2010-01-24

Erik Lönrot, el investigador que cayó en el ardid de Red Scharlach, exhorta al criminal a perpetrar una serie de muertes sobre una línea invisible e incesante.


«Scharlach, cuando en otro avatar usted me dé caza, finja (o cometa) un crimen en A, luego un segundo crimen en B, a 8 kilómetros de A, luego un tercer crimen en C, a 4 kilómetros de A y de B, a mitad de camino entre los dos. Aguárdeme después de D, a 2 kilómetros de A y C, de nuevo a mitad de camino. Máteme en D, como ahora va a matarme en Triste-le Roy.»

Sumario

2010-01-15

Emilio Renzi hace decir al crítico Ariel Schettini:

—Sí, efectivamente hay una relación muy nítida de viajeros, desertores y personas en general que escapan, que Renzi ve con cierto magnetismo, y uno podría incluso hacer la lista de todos los suicidas que lo rodean, su padre por empezar, Cesare Pavese, Kafka, Ossorio. Hay una gran cantidad de personajes suicidas; también él mismo, de hecho, en un determinado momento escapa...

Puede pensarse el suicidio de Franz Kafka en boca del crítico como una crisis de la distinción entre la ficción y la no ficción, o, en otras palabras, como efecto de la contaminación narrativa que instala una encrucijada conformada por personajes literarios y por escritores de carne y hueso.

Unas líneas del resumen de la entrada anterior:

«En la segunda parte [de Un pez en el hielo], Renzi se dirige en tren al pueblo natal del italiano [Cesare Pavese], S. Stefano Belbo, lo que da paso —en un típico movimiento pigliano— a una reflexión sobre la escritura del diario (Kafka y Pavese) y el trinomio literatura, mujer y muerte: la alquimia de narración y crítica que tantos frutos le ha dado a Piglia.»

A continuación un pasaje del cuento y más abajo el audio de un par de minutos del capítulo nueve de Biografías Fantásticas, programa emitido el 13 de noviembre de 2009 por Canal (á), dedicado a Emilio Renzi. Silvia Hopenhayn, la conductora, introduce una variación del trinomio: fracaso, mujeres y suicidio. A continuación, Eduardo Anguita, periodista invitado, habla de su empatía con Renzi. Por último, Schettini repasa la fallida lista de suicidas que rodean al héroe de Un pez en el hielo / 2 minutos : 43 segundos.

«Nadie leerá lo que estoy escribiendo. Esa certidumbre era única. Kafka le había ordenado a Dora Diamant que quemara sus manuscritos y tendido en un sofá la había mirado quemarlos. Los cuadernos de sus últimos años. De todo eso sólo se había salvado La madriguera, que no tiene final y es el último relato de Kafka.»
»El que hace ese gesto extremo, pensó Renzi, no necesita matarse. Imposible para Kafka decir basta de palabras, no escribiré más. Decía sigo escribiendo pero destruiré lo que haya escrito y volveré a escribir y nadie me leerá.»
[...]
»Renzi estaba leyendo esas viejas notas que ahora le parecían íntimamente ligadas a sus hipótesis sobre el final de Pavese. La literatura, las mujeres y la muerte.»
»En todo caso Kafka decía que no podía escribir... pero siempre volvía a empezar. En cambio Pavese había ordenado sus papeles, pensaba que en su oficio era un rey. (Kafka, en cambio, se veía a sí mismo como un sirviente.) Si Pavese hubiera escrito sobre ese estado se habría salvado... »
[...]
»En una página puesta a modo de portada, Pavese había escrito con lápiz azul: Il Mestiere de Vivere. Diario 1935-1950. Era el mismo tipo de papel que había usado para escribir la última página.»
»Primera vez que hago el balance de un año todavía no terminado. En mi oficio soy rey. En diez años lo he hecho todo. ¡Si pienso en las dudas que tenía entonces! Y casi al final de la página, escrito con la misma letra firme y serena, la sentencia. Éste es el balance de un año no terminado, que no terminaré.»
»Había dejado el Diario perfectamente ordenado, listo para ser publicado. Si lo hubiera quemado no se habría matado. (Tal vez.)»


2009-12-26

Le parecía todo significativo y todo le parecía extraordinario, como si estuviera loco.
RICARDO PIGLIA: Un pez en el hielo. La invasión (Barcelona, Anagrama 2006)

Mientras leía el cuento que reconstruye los últimos días de Pavese me acordé de la maravillosa imagen de la pecera en la ventana, pero un tiempo más tarde, en oportunidad de leer el ensayo de Ana Gallego Cuiñas, se instaló en mi cabeza la idea de que podría haber imaginado dicha escena de la película Black Angel bajo el efecto de la ficción paranoica. Dicho de otra manera, las palabras que Ana Gallego Cuiñas vertió en la nota número seis de su ensayo me hicieron dudar:

[6] El título del cuento, como en la mayoría de los que conforman La invasión, aparece en el interior del texto. Piglia rescata esta expresión (imagen), «un pez en el hielo», que ciertamente Pavese escribió y narra (le da un sentido) lo que la suscitó: el italiano veía en sus postreros días una película en la que Connie tenía un pez que estaba solo y que se hiela porque ella deja de existir: como le ocurrió a él mismo. No he tenido acceso al film, por lo que no puedo verificar la veracidad de esta escena. Aunque si no estuviera incluida en la película comercializada, estaría, sin duda, fijada en los cuatro minutos de más que contiene la copia de Pavese.

Connie era Constance Goldwing y «the last love. Por ella se mató» Pavese, quien podría haber dedicado a la actriz norteamericana La luna y las fogatas, su última novela:

For C.
Ripeness is all


Roy William Neill había dirigido Black Angel basándose en la novela de Cornell Woolrich. A continuación un pasaje del ensayo que resume el admirable cuento.

[Un pez en el hielo] empieza in medias res y está segmentado en tres partes: la primera presenta a un Emilio Renzi de 26 años que viaja a Turín con una beca para estudiar la obra (el diario) de Pavese y olvidar a una mujer, Inés. Allí se va encontrando con una serie de dobles a la vez que se recrea el «itinerario final» de la vida de Pavese, intercalando fragmentos, en cursiva, de su diario y de las cartas que escribió en sus últimos días. En la segunda parte, Renzi se dirige en tren al pueblo natal del italiano, S. Stefano Belbo, lo que da paso —en un típico movimiento pigliano— a una reflexión sobre la escritura del diario (Kafka y Pavese) y el trinomio literatura, mujer y muerte: la alquimia de narración y crítica que tantos frutos le ha dado a Piglia. En la tercera y última sección, Renzi visita la «Esposicione Cesare Pavese» que es regentada por un «coleccionista», «polaco» —los datos nos remiten a Tardewski— que habla un «italiano extraño» y va de museo en museo ofreciendo sus hallazgos: objetos únicos, pequeñas diferencias en la serie. En esta ocasión había descubierto que existía una copia de Black Angel (1946), película en la que tenía un «papel breve pero extraordinario» Constance Dowling, el último gran amor del italiano. La copia, que había pertenecido a Connie y después a Pavese, consta de 85 minutos: 4 minutos más que la que se comercializó. Según el coleccionista, Pavese se dedicaba a ver a su amada inmortalizada en imágenes (a la manera de La invención de Morel) que reproducen una escena en la que la actriz saca a la ventana «una pecera con un pez oscuro que nada, solo [5], en el agua transparente», el cual termina helándose a causa de la nieve y del asesinato de la chica. Como «un pez en el hielo» [6]: así se sentía Pavese, así se lo escribió a su hermana en una carta que transcribe Piglia, y así se intitula la narración.

[5] La cursiva es de Gallego Cuiñas. La ficción paranoica de Ricardo Piglia en «Un pez en el hielo»: encrucijada narrativa