2010-03-21

Espero que antes de venir a Mar del Sur, leas (y mires) estas notas. Seré breve, no me acostumbro al teclado prestado. No estoy en mi ibook, me parece que no me deja escribir por celos; peor aún, porque sabe del estrecho contacto de mi dedo con la pantallita del ipod.
Lo sabe, estoy seguro.
El caso es que que ella tipea motu proprio una raya tras otra. Se me ocurrió que se trataba de un virus, pero verifiqué que no había ninguno, y, por tanto, pensé que se trataba de un problema del teclado. Como es una laptop, dudo que tenga arreglo. De cualquier forma voy a hacer la prueba y así demostrarle todo lo que la quiero —en un verano pasado, yo iba todas las mañanas a escribir a la uca; Cecilia fue testigo de mi amor: yo llevaba mi nueva ibook a la biblioteca, donde Cecilia estaba haciendo una pasantía, y le pedí a Cecilia que viniera a conocer a mi nuevo amor (lo cuento porque sé que ella lee todo, sé que el problema del teclado no es algo físico, ¡satanás!, no, no, tampoco... celos rabiosos, y ahora ella expulsa mis dedos de sus botones negros).
Pero el tema es Mar del Sur.
Un sitio que amo porque lo conozco desde la infancia. Voy a intercalar algunas imágenes (quedarán para otra ocasión las del mar perlado, por ejemplo, la de los nadadores del muelle en peligro de derrumbe, el carro negro... que salieron todas lindas, se me ocurre que debería tomarle unas fotos a ella, más fotos, como antes, fotos de la época dorada en que escribíamos juntos, qué tristeza).



Mar del Sur está a solo quince minutos de Miramar y vale la pena venir, siempre y cuando sea un día calmo, porque Mar del Sur suele ser ventoso y salvaje.
Respecto a Piedras Negras, ya comenté que no es un sitio especial, quiero decir, no resulta un lugar nunca visto o conocido, lo que pasa es que acá no hay demasiado para hacer y los veraneantes suelen caminar hasta las piedras cuando la marea les permite llegar. Una vez en las piedras, andan curioseando las peceras naturales.
No existe ir en bici, no hay calles.
Sólo por la costa, animándote cuando el mar te ciegue el paso... conviene esperar a que primero pasen otros veraneantes. No son acantilados altos como los de Miramar, pero tampoco son para tomarlos en broma. Hay que alejarse de la playita céntrica unos tres kilómetros hacia el sur, que si la marea te lo permite es hermoso (solamente existen un par de escollos, cabitos o puntas de acantilados). El mar brama mientras caminás a su lado y está como en una especie de hoya... la orilla, viento y cielo. Si mirás para el pueblo, o el campo, observarás la irregular construcción de casas de veraneo, apuntaladas sobre los petisos acantilados.
Hay una frecuencia bastante amplia de colectivos desde Miramar, que parten de la Mitre. El jueves o viernes, a las cuatro de la tarde, vine con Vanna. Teníamos la idea de volver a las nueve, pero no pudimos. Las ráfagas de viento no eran nada hospitalarias, a menos que nos quedáramos en la playita céntrica, a escasos pasos de las ruinas del Hotel: Lo poco en cuenta que la naturaleza tiene nuestros planes


4 comentarios:

chica hindú dijo...

Este texto me transportó a esas playas aún sin conocerlas y te aseguro que siento como el salvaje viento me despeina...

Las nubes es una gran novela de Saer.

Akena dijo...

Un lugar muy recurrente, el mar... Inquietante, a veces, pero siempre un sitio al que volver.

Vi al pez liso dijo...

Bellísima canción. Y esos viejos hoteles abandonados en los que parece que cualquier cosa es posible. La infancia que se ha quedado en esos balnearios, en esas casas embrujadas. El veraneo como un intento para recuperar (hacer renacer) ese sentido del misterio.

Gustavo López dijo...

A fines de los ochenta, el Hotel Atántico tenía una larga sala donde se hacían funciones de cine. Me acuerdo que la pantalla era angosta y parte de la proyección se expandía a los lados, en las paredes.
Al término de la película, era cautivante volver por la negra playa y bajo el cielo estrellado.