2010-02-28


Primer y segundo día caminatas por el vivero. El aroma que predomina en el vivero es el que proviene de los pinares, fresco olor que todo lo impregna. El segundo día, caminata hasta el Museo (debo volver para fotografiar un carro negro y con unas ruedas traseras de más de tres metros de diámetro). No sigo los caminos, voy a bosque traviesa y recordando atajos perdidos o irreconocibles que hacía yo a diario en compañía de mi perra ovejera. En la sombra de los pinos, el suelo está verde, porque entre el acolchado de acículas muertas han brotado pastos tiernos, señal de que ha llovido más de lo normal. El segundo día, mientras descansaba aparecieron los primeros humanos: bomberos que me advirtieron acerca de la inseguridad de la zona, porque estaba apartada de los fogones, la nueva gruta, etcétera. Vuelta por la playa.
El día de llegada nadé en las playas céntricas. A partir del segundo y por las mañanas, mar y playa en un balneario de la entrada: Flipper. Está muy lindo para nadar y hay una escuela de surf. En mi niñez no existían las escolleras de piedras. Esas playas (a la altura del Arco) eran anchas como las de Gesell. El balneario consistía en un parador donde hacían unos panqueques deliciosos (aún en invierno) y alquilaban sombrillas. Había también una cancha de voley.
El miércoles llovió y recorrí la ciudad por sus extremos: mate en el laguito. Reconozco muchas casas de mi infancia, a las cuales encuentro prácticamente iguales. La esquina de Parquemar donde me caí de una moto y recibí auxilios que acabaron en demostraciones amorosas.
Hoy, sol en la escollera y salpicaduras del mar. Luego, zambullida y natación de espalda, pecho y croll.

Jueves por la tarde, lectura sobre sillita playera en la rambla: tres capítulos de Middlesex, «La cuchara de plata», «La casamentera» y «Una proposición indecorosa». Disfruté con horror este último, que narra el incendio de Esmirna, la ciudad griega, por parte de los invasores turcos (siglo XX). El fuego se cernía sobre la multitud a la espera de ser evacuados en el puerto. Yo estaba en las proximidades del muelle.
Hay una foto mía en la base laberíntica del corredor del muelle cuando yo tenía veinticinco años. En la actualidad, la base no es como la de la foto. Ha sido reemplazado el esqueleto oxidado, y la parte que se conserva (como la de aquella foto) se encuentra ahora en peligro de derrumbe (la punta del muelle: los pescadores pasan).

Observo actos repetitivos todos los días: en el edificio de enfrente (octavo piso) una chica plancha a esta hora (20:49); en Flipper a las nueve de la mañana, otra chica ingresa al mar con su perro labrador; en la rambla a las cinco y media de la tarde, un hombre arroja un palo a su perro ovejero, el cual baja las escaleras, se zambulle donde hay rocas, y nada hasta recoger el palo (a veces lo pierde de vista, pero se orienta con el dedo del hombre-amo que le señala el palo desde arriba. Luego de repetir el lanzamiento unas seis o siete veces, el hombre debe bajar a la playa a buscar al ovejero, porque éste no quiere más juego); colores marinos al atardecer: distintos verdes, desde un tono lavado y transparente en la orilla, hasta el verde profundo, más allá de la rompiente.

Ayer viernes, nublado desde temprano y luego lluvia. Escritura hasta el mediodía (en el ipod) y por la tarde cuatro horas de bici: ida por la veintiséis hasta la casa alquilada hace unos años (Villa Golf) / Copacabana / mate en la playa (Seis Brujas) y truenos / Golf / vuelta / diagonal hasta la veintiséis / búsqueda de protección por la persistente lluvia en el vivero (entrada por «atrás»): descubro que las zonas habilitadas son solamente las de los fogones y alrededor, mientras que los lugares por los cuales anduve a pie tienen los senderos cortados o intransitables, razón por la cual no había un alma / vuelta por la costa del vivero bajo la lluvia (fuerte pero sin viento). Me entero por un volante (agenda cultural) de un encuentro (lectura abierta) a las 20:00., organizada por la sociedad de escritores de General Alvarado (quiero ir). También hay una muestra de originales de Breccia hijo (historietista de segunda generación / recuerdo su versión de «El matadero», en Fierro / Enrique es hijo de Alberto Breccia, el «maestro» Breccia).
Voy al encuentro literario y leo el capítulo de la escritura sobre (la espalda) de mi padre (ipod / había unas cincuenta personas y habremos leído unos diez, todos poesía excepto mi relato). Páginas a color y también en blanco y negro. Una mina me persigue para venderme alguna. Después me persigue un tipo; están desesperados... Lo interesante es que me entero de que Breccia vive en Mar del Sur y tiene un hijo que también es historietista-dibujante (Fermín, creo).

Hermoso, muy hermoso comienzo de «La ruta de seda». Leo en ipod «Vida y trabajos de Pasamonte» (chiflado que batalló en Lepanto como Cervantes). En el edificio hay un SUM (salón de usos múltiples) donde luego de almorzar suelo hojear el diario que compran. El salón está desierto (hay un plasma gigante y una wii para los chicos en un anexo apartado). Me entero que murió T. E. Martínez. Rescato mucho su labor periodística («La pasión según Trelew», editor de Primera Plana y del suplemento cultural de Página/12, Primer Plano, colección que atesoro).

2010-01-24

Erik Lönrot, el investigador que cayó en el ardid de Red Scharlach, exhorta al criminal a perpetrar una serie de muertes sobre una línea invisible e incesante.


«Scharlach, cuando en otro avatar usted me dé caza, finja (o cometa) un crimen en A, luego un segundo crimen en B, a 8 kilómetros de A, luego un tercer crimen en C, a 4 kilómetros de A y de B, a mitad de camino entre los dos. Aguárdeme después de D, a 2 kilómetros de A y C, de nuevo a mitad de camino. Máteme en D, como ahora va a matarme en Triste-le Roy.»

Sumario

2010-01-15

Emilio Renzi hace decir al crítico Ariel Schettini:

—Sí, efectivamente hay una relación muy nítida de viajeros, desertores y personas en general que escapan, que Renzi ve con cierto magnetismo, y uno podría incluso hacer la lista de todos los suicidas que lo rodean, su padre por empezar, Cesare Pavese, Kafka, Ossorio. Hay una gran cantidad de personajes suicidas; también él mismo, de hecho, en un determinado momento escapa...

Puede pensarse el suicidio de Franz Kafka en boca del crítico como una crisis de la distinción entre la ficción y la no ficción, o, en otras palabras, como efecto de la contaminación narrativa que instala una encrucijada conformada por personajes literarios y por escritores de carne y hueso.

Unas líneas del resumen de la entrada anterior:

«En la segunda parte [de Un pez en el hielo], Renzi se dirige en tren al pueblo natal del italiano [Cesare Pavese], S. Stefano Belbo, lo que da paso —en un típico movimiento pigliano— a una reflexión sobre la escritura del diario (Kafka y Pavese) y el trinomio literatura, mujer y muerte: la alquimia de narración y crítica que tantos frutos le ha dado a Piglia.»

A continuación un pasaje del cuento y más abajo el audio de un par de minutos del capítulo nueve de Biografías Fantásticas, programa emitido el 13 de noviembre de 2009 por Canal (á), dedicado a Emilio Renzi. Silvia Hopenhayn, la conductora, introduce una variación del trinomio: fracaso, mujeres y suicidio. A continuación, Eduardo Anguita, periodista invitado, habla de su empatía con Renzi. Por último, Schettini repasa la fallida lista de suicidas que rodean al héroe de Un pez en el hielo / 2 minutos : 43 segundos.

«Nadie leerá lo que estoy escribiendo. Esa certidumbre era única. Kafka le había ordenado a Dora Diamant que quemara sus manuscritos y tendido en un sofá la había mirado quemarlos. Los cuadernos de sus últimos años. De todo eso sólo se había salvado La madriguera, que no tiene final y es el último relato de Kafka.»
»El que hace ese gesto extremo, pensó Renzi, no necesita matarse. Imposible para Kafka decir basta de palabras, no escribiré más. Decía sigo escribiendo pero destruiré lo que haya escrito y volveré a escribir y nadie me leerá.»
[...]
»Renzi estaba leyendo esas viejas notas que ahora le parecían íntimamente ligadas a sus hipótesis sobre el final de Pavese. La literatura, las mujeres y la muerte.»
»En todo caso Kafka decía que no podía escribir... pero siempre volvía a empezar. En cambio Pavese había ordenado sus papeles, pensaba que en su oficio era un rey. (Kafka, en cambio, se veía a sí mismo como un sirviente.) Si Pavese hubiera escrito sobre ese estado se habría salvado... »
[...]
»En una página puesta a modo de portada, Pavese había escrito con lápiz azul: Il Mestiere de Vivere. Diario 1935-1950. Era el mismo tipo de papel que había usado para escribir la última página.»
»Primera vez que hago el balance de un año todavía no terminado. En mi oficio soy rey. En diez años lo he hecho todo. ¡Si pienso en las dudas que tenía entonces! Y casi al final de la página, escrito con la misma letra firme y serena, la sentencia. Éste es el balance de un año no terminado, que no terminaré.»
»Había dejado el Diario perfectamente ordenado, listo para ser publicado. Si lo hubiera quemado no se habría matado. (Tal vez.)»