidos o irreconocibles que hacía yo a diario en compañía de mi perra ovejera. En la sombra de los pinos, el suelo está verde, porque entre el acolchado de acículas muertas han brotado pastos tiernos, señal de que ha llovido más de lo normal. El segundo día, mientras descansaba aparecieron los primeros humanos: bomberos que me advirtieron acerca de la inseguridad de la zona, porque estaba apartada de los fogones, la nueva gruta, etcétera. Vuelta por la playa.
El día de llegada nadé en las playas céntricas. A partir del segundo y por las mañanas, mar y playa en un balneario de la entrada: Flipper. Está muy lindo para nadar y hay una escuela de surf. En mi niñez no existían las escolleras de piedras. Esas playas (a la altura del Arco) eran anchas como las de Gesell. El balneario consistía en un parador donde hacían unos panqueques deliciosos (aún en invierno) y alquilaban sombrillas. Había también una cancha de voley.
El miércoles llovió y recorrí la ciudad por sus extremos: mate en el laguito. Reconozco muchas casas de mi infancia, a las cuales encuentro prácticamente iguales. La esquina de Parquemar donde me caí de una moto y recibí auxilios que acabaron en demostraciones amorosas.
Hoy, sol en la escollera y salpicaduras del mar. Luego, zambullida y natación de espalda, pecho y croll.
Jueves por la tarde, lectura sobre sillita playera en la rambla: tres capítulos de Middlesex, «La cuchara de plata», «La casamentera» y «Una proposición indecorosa». Disfruté con horror este último, que narra el incendio de Esmirna, la ciudad griega, por parte de los invasores turcos (siglo XX). El fuego se cernía sobre la multitud a la espera de ser evacuados en el puerto. Yo estaba en las proximidades del muelle.
Hay una foto mía en la base laberíntica del corredor del muelle cuando yo tenía veinticinco años. En la actualidad, la base no es como la de la foto. Ha sido reemplazado el esqueleto oxidado, y la parte que se conserva (como la de aquella foto) se encuentra ahora en peligro de derrumbe (la punta del muelle: los pescadores pasan).
Observo actos repetitivos todos los días: en el edificio de enfrente (octavo piso) una chica plancha a esta hora (20:49); en Flipper a las nueve de la mañana, otra chica ingresa al mar con su perro labrador; en la rambla a las cinco y media de la tarde, un hombre arroja un palo a su perro ovejero, el cual baja las escaleras, se zambulle donde hay rocas, y nada hasta recoger el palo (a veces lo pierde de vista, pero se orienta con el dedo del hombre-amo que le señala el palo desde arriba. Luego de repetir el lanzamiento unas seis o siete veces, el hombre debe bajar a la playa a buscar al ovejero, porque éste no quiere más juego); colores marinos al atardecer: distintos verdes, desde un tono lavado y transparente en la orilla, hasta el verde profundo, más allá de la rompiente.
Ayer viernes, nublado desde temprano y luego lluvia. Escritura hasta el mediodía (en el ipod) y por la tarde cuatro horas de bici: ida por la veintiséis hasta la casa alquilada hace unos años (Villa Golf) / Copacabana / mate en la playa (Seis Brujas) y truenos / Golf / vuelta / diagonal hasta la veintiséis / búsqueda de protección por la persistente lluvia en el vivero (entrada por «atrás»): descubro que las zonas habilitadas son solamente las de los fogones y alrededor, mientras que los lugares por los cuales anduve a pie tienen los senderos cortados o intransitables, razón por la cual no había un alma / vuelta por la costa del vivero bajo la lluvia (fuerte pero sin viento). Me entero por un volante (agenda cultural) de un encuentro (lectura abierta) a las 20:00., organizada por la sociedad de escritores de General Alvarado (quiero ir). También hay una muestra de originales de Breccia hijo (historietista de segunda generación / recuerdo su versión de «El matadero», en Fierro / Enrique es hijo de Alberto Breccia, el «maestro» Breccia).
Voy al encuentro literario y leo el capítulo de la escritura sobre (la espalda) de mi padre (ipod / había unas cincuenta personas y habremos leído unos diez, todos poesía excepto mi relato). Páginas a color y también en blanco y negro. Una mina me persigue para venderme alguna. Después me persigue un tipo; están desesperados... Lo interesante es que me entero de que Breccia vive en Mar del Sur y tiene un hijo que también es historietista-dibujante (Fermín, creo).
Hermoso, muy hermoso comienzo de «La ruta de seda». Leo en ipod «Vida y trabajos de Pasamonte» (chiflado que batalló en Lepanto como Cervantes). En el edificio hay un SUM (salón de usos múltiples) donde luego de almorzar suelo hojear el diario que compran. El salón está desierto (hay un plasma gigante y una wii para los chicos en un anexo apartado). Me entero que murió T. E. Martínez. Rescato mucho su labor periodística («La pasión según Trelew», editor de Primera Plana y del suplemento cultural de Página/12, Primer Plano, colección que atesoro).
Publicado por Gustavo López 5 comentarios
Escritores: avellaneda, cervantes, echeverría, eugenides, martínez t. e., pasamonte